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¿De
capellán de los residentes?, me pregunta mi amigo Adalberto.
¿Broma, cachondeo o despiste?
Los residentes de la segunda planta, mis hermanos de comunidad, maduros,
silenciosos y sabios, sabes bien, amigo mío, que no necesitan capellanes.
Los residentes de la primera planta, sacos de aflicciones, en espera de que
suene el tercer “Ay” del Apocalipsis, más que capellanes necesitan enfermeros,
walkers, pañales… Además la distancia entre ambas orillas es casi insalvable.
Cierto, a mis 80 años, I can be useful anywhere, pero el interruptor de la
jubilación escolapia se activa y aterrizas en la Residencia de Mayores sin más
título que el de residente y cuanto más silente mejor.
En el artículo -“Ayer tuve una epifanía”- aludía yo a los Hermanos Escolapios,
los que han viajado y viajan en el último tren del AVE, el del silencio, y hoy
viajan hacia su ocaso, éstos sí necesitan un historiador.
Ahora que tenemos vigías, dedicados full time, a otear el pasado y a recordarnos
los días, los meses y los años con Historia e historias, sería bueno que alguien
contara la intrahistoria de este “resto fiel”, muy fiel, que con puntillosa
obediencia y sacrificio han servido a la institución por nada.
Un Hermano presumía de haber salvado, en tiempos difíciles, la economía del
colegio. Y es verdad.
!Qué descansada vida, la del que huye del mundanal ruido…
Hoy, “el mundanal ruido”, de mil maneras y más venenoso, nos persigue por todas
partes. Hay personas, religiosos incluidos, que se pasan la vida wasapeando,
enviando mensajes “muchas veces enviados” a las 7 de la mañana. Viven en el
mundanal ruido.
La Residencia de Mayores de Betania, con sus dos plantas, tiene más contras que
pros.
Vivir aquí es un continuo test, es experimentar el poder del desprendimiento, es
romper ataduras, es anclarse en un presente previsible, es no competir contra
nadie, sí, contra uno mismo.
El problema de los residentes de la primera y de la segunda planta no es cómo
llenar 24 horas, actividades lúdicas y florales aparte, sino cómo llenar y dar
sentido a la vida.
El tiempo jubilar de los religiosos, regalo envenenado, es pasar del mundo del
hacer, de la coma y del punto y coma al full stop.
Jubilación, más tiempo para dialogar con Dios y con los hermanos.
Más tiempo para saborear, masticar y tragarse los libros.
Me sobran las novedades, el último best seller, los 12 últimos libros
recomendados por las librerías, (excepción del último Luis Landero)
Hoy, mi oficio de lector, cosa que ayer no supe hacer, es re-leer los libros. No
hay que tener miedo al lector de muchos libros, sino al de un solo libro.
Leer y re-leer el libro de Job, el Qohelet, sorpréndete, el libro de los Números
me encanta, el Cantar de los Cantares, el Apocalipsis… ¡Qué gozada literaria,
estética, erótica y espiritual!
Más “Los Ensayos” de Montaigne, los aforismos literarios y filosóficos de
Zaratustra, la sabiduría bíblica de “La Guía de los Perplejos” y unos cuantos
libros nunca leídos, tiempo para llenar días, meses y años y la siempre
necesaria biblioteca, con sus sabias notas, The Jewish Study Bible.
Un libro además de matar el aburrimiento, da cuerda al reloj de la ignorancia.
Tiempo de Adidas
Por la tarde pongo el podómetro a 0 y comienzo a caminar.
Las Adidas es el calzado favorito de los jubilados y el caminar es el único
deporte, no hay que federarse, que les está permitido.
El Camino de Santiago se llena de jubilados en verano y el Anillo Verde de
Zaragoza, con descanso en La Alfranca, es muy gratificante.
En Betania, mi Residencia de Mayores, yo camino, hago senderismo urbano y rural.
Medicina natural y soledad incontaminada. Pura Gloria.
Un periodista entrevistó al P. Villafañez, monje benedictino, y le hizo la
siguiente pregunta: ¿qué es lo más difícil de la vida monástica?
El monje, sin ruborizarse, le contestó:
NO es la obediencia a las disposiciones caprichosas del abad, hombre no muy
inteligente,
NO es mantener a raya el chirimbolo,
No es no poder salir a tomar un espresso al bar enfrente del monasterio,
Lo más mortificante es “la vida comunitaria”.
Todos bajo el mismo hábito, bajo el mismo techo, todos tan distintos y tan
maniáticos y cada uno su capellán personal.
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