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Yo
comencé la lectura de la Exhortación con apetito desbordado. El menú tiene
muchos platos, la mayoría, a pesar del nuevo sazón, pertenecen a la vieja
cocina, a la de siempre, y no acababa de sentirme a gusto en el restaurante.
El Papa
Francisco, el Chef, comienza advirtiendo a los comensales que él no es el Master
Chef y que no todo se puede cocinar en las cocinas vaticanas, que no todo se
puede resolver "con intervenciones magisteriales". (nº 3)
En este
menú hay tapas para todos. Tapas de communi sobre el canto al amor de Corintios,
tapas sobre el embarazo y la maternidad, con aromas de frutas del bosque,
"Queridísimas mamás, gracias, muchas gracias por lo que sois en la familia y lo
que dais a la Iglesia y al mundo". (nº 174) Platitos sobre los cursillos
prematrimoniales, las madres adolescentes, la adopción, los ancianos y no podían
faltar alusiones a los suegros, siempre pintados con trazos gruesos. Francisco
no se olvida de los seminarios y de los seminaristas, conoce bien el bunker
donde se refugian, ajenos a las cosas de noviazgos y sexos, a los que hay que
educar en la "emotividad y el instinto", siempre reprimido, siempre omnipresente
y nunca vencido del todo.
Después
de probar tantas tapas y entremeses, puro entretenimiento, todos esperamos algo
más sustancial y nutritivo, el main course, el filet mignon.
Al fin
y al cabo todo el Sínodo, el cocinado por Walter Kasper, quería servir al pueblo
de Dios un plato concreto del que todos pudieran participar.
¿Qué
hacer con los matrimonios "irregulares"? ¿Pueden engrosar la fila de los
comulgantes?
Todos
vivimos el Sínodo bajo esta óptica. Todo lo demás sabíamos y ahora lo sabemos
mucho mejor que no iba a cambiar, nos lo siguen recordando los Cardenales más
intransigente todos los días.
El
Capítulo Octavo de la Exhortación Postsinodal "La Alegría del Amor" es el Filet
Mignon. Capítulo cuyo título "Acompañar, Discernir e Integrar la Fragilidad" es
un intento de respuesta a la Pregunta de las Preguntas.
La
respuesta del Chef no satisface a nadie o satisface a todos porque no es un SÍ,
pero tampoco es un NO. NI SÍ, NI NO.
Para el
ala conservadora la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio no ha cambiado,
sigue siendo la misma desde Nicea, Trento... y apesar de que contemplan
impasibles el foso que separa la doctrina del Magisterio y la práctica de los
crisstianos siguen afirmando que sin nulidad hay adulterio y la puerta a la
comunión está cerrada y nadie la puede abrir.
Los
conservadores se sienten tranquilos y vencedores y creen que se ha evitado una
gran crisis teológica.
El Papa
les recuerda: "Comprendo a quienes prefieran una pastoral más rígida que no dé
lugar a confusión alguna". (nº 308) Pero "la fría moral de escritorio" (nº 312),
la de siempre, la que estudiaron los venerables obispos del Sínodo, la que se
reduce al sexo de los casados y de los solteros, la de la virginidad y del
celibato, es tan clara que no necesita pastoral alguna. No hay nada que
discernir, no se puede integrar el pecado ni la fragilidad humana.
"Ponemos
tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de
significación real, y esa es la peor manera de licuar el evangelio". (311)
"La
Iglesia no es una aduana" y por lo tanto los clérigos no son los aduaneros que
controlan los pasaportes y sus sellos.
Cierto,
"La Iglesia no debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio". (nº
307) Pero en el "matrimonio ideal", aventura de dos, sólo Dios cumple su parte y
aun así Dios le grita le grita a su Israel, su esposa, "Yo no soy tu marido".
La
experiencia pastoral de muchos curas les demuestra que los "matrimonios
ideales", cien por cien válidos son la excepción. Nada humano es puro, inocente
e ideal. Si no lo es la conducta del clero, apoteosis de la santidad ideal,
profesionales de la santidad, ¿cómo esperarlo de los hombres y mujeres
catequizados diariamente para el placer, la experimentación, la frivolidad y la
permisividad ambiental?
El
matrimonio "irregular", imperfecto, el de la fragilidad humana es el que hay que
"acompañar, discernir e integrar". "Ya no es posible decir que todos los que se
encuentran en alguna situación irregular viven en una situación de pecado
mortal, privados de la gracia santificante".(nº301)
"Es
posible que, en medio de una situación objetiva de pecado, que no sea
subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno se puede vivir en gracia
de Dios, se puede amar..." (nº 305)
El ala
progresista de la Iglesia ante el mismo menú se alegra y canta victoria. Cree
que el filet mignon es para todos. Lo encuentra revolucionario porque no da
leyes, no fija normas, no cae en la trampa del rigorismo ni del laxismo.
Distingue entre la doctrina que es clara y la pastoral, entre la ley general y
los casos particulares. Esta ambigüedad es el imprimatur para una praxis
pastoral liberadora.
"Le
Pape ouvre la voie de sacrements aux divorcés-remariés" titulaba un periódico
francés al comentar la noticia.
"Es
mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a
una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena
fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano". (nº 304)
La
intención del Papa Francisco es que reciban la comunión y, de hecho, lo hacen.
Los
divorciados no tienen que discernir su situación con el Vaticano ni con su
Obispo sino con sus párrocos que les acompañarán e integrarán en la comunidad
cristiana, en la Iglesia de Jesús que no excluye a nadie.
Las
filas de la comunión son cada día un poco más largas, no porque los fieles sean
más laxos sino porque confían más en la misericordia y la ternura de Dios que en
la de la Igleisa y sus ministros.
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