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A
Francisco le gusta la palabra “ternura” y la practica a diario besando y
acariciando niños, enfermos, hombres con rostros desfigurados por la enfermedad,
y hasta sus selfies son gestos de ternura...pero no me imagino a Francisco
besando a algunos Cardenales, esos pomposos pavos reales vestidos de seda y
perfumados con la última colonia Calvin Klein. Francisco convierte la ternura en
sonrisa, bendición y sanación.
Hace
unos días fui a visitar al hospital a un cura, trabajador infatigable, duro y
arrugado como un viejo roble, mal hablado como los hombres de mi pueblo y único
administrador de su salud corporal y espiritual. Fui con la intención de
decirle: "Tengo que decirte una mariconada. Te quiero".
Cual no
fue mi sorpresa, la ternura y los gestos de afecto son inexistentes entre los
frailes, cuando le di un simulado abrazo y sentí un beso en la mejilla. No tuve
necesidad de decirle nada, me guardé la mariconada y respondí con un par de
besos. Los frailes no se quieren, sólo se tienen envidia y se despellejan por
los pasillos.
La
ternura de Francisco hacia sus ovejas no tienen límites y sus manifestaciones,
aireadas por las ondas, son aplaudidas por todos. No es teatro, exigencia de un
guión mundano, ni necesidad de caramelizar la plaza vaticana, es el amor del
pastor en busca de la oveja perdida. A las 99, sus Cardenales, esos cráneos
aureolados, ovejas estabuladas en el mejor establo del mundo, ovejas gordas,
lustrosas y solemnes como príncipes renacetistas les demuestra su ternura con
adjetivos duros y verdaderos.
La
verdad es una forma de ternura profética.
La
felicitación de Navidad de Francisco a este senado de seniors curiales,
congregados en un salón imperial y de una asepsia total, que la esperaban
cálida, florida, fervorosa y con aguinaldo incluido, fue más una reprimenda
navideña que felicitación navideña.
Francisco,
que ya ha tenido tiempo para leer el informe de Vatileaks, ese documento que
huele a muerto y mató las pocas energías que le quedaban a Benedicto, el obispo
emérito, no estaba para hacer mala literatura con los buenos sentimientos.
Francisco
era la mano invisible que, mientras los rostros de los Cardenales y Obispos
palidecían como las estatuas de mármol, iba escribiendo en la pared del palacio
tres palabras enigmáticas. Mené: Dios ha contado tus días y les ha puesto fin.
Téquel: Has sido pesado en la balanza y te falta peso. Perés: Tu reino ha sido
dividido.
¿Será
Roma, el Vaticano, la Curia, la Gran Ramera del Apocalipsis para que Francisco
aproveche la Navidad para desmelenarse y proclamar oráculos proféticos?
Es la
felicitación menos navideña que se conoce, no tiene precedentes en la historia,
los archivos vaticanos no contienen nada semejante. No hubo aplausos, ni
literatura barata, sólo silencio denso, por parte de unos funcionarios que se
creen los dueños del establo. Por una vez la ternura del pastor se convirtió en
la severidad del patrón.
A los
siete pecados capitales, inventario de vilezas purpúreas descritas con todo lujo
de detalles en el Vatileaks, Francisco, con atrevimiento profético, les echa en
cara su lista de pecados, enfermedades ocultas e incurables, a las que hay que
poner remedio ya.
Quince
enfermedades son muchas enfermedades. ¿Dónde encontrar especialistas que puedan
curar enfermedades tan bien camufladas bajo los ropajes ampulosos y las
apariencias de piedad farisaica? En cualquier sitio menos en el Vaticano.
Hacer
quince propósitos para el Año Nuevo, 2015, son muchos propósitos. A mí con uno
me basta y no lo cumplo.
Los
funcionarios de la Curia Romana se creen indispensables e inmortales. Estos
curiales, reunidos en torno al rumor, piensan que el único que sobra en el
Vaticano es el Papa, estrella para las masas ignorantes, pero que sin ellos el
Vaticano se hundiría en el Tiber. No es de extrañar que el patrón los quiera
poner firmes.
Curiales
holgazanes y cotillas, además de sufrir Alzheimer por edad, muchos son más
viejos que Matusalén, ustedes tienen Alzheimer espiritual. Viven de apariencias,
exhiben sus títulos, los ropajes que visten están fuera de lugar y sólo sirven
para los disfraces de carnaval, ustedes han perdido la memoria de lo importante,
del servicio a la Iglesia y la memoria del único importante, de Jesucristo.
¿Basta
con una buena reprimenda navideña para iniciar el cambio de los cambios que la
Iglesia, semper reforfanda, necesita?
Juan
XXIII, guiado por el Espíritu, abrió las ventanas para que la Iglesia respirara
un aire nuevo y fresco. El Vaticano olía a cerrado y sus funcionarios no
percibían el mal olor.
Francisco,
las ventanas ya abiertas, tiene la ingrata y urgente tarea de tirar con
"ternura" todo los muebles por las ventanas y a algunos curiales, cuya única
misión es calentar la silla con su exhuberante anatomía.
Pasó el
tiempo de las jerarquías intocables, monumentos a la vanidad e inutilidad
humana, y empezar a vivir el tiempo de la fe, con menos credos y menos dogmas
perennes, guiados por la fuerza del Espíritu que sopla donde y cuando quiere.
Yo
siento que sopla e invita a redescubrir el evangelio de la alegría.
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