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Nadie
es perfecto ni siquiera el Papa Francisco es perfecto. “Soy un pecador” dice de
sí mismo y lo vimos arrodillado en un confesionario susurrando pecados veniales
a un cura sorprendido y asustado.
A
Francisco le gusta hacer gestos de impacto, gestos que, sin quererlo ni
buscarlo, se convierten en titulares y en la foto del día. Gestos de consumo
para una feligresía hasta ahora aburrida y sin excitación.
Benedicto
XVI ha sido el peor relaciones públicas que he conocido. Hombre que miraba más
al pasado que al futuro no era el coach que la Iglesia necesitaba en estos
tiempos tan cambiantes y tan heterodoxos.
Francisco
es un buen coach, no amenaza a los pecadores, alienta, sana y si pudiera nos
daría a todos una vuelta en su papamóvil por la plaza del Vaticano. Lástima que
muchos obispos, y muchos curas ni lo entienden ni lo aprueban ni lo imitan. No
hay quien los apee de sus rutinas, sus normas, su aburrida y sabida retórica y
su autoritarismo sin autoridad.
Sólo
Dios es perfecto. Tú solo santo. La santidad exige una pureza total, una
separación imposible de los dos aspectos que nos hacen impuros por necesidad: la
muerte y el sexo.
Dios es
santo porque no conoce ni la muerte ni la procreación. Nuestra imitatio Dei sólo
será total en la vida resucitada.
Yo me
gozo en mi imperfección, en la tensión por ser lo que sólo en el futuro seré.
Los
Papas, siempre vistos por los fieles como la santidad encarnada, son hombres
mortales y sexuados como todos los demás. No son ni más perfectos ni más santos
que el resto de los cristianos. Pueden ser más sabios y ciertamente tienen más
poder, tanto poder que les lleva a cometer grandes errores.
Francisco
en este primer año de su pontificado ha hecho pequeños gestos, pero ha perdido
la oportunidad de hacer grandes gestos, gestos proféticos.
El
Banco Vaticano.
El
gesto más profético de Jesús, el más revolucionario y el de más graves
consecuencias fue echar con un látigo a los banqueros del Templo de Jerusalén.
El Templo era la Bestia, el Leviatán que Jesús quiso matar. Francisco ha
reciclado el Banco Vaticano que seguirá siendo un nido de ladrones y de
bandidos. Solución práctica, pero tan tibia que nada cambiará.
¿Se
puede hacer del Vaticano una casa de oración para todos los pueblos sin la ayuda
del Banco Vaticano? Tal vez no, pero de ahí a funcionar como una multinacional
donde se lava dinero negro de la Mafia o de los nuevos ricos o de los banqueros
sin escrúpulos hay una gran distancia.
¿Oportunidad
perdida o gesto profético in pectore en la lista de espera?
Los
Legionarios de Cristo.
El
Concilio Vaticano II exhortó a las congregaciones religiosas a volver a los
orígenes, al carisma fundacional, al espíritu del Fundador.
Esta
congregación decapitada, sin Fundador, sin carisma, en su origen fue el pecado,
la perversión, la fornicación sin frenos, la eucaristía sacrílega…
El
gesto profético, audaz, habría sido la supresión de los legionarios de Cristo.
Muchos teólogos, muchos buscadores de la verdad, muchos movimientos, muchos
profetas, los verdaderos profetas siempre son una amenaza al status quo, han
sido eliminados y excomulgados por pura envidia. Oportunidad perdida de podar
una rama que sólo ha producido dinero, sexo y muerte.
Dos
Papas santos.
Saltarse
las normas y los protocolos es justo y necesario y Francisco sabe hacerlo.
¿Pero
por qué no deja a Dios que se haga cargo de la fábrica de la santidad?
No
necesitamos más santos, ya no caben en el santoral y son una distracción mortal.
El día
27 de abril Francisco canonizará a dos Papas, a Juan XXIII, el que abrió las
ventanas para ventilar una Iglesia que olía a pasado, a latín, a Trento, a
excomuniones. Juan XXIII puso el reloj de la Iglesia en la hora del mundo nuevo
y en comunión con las otras Iglesias cristianas.
Juan
XXIII me cae bien con su barriga redonda y su cara de campesino bonachón. La
santidad oficial le va a quitar calidad humana, humor y chispa.
Cuando
a alguien lo hacen santo lo estiran, lo hieratizan y le dan un aire serio y
aburrido. Juan XXIII, sin el atributo de santo, siempre será admirable e
imitable.
Juan
Pablo II, trotamundos incorregible, feliz en su papel de monarca sin rivales,
cerró un poco las ventanas que el Concilio de Juan XXIII abrió y empezamos a
sentir el peso del pasado y a oler aromas olvidadas.
Últimamente
se hacen tantos santos que se olvidan rápidamente como se olvida la comida
basura consumida sin placer.
¿Cómo
puede haber santos de chaqueta en la gloria de Bernini si hay que gastar más de
un millón de dólares para subir a los altares?
¿Merece
la pena terminar siendo una mera estatua de escayola que nadie reconocerá?
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