“Cuanto
menos talento, más orgullo, vanidad y arrogancia. Y, sin embargo, todos esos
locos encuentran otros locos que les aplauden”, te susurra Erasmo en la sien
esto que escribió hace más de quinientos años en el Elogio de la Locura.
Agosto, vacaciones, aperitivo en la Plaza de España, mi pequeña Arcadia en el
camino del Saso Encarna, bronceado integral y baños de pereza a la orilla del
mar, caminatas silenciosas por el páramo soriano, lunas redondas y blancas como
hostias elevadas en el cielo, convocados a una ociosidad plena y universal.
Agosto, aterrizo en Madrid, nadie me espera, libre, sin horarios, sin asambleas
que presidir, carne en calma, pereza total. Pero el alma siempre tiene hambre,
necesita y exige, como un mendigo callejero, su Pan de cada día, el pan de la
Palabra, ¿cómo vivir sin escuchar la Palabra de Dios?
“De Él nos llega tan solo un susurro” se queja Job y testimonia el profeta
Elías.
Yo no tenía horarios pero las parroquias de alrededor sí los tienen.
Sentarse en una iglesia sin aire acondicionado a las siete y media de la tarde
en agosto en Zaragoza es hacer de “sufridor”, al menos dos veces, la cantidad de
calor y la calidad de la celebración.
La asamblea que gotea y cojea se va formando a pasitos. Mujeres desocupadas,
viudas tradicionales, cada una en su banco de siempre, desconfiadas, guardan la
distancia social sanitaria, distancia de extraños. Lo único que nos une es el
Amén.
Las que se conocen, mientras esperan la aparición del cura, intercambian
noticias de salud y de vacaciones y muestran, móvil en mano, las fotos del
último nieto.
De la sacristía, revestido de fiesta, asoma el cura. No sorpresas, un hombre muy
mayor, cargado de sabiduría y de experiencia, adicto y fiel al Misal Romano
Tradicional con sus siete invocaciones a los santos, el Misal Romano
Postconciliar, centrado en el Tú Solo Santo, les resulta más apagado, más
protestante. Los inesenciales de la Religión son para ellos lo esencial de la
religión.
El introito de la Misa se convierte en biografía del santo, ya sea de memoria
obligatoria o de memoria libre o de feria. La Biblia no es ni texto ni pretexto,
sigue “más santo” para la exhortación y edificación de los fieles en la homilía.
He coincidido con un diácono, este verano, sí ayer, en prácticas pastorales en
NYC y sus homilías eran sobre el santoral, la Biblia para los protestantes.
Una tarde, feliz sorpresa, un cura in his forties, liberado del guión, nada
revolucionario, puso alegría, sonrisas y abrazos en la celebración.
Minucias aparte, cada vez que nos congregamos para conectar con el TÚ, THOU, el
“nosotros” se hace grande, a pesar de la pequeñez del rebaño, y es lo
verdaderamente importante. El Yo, sus decibelios en off, llamado a perder
protagonismo, es absorbido en el Dioss que nos convoca y nos santifica.
Misas de agosto, misas de siempre, revestidas con pobres ropajes humanos,
celebran la presencia silenciosa y desnuda de la divinidad.