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Ir a Misa en Agosto

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Cuanto menos talento, más orgullo, vanidad y arrogancia. Y, sin embargo, todos esos locos encuentran otros locos que les aplauden”, te susurra Erasmo en la sien esto que escribió hace más de quinientos años en el Elogio de la Locura.

Agosto, vacaciones, aperitivo en la Plaza de España, mi pequeña Arcadia en el camino del Saso Encarna, bronceado integral y baños de pereza a la orilla del mar, caminatas silenciosas por el páramo soriano, lunas redondas y blancas como hostias elevadas en el cielo, convocados a una ociosidad plena y universal.

Agosto, aterrizo en Madrid, nadie me espera, libre, sin horarios, sin asambleas que presidir, carne en calma, pereza total. Pero el alma siempre tiene hambre, necesita y exige, como un mendigo callejero, su Pan de cada día, el pan de la Palabra, ¿cómo vivir sin escuchar la Palabra de Dios?

“De Él nos llega tan solo un susurro” se queja Job y testimonia el profeta Elías.

Yo no tenía horarios pero las parroquias de alrededor sí los tienen.

Sentarse en una iglesia sin aire acondicionado a las siete y media de la tarde en agosto en Zaragoza es hacer de “sufridor”, al menos dos veces, la cantidad de calor y la calidad de la celebración.

La asamblea que gotea y cojea se va formando a pasitos. Mujeres desocupadas, viudas tradicionales, cada una en su banco de siempre, desconfiadas, guardan la distancia social sanitaria, distancia de extraños. Lo único que nos une es el Amén.

Las que se conocen, mientras esperan la aparición del cura, intercambian noticias de salud y de vacaciones y muestran, móvil en mano, las fotos del último nieto.

De la sacristía, revestido de fiesta, asoma el cura. No sorpresas, un hombre muy mayor, cargado de sabiduría y de experiencia, adicto y fiel al Misal Romano Tradicional con sus siete invocaciones a los santos, el Misal Romano Postconciliar, centrado en el Tú Solo Santo, les resulta más apagado, más protestante. Los inesenciales de la Religión son para ellos lo esencial de la religión.

El introito de la Misa se convierte en biografía del santo, ya sea de memoria obligatoria o de memoria libre o de feria. La Biblia no es ni texto ni pretexto, sigue “más santo” para la exhortación y edificación de los fieles en la homilía.

He coincidido con un diácono, este verano, sí ayer, en prácticas pastorales en NYC y sus homilías eran sobre el santoral, la Biblia para los protestantes.

Una tarde, feliz sorpresa, un cura in his forties, liberado del guión, nada revolucionario, puso alegría, sonrisas y abrazos en la celebración.

Minucias aparte, cada vez que nos congregamos para conectar con el TÚ, THOU, el “nosotros” se hace grande, a pesar de la pequeñez del rebaño, y es lo verdaderamente importante. El Yo, sus decibelios en off, llamado a perder protagonismo, es absorbido en el Dioss que nos convoca y nos santifica.

Misas de agosto, misas de siempre, revestidas con pobres ropajes humanos, celebran la presencia silenciosa y desnuda de la divinidad.