|
Denme un padre
que cree y practica su religión y les diré lo que sus hijos serán.
Cuando
al final de la eucaristía saludo a los feligreses, saludo a muchas mujeres, los
hombres se pueden contar con los dedos de las manos. Si fuera al revés no
estaría en una iglesia católica.
Hoy se
habla mucho del papel de las mujeres en la Iglesia, son mayoría en la asamblea,
son visibles en todos los ministerios, menos en el clerical. Son portadoras del
gen de Dios, pero no lo transmiten a sus hijos varones, esta misión le
corresponde al padre.
Recuerdo
una escena que contemplé con mis propios ojos en el Presbyterian Hospital de New
York.
En la
sala de espera, mientras esperábamos ser llamados, cada uno leía su libro o su
periódico, pero un padre con su hijo de unos 10 años sujetaba un libro grande de
pastas rojas. El niño, su hijo, en voz alta aprendía a leer la Torá en Hebreo.
El padre, en voz alta, corregía sus errores y felicitaba sus aciertos.
Impresionado,
yo pensaba, este niño no necesita ni la ayuda del rabino ni del catequista de
turno. Su padre ejercía todas esas funciones.
Si este
padre ocupa el tiempo de espera en el hospital enseñando a su hijo una lengua,
una historia, una religión, ¿qué no hará en el templo de su hogar?
En la
educación religiosa de los hijos el padre juega un papel fundamental.
Este
padre hace socio a su hijo de su club de fútbol, lo acompaña en sus actividades
deportivas, y lo lleva a los Pajaritos, pero este padre nunca lo acompañará al
Templo. Se desentiende de su educación religiosa y termina siendo como su padre
un ateo a tiempo completo.
Como la
agencia principal, la familia, de la transmisión de la fe no funciona
necesitamos desesperadamente pedir prestadas unas muletas que nos hagan creer
que caminamos y que alivien nuestra desazón.
En
España, la solución mágica, el atajo falso que no lleva a ninguna parte,
consiste en aferrarse a enseñar la religión católica en las aulas como se de un
saber más se tratara.
La
religión no es un saber más, no es un libro ni un catecismo, instrumentos que no
pasan la fe, que no nos religan con nadie, a lo sumo transmiten unos saberes
totalmente inútiles.
En las
aulas se cogen todos los virus menos el de la fe. No conozco a nadie que envíe
sus hijos a la escuela para que se hagan cristianos ni siquiera los que los
llevan a los colegios de curas.
Y para
mayor inri los nuevos profesores de religión enseñan principios y doctrinas en
las que, muchos de ellos, no creen. Los hay divorciados, no practicantes,
incompetentes, poco cualificados y algunos ateos.
Miles
de jóvenes salen de los colegios de curas y de monjas cada año, todos han
cursado la asignatura de religión, todos han sido rociados con agua bendita,
todos, tengo mis dudas, han aprendido el padre nuestro, casi todos han hecho la
primera comunión, pero muy pocos han hecho la segunda comunión, todos...pero su
presencia en el Templo no es mayor que la de los alumnos de la escuela pública
que no han cursado la asignatura de religión.
Casi
todos terminan desenganchándose de la iglesia institución y hasta son incapaces
de blasfemar como sus abuelos por falta de vocabulario religioso.
La gran
ironía de este país es que todas las reformas de la ley de educación fracasan,
qué barbaridad!, por el papel que la asignatura de religión ha de jugar en la
escuela.
Yo he
sido profesor de religión y considero que el tiempo peor empleado de mi vida,
malgastado literalmente, lo he dedicado a enseñar la asignatura de religión.
Me
parece de sentido común que los colegios religiosos, que cada día lo son menos,
impartan la asignatura de religión, sin ella se quedarían en cueros, perderían
su esencia, muchos ya la han perdido. Ahora educan en "valores", ya no se
atreven a decir en "cristiano".
Nada se
pierde si se pierde la asignatura de religión. Todo se pierde si los hombres,
los padres, no asumen su rol de transmisores de la fe.
|