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El
25 de febrero de 1830 se estrenaba en París el drama romántico Hernani.
Esta
obra, hoy olvidada, consagró a su autor Victor Hugo como el dramaturgo y el
poeta del momento. Le Tout-Paris hablaba de la obra. Fue un éxito rotundo. Su
vida fue una continua celebración que terminó con un multitudinario funeral.
Ahora Victor Hugo descansa en el Panteón que la Patria agradecida dedica Aux
Grands Hommes.
El
Panteón es uno de los pocos lugares sagrados donde se me grifan los pelos nada
más entrar. Intentar adivinar las conversaciones que mantiene Victor Hugo con
Voltaire o con André Malraux o con Emile Zola me produce unas descargas
eléctricas super misteriosas y placenteras.
¿Cómo
consiguió Victor Hugo que sólo se hablara de él durante semanas y semanas?
Su
estrategia para acallar y enterrar a los clásicos de una vez por todas, para
estrenar algo mucho más importante que un drama, estrenar un movimiento -el
romanticismo-, fue ingeniosa y atrevida.
Su
estrategia fue la claque. Regaló un centenar de entradas a sus incondicionales,
los claqueros, los aplaudidores, y éstos se encargaron de electrificar el drama
con sus gritos entusiastas, sus risas contagiosas, sus silbidos penetrantes, sus
gestos desaforados...los clásicos acoquinados se esfumaron.
La
claque de Victor Hugo hizo lo que no hizo el drama, Hernani.
La
claque existió ayer, existe hoy y existirá mañana.
Los
veinticuatro ancianos y los cuatro vivientes con su “eres digno, Señor, Dios
nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder”...son la claque celestial.
En la
Biblia, los profetas profesionales con derecho a pesebre y sueldo a costa del
rey, esos yes-men, que proferían oráculos siempre favorables a los antojos de su
patrón eran la claque oficial de los santuarios reales. El rey Ahab y su esposa
Jezabel, la idólatra y pagana, tenían 450 profetas a su servicio. Eran su
claque. El partido de Yahveh, sólo tenía uno, Elías.
En el
Vaticano, Francisco dixit, La Curia es la claque, los aplaudidores, los
aduladores, los yes-men, “la lepra” para la que no existe antídoto. Francisco,
resígnate y conténtate con ser la claque de Yahveh junto con el solitario Elías.
La
claque de la Copa del Mundo de Futból son los hooligans, los tifosi, los
hinchas, los supporters, esas masas delirantes y salvajes que necesitan fuego y,
a veces, sangre para celebrar victorias y adorar a sus ídolos los domingos por
la tarde. Un poco de esa energía necesitaba yo los domingos en la misa de doce
y, muchas veces, con la ayuda del movimiento carismático la eucaristía tenía más
decibelios que un concierto de rock.
¿Y los
mítines en las campañas políticas? Pura liturgia, pura pasión, pura claque
comprada y pagada.
Sin la
claque no habría liturgia en el cielo y en la tierra sólo habría silencio y
aburrimiento, un monasterio con voto de silencio y de estabilidad.
¿Y en
la Vida Religiosa? En ese ejército disciplinado, domesticado, obediente,
pobre,casto, silencioso, campo de batalla en el que todas las virtudes luchan
por sobresalir, existe una claque por defecto. Claque silenciosa, subterránea y
aduladora. Este ejército sólo ha sido adiestrado para obedecer.
Los superiores
necesitan monaguillos que los perfumen con los elogios de su incienso,
aplaudidores que jaleen su gran visión de futuro y celebren sus decisiones
inspiradas y sobre todo necesitan celestinos que les lleven acusaciones y
descalificaciones de sus compañeros religiosos para asegurarse unas migajas de
poder.
Los
superiores tienen sus pregoneros, sus defensores, sus yes-men, esos religiosos
obedientes, piadosos, ñoños, ejemplares, sabios con una sabidurìa clásica,
tomista, repetidora de lo de siempre, que pronuncian oráculos favorables al
poder y que nunca cuestionan nada.
Hasta
los superiores necesitan y tienen su claque. El Espíritu Santo, tan invocado y
celebrado, es una dorada tapadera.
Los
verdaderos profetas, hombres santos, solitarios y outsiders nunca son claque, su
vocación es denunciar todo lo humano, todo lo imperfecto, todo lo caduco, todo
lo oficial y todo abuso de autoridad.
Dios,
sólo Él, no necesita la claque, pero da la bienvenida a todos los Elías que, en
esta tierra, sienten celo por su causa. La claque celestial del Apocalipsis no
le da nada, es una magnífica decoración.
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