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“Creo
en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género”. Borges
El Papa
Francisco también cree en la teología, pero no cree o, al menos, no menciona en
sus discursos ni en sus sermones a los autores de la teología fantástica, la
teología de las palabras sabias que más que esclarecer el misterio lo ocultan
con su tinta de calamares de las profundidades. No apocatástasis, no hipóstasis,
no frases como “la escatología situación intermedia en la que nos encontramos”,
no laberintos sin principio ni final.
Cuando
recito el Credo,-engendrado no creado de la misma naturaleza del Padre-, siento
escalofríos ante esas afirmaciones tan perfectas y pronunciadas con tan seria
solemnidad que me resultan incomprensibles. Tanta perfección me marea.
“No se
hacen cristianos en el laboratorio” dice Francisco y mucho menos con un lenguaje
de laboratorio.
Dios,
descrito y manipulado por los teólogos, los expertos de laboratorio, es el
objeto de esa literatura fantástica que entretiene, aburre, irrita, pero que no
satisface ni a la inteligencia ni al corazón.
A mí no
me sorprende nada que miles y miles de católicos, aburridos de los discursos
eclesiásticos, sobretodo de los episcopales, emigren a otras iglesias menos
teológicas, menos contaminadas con el lingo de los expertos, fuga teológica,
para abrazar y dejarse abrazar por asambleas cálidas que hablan su lenguaje y
viajan por la misma autopista espiritual.
El Papa
Francisco tiene tantas revoluciones que hacer que no sabe por donde empezar.
Todo está esbozado, pero nada realizado. El Vaticano es un museo de cera, pero
los personajes hablan, hacen trampas, conspiran, un museo siempre en celo, en
ebullición. El Jefe les pide que lloren, que entonen el mea culpa, pero los
funcionarios, profesionales sin alma, ni escuchan ni se inmutan.
El Papa
Francisco es la reina en esa colmena llena de zánganos, siempre vigilado para
que la ortodoxia no corra ningún peligro. Pero la palabra no está encadenada y
la primera revolución que Francisco ha llevado a cabo es la revolución de la
palabra.
Todos
los que lo escuchan dicen: ¡Qué maravilla! A este cura lo entiendo yo y hasta
tiene sarcasmo y humor. Algunos piadosos andan desorientados y echan en falta
discursos eclesiásticos, esos que hay que oír pero no entender, esos que hay que
pronunciar con el cuello muy estirado y con citas en latín.
Como
Jesús que no citaba a los sabios de su tiempo, Francisco no necesita citar a los
grandes teólogos, la vida cotidiana nos ofrece metáforas y situaciones tan ricas
y cercanas que hacen innecesarias las citas de los sabios.
El
Libro de los insultos de Francisco es la obra de un coleccionista que ha
recogido todos los piropos que el Papa ha dirigido a todos los estamentos
eclesiásticos: obispos, curas, fieles, teólogos, curia…
A los
deportistas les habla del fair play, a los inmigrantes los llama “los nuevos
europeos”, a los novios les dice que “hay que tener valor para casarse hoy”,
para los cristianos, los conoce bien, tiene una larga letanía de insultos
cariñosos: cristianos rígidos, líquidos, caras avinagradas, loros recitadores
del credo, anestesiados y tristes; a los teólogos: el teólogo que no ora y que
no adora a Dios acaba ahogado en el narcisismo más asqueroso, especialistas del
logos, ideólogos de lo abstracto; a los curas les anima a “oler a oveja; a los
obispos aeropuerto y ricos los envía a la austeridad del monasterio y a los
cardenales, príncipes del renacimiento, los tilda de “cortesanos leprosos”. Es
más fácil ser obispo que párroco, siempre se puede esconder uno detrás de “su
excelencia”.
El
pueblo de Dios no necesita altas teologías, steaks de una charcutería selecta,
necesita una dieta sana y sencilla, como los niños, mucha pizza y mucho ketchup
y esto es lo que Francisco en sus homilías sin papeles intenta ofrecer a los
feligreses del mundo.
La
revolución de la palabra es tan grande y la fuga de la teología de laboratorio
es tan llamativa que muchos se preguntan si Francisco no es un anti-intelectual.
Como jesuita habrá leído las obras completas de Rahner y las de los teólogos
“conocedores de las profundidades de Dios” en el silencio de su escritorio, pero
ha caído en la cuenta de que Dios no está ahí. Más importante aún sabe que el
pueblo de Dios necesita ser despertado con música, metáforas, cuentos, es decir,
con una teología popular, nueva, que evoque a Dios y abra las puertas de la
Madre Iglesia a todos, incluso a los que viven en pecado y se bautizan y
celebran sus bodas en el mismísimo Vaticano.
“Si un
marciano llamara a la puerta del Vaticano y pidiera el bautismo, yo lo
bautizaría”, dice Francisco. Los grandes profesores de la Gregoriana y de otras
muchas universidades tienen que estar pasmados. Menos mal que el gran profesor,
el ex-papa, no habla y, de momento, no escribe.
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