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Del
“para Dios no hay nada imposible” hemos pasado a “para el hombre no hay nada
imposible”. Todo lo que su mente concibe, tarde o temprano, ve la luz.
Dios está de
vacaciones. Sólo los dioses gozan de una perpetua inactividad. Lo suyo no es
hacer sino ser. Los hombres hemos dejado de ser los criados de los dioses,
jardineros del Edén, para convertirnos en dueños de las galaxias.
La luna de los
poetas, esa mujer deseada y frígida en su lejanía imposible, ha sido violada por
la hubris del hombre. Marte, hoy hollado por los pies indiferentes de los
robots, mañana será hollado por los pies de los hombres cuasi omnipotentes.
Sergey Brin
que ya nos ha cambiado la vida con Google, adicción pecaminosa, ahora quiere
acabar con todas las vacas del Valle y de Nueva Zelanda. Las vacas sufren en los
mataderos, emiten más gases contaminantes que un Rolls Royce, necesitan mucho
forraje, agua y energía y empuercan las calles y los pastos.
Sergey Brin
sueña con producir un steak, de momento ya ha pagado una cantidad astronómica
por la primera hamburguesa incruenta y teológica, carne in vitro, rica en
proteínas que un día, no muy lejano, alimentará a la humanidad hambrienta.
Ya hemos
contemplado la primera hamburguesa, unos en el plato, otros en la televisión y
parecía ser de verdad. El doctor Post dijo a los periodistas que estaba very
happy pero no se la dio a probar, no había para tantos. A los periodistas les
llegó sólo el olor y olía a carne. ¿Pero sabía a carne? Los pocos que la
probaron no la escupieron, no hicieron visajes, ponían cara de aprobación. “Creo
que ha sido un buen comienzo y hemos demostrado que esto se puede hacer”, dijo
el doctor Post.
No es ciencia
ficción. La hamburguesa de laboratorio ya ha sido presentada en sociedad, tiene
buena pinta y un gran futuro.
Tal vez
ustedes y yo no la podamos comprar nunca en el Mercadona ni la veamos en el menú
del Mesón Castellano, pero lo más interesante será la acogida que le den las
generaciones de la comida basura.
Esta
hamburguesa no es tan inocente ni tan virgen como nos la quieren vender.
Preguntar por su gusto es una mera curiosidad, pero para millones de personas,
judíos, musulmanes, hindúes, cristianos… que siguen unas normas alimenticias,
alimentos puros e impuros, alimentos prohibidos por la religión es cuestión de
conciencia.
La pregunta de
estos hombres es más compleja. ¿Me permite mi religión comer esta hamburguesa?
¿Es alimentos kosher? Se preguntará un judío hasídico
Los hindúes
para quienes la vaca es un animal sagrado, intocable, ¿se atreverán a comer esta
hamburguesa incruenta?
¿Romperá el
ayuno cuaresmal de los católicos esta hamburguesa teológica? Y los hermanos
musulmanes, ¿qué opinan los intérpretes del Corán?
Los teólogos,
legisladores y profetas de las religiones tienen que dar respuesta a estos
nimios interrogantes de unos fieles superobedientes. Estoy seguro que dedicarán
horas a dilucidar el tema y que producirán sesudos estudios, más indigestos que
la hamburguesa de laboratorio, para tranquilizar la conciencia y los escrúpulos
de sus seguidores.
Bienaventurados
los vegetarianos, son como los ángeles, han vencido a la carne y la carne in
vitro. Bienaventurados los ecologistas, a menos vacas menos contaminación.
Lo mejor, dice
el comité de sabios, está aún por llegar.
Lo mejor es lo
natural, lo que produce la madre tierra, las manzanas hermosas, el aceite de
oliva y el vino de Atauta.
Lo que está
por llegar es lo que “sabe a”, “lo que parece ser pero no es”. Hoy estamos
ensayando un futuro que conocerán las generaciones futuras, un futuro carente de
los alimentos de siempre.
Lo que está
por llegar será producido en los laboratorios y, para bien o para mal, nos hará
vivir hasta los 125 años, cosa nada natural.
Los sorianos
somos los habitantes más afortunados del planeta ya no comemos en los
restaurantes sino en “los templos de la salud integral” y en la carta leeremos
las bienaventuranzas de la dieta mediterránea soriana.
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