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No
conozco a nadie que no presuma de algo, hasta el sacristán presume de ser más
pecador que su párroco, hasta yo, tontolaba que soy, presumo de haber puesto a
la entrada de tres parroquias el rótulo de “sold out” y presumo de tener una web,
“La Parroquia del Mundo” que es mucho mejor que la de mis compañeros. Son
ágrafos.
Hoy,
¿es una nueva enfermedad?, hay gentes que presumen de títulos imaginarios, de
másteres regalados o comprados, de cursos realizados en universidades
prestigiosas, Harvard, NYU… de curriculum vitae dignos de Galileo, Einstein, o
de un Premio Nobel.
Hay
quienes pueden presumir y presumen de goles marcados, partidos jugados, ocho
miles conquistados, libros leídos, amores consumados, santuarios marianos
visitados...y hay otros muchos, la inmensa mayoría, que presumen de ver pasar la
vida por la ventana.
Hay
gente que, tras una fachada de humildad falsa y planificada, son un horno
ardiente de orgullo insatisfecho, sólo necesitan adoración.
Me
encantan las cartas de San Pablo, son sabias, atrevidas, fanáticas. Su Yo es
explosivo.
¿”Que
esos superapóstoles son siervos de Cristo? YO mucho más”. 2 Corintios 11,22
“Y si
alguno piensa que puede hacerlo: YO mucho más, en cuanto a la justicia de la
Ley, irreprochable”. Filipenses 3,4-6
“YO lo
he llenado todo del evangelio de Cristo”. Romanos 15,19
A
títulos humanos, confiesa Pablo, no me gana ninguno de los apóstoles.
Juan de
Patmos escribe al ángel de la iglesia de Esmirna: “Conozco las calumnias de los
que presumen de ser judíos, pero que no son sino Sinagoga de Satanás”. Ap 2,9
Antes
que Pablo, Jesús de Nazaret se apropió del Ehyeh asher Ehyeh del Éxodo 3,14 en
sus siete “Yo soy”.
Envolverse
en la bandera de los títulos, tentación diabólica, es signo de impotencia o
aspiración a escalar la escala reservada sólo a los ángeles.
Envolverse
en la bandera de los héroes, de los santos o de los pecadores cuando uno no ha
llegado a ser plenamente, one hundred percent, hombre es una estupidez.
Aspira
a ser Ecce homo, a ser hombre, nada más.
Títulos
que ayer tenían brillo y prestigio social, hoy son despreciados y escupidos.
Ayer ser cura en España era ser alguien y te permitía codearte con los que eran
alguien. El título de jesuita pesaba más que el de escolapio. Un escolapio, más
tontolaba que yo, se definía como “un jesuita subdesarrollado”.
Bendito
sea Francisco que ha renunciado a ese título pomposo e imperial de “Su
Santidad”, de “Papa”, para quedarse con el de obispo, y estoy seguro de que si
alguien le diera el título de “Vicario de Cristo” le diría: apártate de mí
Satanás.
La
bandera, la única, en la que tenemos que envolvernos los seguidores de Jesús es
“En Cristo”. Dios no hace basura, no nos crea con títulos, pero sí nos hace a su
imagen y semejanza.
No era
mi intención hablar de títulos sino de números, bandera que en la Iglesia
Católica es más demoníaca que divina. Yo, desde mi aparcamiento en la Residencia
de Mayores y degradado de todo título, soy simplemente un “residente”.
No es
ningún secreto que en Europa los curas, sus números, sufren una gran crisis,
hasta los taxistas que saben de todo me lo comentan. Padre, esto se acaba, sus
feligreses van a la iglesia con gayata y yo llevo a una de sus feligresas, que
vive a dos cientos metros, en el taxi y el cura que sale a recibirlos y
despedirlos no es mucho más joven.
Nos
consolamos, pobre consuelo, diciendo que en África y en Asia hay muchas bocas
que llenar y surgen muchas boca-ciones.
Las
congregaciones religiosas masculinas y femeninas viven la crisis boca-cional con
más resignación que indignación. Unas aceptan su sino, dan gracias a Dios y
entonan su Nunc dimittis. Otras han adoptado el método de la clonación,
torniquete peligroso que tapona la hemorragia temporalmente y permite a los
funcionarios de siempre presumir de una astucia inigualable, de una visión de
futuro creativa y de envolverse en la bandera de los clones, los nuevos números.
Vana ilusión.
El
Espíritu Santo que es libre y sopla cuando quiere y adonde quiere, suscita
siempre nuevos movimientos en la Iglesia y deja de insuflar vida en otros. Hoy
no todo son malas noticias. Mientras las viejas Órdenes religiosas tiritan de
frío, son tan pocos que no pueden darse calor ni mantener una conversación,
otros, Los Kikos, celebran sus primeras bodas de oro, 50 años, recién cumplidos,
de feliz y exitosa andadura cristiana. 50 años de vida y tanta vida engendrada y
dada.
Los
Kikos sí que pueden envolverse en la bandera de los números.
“Cari
fratelli e sorelle, il vostro carisma è un grande dono di Dio per la Chiesa del
nostro tempo” proclamaba Francisco a los ciento cincuenta mil kikos congregados
en Roma, río festivo, bullicioso y desbordante, número que pocos o ningún grupo
viejo puede congregar.
“Un
applauso ai cinquant’anni!, pedía el Papa Francisco.
Y Kiko
Arguello desplegaba ante el Papa la bandera de los números. Números que
impresionan, que dan que pensar.
Más de
un millón de cristianos de 105 países, gracias al RICA, han redescubierto su
consagración bautismal y a lo largo del Camino Neocatecumanal han crecido en la
fe, el amor y la esperanza. Estos no darán la espalda a la Iglesia, estos no
engrosarán los números de las iglesias cristianas, están bien plantados en el
Evangelio eterno de Jesucristo. Estos son sacerdotes, catequistas y maestros de
sus hijos y nietos en lo que a la transmisión de la fe se refiere. Como los
niños judíos desde el destete son evangelizados.
Los
Kikos dirigen 6.270 parroquias.
Los
Kikos animan 21.300 comunidades.
Los
Kikos han enviado 1.688 familias a las misiones.
Y el
milagro de los milagros del movimiento neocatecumanal son las vocaciones que se
forman en los 120 seminarios Redemptoris Mater. Números que empequeñecen otros
tantos números.
Somos
miembros de una Iglesia imperfecta, sus manchas son visibles desde el espacio,
somos miembros de unas Órdenes y Congregaciones Religiosas imperfectas, llenos
de arrugas, no hay cirujía estética que las elimine, nosotros somos hombres y
mujeres imperfectos . La perfección existe, no aquí, sí en los cielos nuevos, sí
en Dios.
En la
Biblia, a veces también en la Iglesia, el hijo menor recibe la mejor bendición y
el mayor se enoja y declara la guerra a su hermano.
Dejemos
a Dios ser Dios y al Espíritu Santo avivar y suscitar nuevos carismas.
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