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"Escuchad
esta palabra, vacas de Basán", así insulta el profeta Amós a los funcionarios de
Israel.
El Papa
Francisco, profeta de la ternura, abraza a niños y a viejos, a los indigentes y
a los presos y sus entrañas se conmueven ante la injusticia y la indiferencia
que reina en este mundo podrido. Todo es "material girl", "material man" que
canta Madonna.
Francisco,
cada Navidad, reúne al ejército de sus funcionarios, la Curia Vaticana, para
leerles la cartilla y pedirles cuenta de su administración.
Francisco
aprovecha la Fiesta de Navidad, manía traviesa, para recordar a los zánganos de
la colmena vaticana, un año, las 12 enfermedades silenciosas y mortales que
pasean por los pasillos renacentistas, otro año hace el elogio de las 24
virtudes que, si las cultivaran serían bálsamo para el pus de sus heridas
malolientes y este año 2017 les ha ofrecido unos criterios para la reforma de la
Gran Colmena.
Una
feligresa americana siempre me preguntaba por qué no se decían palabras gruesas
en los sermones para despertar e indignar a los feligreses aburridos que
escuchan siempre las mismas palabras que no dicen casi nada.
Francisco
ha llamado a sus funcionarios "lepra, turistas por los aeropuertos, más amigos
de la púrpura que de la pobreza, huelen más a perfume Calvin Klein que a oveja,
zánganos, no de colmena, sino de solemnidad"... ¿Les llamará algún día jerks o
gilipollas? Ya dijo aquello muy grueso a los católicos, "que no hay que procrear
como conejos".
La Gran
Colmena Vaticana, con una crosta de roña de siglos, escucha la felicitación del
Papa entre bostezos solemnes y con fingida espiritualidad. Y como la prostituta
del Apocalipsis se dice: "Estoy sentada como una reina, no soy viuda y no veré
duelo nunca". Ap18,7
"La
reforma de la Curia es un proceso delicado que tiene que llevarse a cabo en
fidelidad a lo esencial" les recuerda el Papa.
Lo
"esencial" es Jesucristo, única autopista hacia Dios, no se necesitan autopistas
paralelas. Lo "esencial" es el evangelio eterno al que la Iglesia tiene que
servir y no servirse de él para fines poco evangélicos.
Francisco
no quiere coger el rábano por las hojas, la hojarasca, con la que se ha
alimentado la iglesia y ha alimentado a sus hijos. Las hojas son los
inesenciales a los que la Curia se resiste a abandonar. Hasta la misma Curia
forma parte de los inesenciales.
La
reforma de Francisco no consiste en una cirujía plástica ni en comprar un montón
de productos de belleza para ocular las necesarias arrugas sino en usar una
lejía fuerte que quite las manchas y la vista de lino blanco y puro.
La
reforma consiste en la fidelidad a lo esencial.
Todas
las religiones, "para que no se vean sus vergüenzas" se visten con ropajes
lujosos. Todo lo lujoso es caro, escaso e innecesario.
Francisco,
Quijote evangélico, no está luchando contra molinos de viento sino contra el
demonio.
El
mundo cambia vertiginosamente. Ya no se mide el tiempo por siglos, décadas,
quinquenios o años, sino por días. Cada nuevo día es un siglo de los de ayer.
Francisco
tiene prisa y la resistencia malvada y diabólica que encuentra en su ejército de
funcionarios le cabrea muchísimo.
La
resistencia es producto de la falta de evangelio, falta de conversión personal,
falta de orientación según los signos de los tiempos. En lugar de orientar el
trabajo hacia la misión, "detrás de cada papel hay una persona", se orienta
hacia la norma, a las formalidades y la rutina burocrática.
Francisco
quiere abolir en la colmena el promoveatur ut amoveatur. "Es un cáncer". Me
recuerda el famoso principio de Peter, motivo de risa en las conversaciones del
pasado. Cuando algunos eran ascendidos alcanzaban el sumo grado de
incompetencia.
Entre
los criterios enumerados son tres los más franciscanos y más llamativos.
El
criterio de la Sobriedad. No he respirado el aire de la Colmena y no sé si hay
que ponerse mascarilla al entrar. Sí me imagino el chismorreo de los
funcionarios contándose las aventuras de los miembos del kibutz, del gueto
clerical, donde se fabrican santos, se elaboran ritos y rituales, se espían unos
a otros y se likean las noticias. Sobriedad es igual a adelgazar el bosque,
cortar los árboles secos. El Vaticano ya tiene suficiente colorido y exotismo
con la Guarda Suiza, el colorido de sus funiconarios está de más. Sobriedad en
el número de funcionarios, sobriedad en la vestimenta, sobriedad en los anillos,
alianza de bodas con el poder.
El
criterio de la Catolicidad. En el principio fue Jerusalén, luego surgió
Antioquía, centro de la gentilidad, y finalmente, "la que se asienta sobre
grandes aguas", Roma.
Los
católicos viejos se definen aún como "católico, apostólico y romano" y en USA
soy "a Roman catholic priest". Francisco no saldrá de Roma, pero no quiere una
Iglesia Romana, quiere que toda la catolicidad, el mundo entero, llene Roma.
El
criterio de la Sinodalidad. El trabajo de la Curia y de los Dicasterios tiene
que ser sinodal. Sinodalidad no equivale a democracia, pero sí a transparencia,
apertura y diálogo abierto.
Francisco
regaló a sus funcionarios un librito titulado: "Industriae pro Supeioribus
ejusdem Societatis ad curandas animae morbos". Remedios para curar las
enfermedades del alma. No me extraña que Francisco, ante tanto funcionario
enfermo, esté tan cabreado.
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