ELOGIO DE LOS GRANDES HOMBRES

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Teilhard de Chardin, jesuita, paleontólogo, escritor visionario y autor del

Fenómeno Humano fue uno de mis pequeños ídolos en mis años de estudiante de teología.

En una salida turística por los pueblos a lo largo del Hudson llegué a Poughkeepsie y visité el Culinary Institute of America. En el suelo del vestíbulo, en grandes letras y en mármol, me llamó la atención el gran escudo con la inscripción Ad Maiorem Dei Gloriam.

La Universidad Culinaria de América está ubicada en un edificio magnífico que fue noviciado de los jesuitas. De los hornos del noviciado salían, años atrás, jesuitas sofisticados, elegantes, sabios y poco santos. Hoy, de los nuevos hornos salen los platos más deliciosos de la cocina americana.

En los jardines del complejo queda aún un pequeño cementerio donde duermen el sueño eterno desconocidos y olvidados jesuitas. Pero hay uno que es famoso me dijo el conserje, Teilhard de Chardin. Me dio la llave del cementerio y le pregunté: ¿cómo podré encontrar su tumba?. Fácil, es la única que siempre tiene una flor.

Lo conocía por sus libros, pero aquel día, sin quererlo, dichoso azar, conocí y oré ante la tumba de un hombre grande y olvidado.

Ahora los jesuitas del cementerio respiran los perfumes de suave olor que salen de las cocinas de la Universidad Culinaria de América.

Todos morimos, pero unos mueren más que otros. Unos recordados durante veinte días, otros resucitados cada cincuenta años, otros inmortalizados en una calle, pero todos vencidos en un olvido más que merecido.

“Nuestra nación ha perdido a su mejor hijo y el pueblo ha perdido un padre”, así comunicaba el presidente Jacob Zuma la muerte de Nelson Mandela.

Sudáfrica, en los tiempos del apartheid, fue una gran cárcel para todos los negros cuyos carceleros eran la minoría blanca y había otra cárcel en Robben Island para los que se atrevían a enfrentarse al poder blanco.

Mandela, joven, educado, revolucionario y peligroso marxista, en el juicio que le sentenció a 27 años de cárcel en Robben Island no se defendió sino que arengó a los jueces durante cuatro largas horas y les dijo: “Durante mi vida me he dedicado a la lucha por el pueblo africano. He luchado contra la supremacía blanca y contra la supremacía negra. He acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas con las mismas oportunidades. Es un ideal por el que quiero vivir y ver cumplido. Si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.

No tres días sino veintisiete años vivió Mandela en el vientre d la bestia que tenía nombre humano, apartheid, y el día en que fue vomitado a la playa de la libertad, lúcido, sano, espiritual, sin amargura ni odio, exclamó: “Sabía que si no dejaba la amargura y el odio detrás, todavía estaría en la cárcel”.

El legado que nos ha dejado, la lección que nos ha enseñado con palabras y gestos es que la tiranía y la opresión se vencen con las armas del amor y la justicia y con la ayuda de toda la comunidad humana.

Mandela ha sido la voz que a lo largo de su vida en libertad ha recordado al mundo que no nacemos para odiar sino que somos productos del amor y para vivir en el amor.

“Nadie nace odiando a otro ser humano por el color de la piel o su background o su religión. Los hombres tienen que aprender a odiar y si pueden aprender a odiar también pueden ser enseñados a amar ya que el amor viene más naturalmente al corazón que su contrario”.

Mandela aclamado como el héroe de nuestro tiempo, como el mejor estadista, como el líder por encima de todos los líderes, como el santo que lo primero que hizo a ejemplo de Jesús fue perdonar a los Afrikaners y a sus carceleros será noticia durante quince días, pero no hay que olvidar que hasta hace cuatro años estaba en la lista negra de los terroristas de Estados Unidos y que el vicepresidente Dick Cheney sigue proclamando que no se arrepiente de haber votado en contra de su liberad.

Los negros de Sudáfrica tuvieron la gran suerte de contar con su liderazgo para vencer a la bestia, razón por la que ahora bailan, cantan, oran y celebran la muerte de un hombre que forma parte de la santa trinidad de los grandes libertadores de la historia de los hombres: Gandhi, Martin Luther King y Nelson Mandela.

Mandela puso la primera piedra, la de la reconciliación, pero la casa está inacabada. Sudáfrica necesita muchos Mandelas para terminarla y amueblarla con las piedras de la paz y de la igualdad económica para todos sus habitantes.