LA BAÑERA DEL OBISPO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

.  

 


Los pequeños gestos encierran un lenguaje universal, al alcance de todos, los grandes sermones son la máscara de la vaciedad.
 
 
Los dineros hablan y los hombres hablamos de los dineros de los demás continuamente.
 
 
Los obispos alemanes son los únicos que no hablan de sus cuentas secretas y dicen que el obispo de Colonia es más rico que el Vaticano. Las diócesis alemanas se reparten cada año más de seis mil millones de euros, dineros que pagan los 23 millones de católicos.
 
 
No es de extrañar que los obispos escondan, a los ojos de Dios y a los ojos de los hombres, millones de euros, caja de reptiles, para su uso discrecional. No es de extrañar que vivan como príncipes, viajen en business class, sus residencias sean verdaderos castillos renacentistas y gasten más en su embellecimiento que en obras de caridad.
 
 
“La iglesia alemana es una de las organizaciones más ricas y poderosas del país y sus máximos funcionarios merecen un alto estilo de vida” justifica otro funcionario.
 
 
Cuando brotaron los escándalos del sexo de los curas, tan abundantes como la cosecha de setas, medio millón de católicos alemanes se dieron de baja de la Iglesia para no pagar con sus impuestos la pedofilia.
 
 
¿Cuántos se darán de baja hoy que han visto el cuarto de baño y la bañera del obispo de Limburg en los periódicos?
 
 
El Papa Francisco no solo ama y predica la sencillez sino que con múltiples gestos, más elocuentes que las palabras, la está predicando todos los días. Benedicto XVI predicaba contra el relativismo mientras se aparejaba con los ornamentos más ricos y más solemnes de la colección de alta costura vaticana.
 
 
Francisco quiere liberar al Vaticano de la pompa innecesaria y de la tiranía de la “vanidad, la arrogancia y el orgullo”, manía franciscana que enoja a los conservadores que piensan que el Papado necesita la gloria y el oropel, necesita “un poco de lepra mundana”.
 
 
La extravagancia en la vestimenta es innata al catolicismo, es una herencia renacentista que Francisco, venido de los suburbios bonaerenses, rechaza de plano.
 
 
Los Cardenales y los obispos se creen más Médicis que servidores del evangelio y para aparentar que son algo y hacernos sentir el peso de su autoridad y dignidad necesitan llevar peso en la cabeza, oro en su pecho y en sus dedos y fajines de seda roja más impresionantes que los de los generales de división.
 
 
Francisco ahora llama a los obispos ad audiendum verbum no por razones sexuales, -¿quién soy yo para juzgar?-sino por razón de los malditos dineros.
 
 
Como el administrador astuto del evangelio el obispo de Limbur, Yebartz van Elst, fue denunciado por Francisco y le dijo: “dame cuenta de la administración de los dineros de tus feligreses. Quedas despedido”. Los obispos nombrados por el Papa son despedidos por el Papa.
 
 
No deja de ser cómico que la bañera del obispo se haya convertido en noticia y haya acabado con la carrera del joven obispo alemán.
 
 
Quedan aún muchos obispos, los nombrados por Juan Pablo II y Benedicto, que acostumbrados a vivir como su título exige, como “Príncipes de la Iglesia”, se nieguen a imitar a Francisco, lo consideren como un advenedizo y se arrepientan de haberlo elegido. Seguro que los obispos que nombre Francisco no caerán en la tentación de la vanidad.
 
 
El obispo de Friburgo, Robert Zollitsch, ha sido también noticia estos días, tal vez menos comentada, pero mucho más importante. En una carta pastoral dirigida a los sacerdotes de su diócesis les autoriza a admitir a la comunión a las parejas divorciadas y recasadas después de comprobar la sinceridad de su compromiso, a pesar de lo que digan las normas.
 
 
Esto sí que es una buena noticia que afecta a tantos católicos que yacen heridos en este hospital de la vida. Más que la ley de la Iglesia necesitan la misericordia de la Iglesia.
 
 
Las iglesias ortodoxas permiten comulgar a sus fieles recasados y reciclados, práctica que ha citado y alabado el Papa Francisco aunque aún no la haya hecho suya.
 
 
Las leyes humanas, en este momento, no permiten comulgar sin haber obtenido la preciosa nulidad. Ya es hora de que las parejas dejen de decir “vivimos en pecado” y empiecen a vivir en la paz y la alegría que sólo Dios puede dar, diga lo que diga su obispo.