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Ayer,
24 de enero, el Papa Francisco nos invitaba a celebrar “El Domingo de la Palabra
de Dios”.
Que nos
tengan que recordar a los católicos del siglo XXI y del posconcilio que la
Biblia no es un complemento ni un adorno sino el traje, el vestido total, que
tenemos que vestir todos los días, me resulta insultante.
La
Palabra de Dios es mucho más que un pre-texto para alargar la celebración
dominical y aburrir al personal. Es vital. Es la barra de pan de cada día para
curar la tisis del alma.
Su
lectura y su estudio es una actividad “esencial”, no sólo para los protestantes,
lo tiene que ser también para los católicos.
Manuel
Azaña, el 13 de octubre de 1931, pronunció en el Congreso de los Diputados un
largo discurso en el que afirmó con solemnidad programática: “España ha dejado
de ser católica”.
Re-
visitada, hoy, esta afirmación resulta profética.
Sí, por
supuesto que aún quedan católicos. Nosotros, sin rubor, nos llamamos católicos,
católicos practicantes, pero el catolicismo masivo, sociológico y folclórico, a
Dios gracias, se ha evaporado.
Asómense
a cualquier iglesia un día cualquiera y verán una película de cine mudo.
A pesar
del aggiornamento no acabamos de sacudirnos los inesenciales del pasado: los
santos del almanaque, maravillosos, pero los hemos convertido en sustitutos de
lo esencial, del TÚ SOLO SANTO y de su PALABRA.
“Cuando
encontraba Palabras Tuyas, las devoraba. Tus Palabras eran mi gozo y mi
alegría”, eclama Jeremías. Jer 15,16
Los
católicos no hemos sido bíblicos y no lo somos todavía. Con la Fiesta del Patrón
o de la Patrona cumplimos una vez al año.
¿Y si
nunca hubiéramos sido, cien por cien, católicos?
Las
religiones tradicionales en España y en Europa, es un hecho, se desangran.
Las
religiones menos organizadas, más del Libro, único protagonista, se agrandan y
devienen mega-iglesias.
En
nuestra Iglesia Católica, los nuevos movimientos, menos jerárquicos y más
bíblicos, producen comunidades vivas y vocaciones religiosas y sacerdotales. Son
oasis en el desierto.
Henri
de Lubac, autor de “Meditación sobre la Iglesia”, libro de obligada lectura en
mis tiempos de estudiante, afirma: una iglesia , en la que sólo se proclama la
Palabra de Dios y se predica con pasión, produce más frutos de conversión que
una iglesia en la que sólo se dice Misa y algún Amén.
Que los
católicos no sepamos lo que es el sintoísmo es perdonable, pero que seamos
analfabetos bíblicos y desconozcamos la religión en la que bautizamos a nuestros
hijos es imperdonable.
Mi
mantra para mis feligreses es: Enamórese de la Biblia, biblioteca que contiene
todos los géneros literarios, descubran su libro favorito, su narración
favorita, su versículo favorito, Juan 16 sin ir más lejos…
En la
cartelera exterior de la iglesia he puesto este cartel:
JUAN 3,16
TATÚATELO
NO EN LA PIEL
SINO EN EL ALMA
(Mi versículo favorito)
“Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
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