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Los
nombres propios acaban como los kleenex, usados y botados en el zafacón.
Pierden
su lustre, su corona de laurel, su heroísmo, su santidad, su carácter inmortal y
sus obras y sus hazañas, reliquias profanadas, descansan olvidadas en los
cementerios temáticos.
Se
convierten en nombres comunes, destino prosaico, ¿quién relaciona esos
zeppelines personalizados que surcan los cielos con Ferdinand von Zeppelin? ¿Qué
analfabeto bíblico asocia un “moisés” y el “benjamín” de la familia con sus
héroes bíblicos?
Los
comunes ahora se transforman en raros, lotería de letras, en únicos, en
imposibles.
Si los
nombres, ilustres un día, ahora son meras calles o plazas, que al menos les
quede un Retrato.
Los
hombres de Iglesia, tentados como todos los mortales por la carne y la vanidad,
también quieren eternizarse en un Retrato.
Los
Obispos de Zaragoza, lo de arzobispo es una redundancia literaria, mundana y
honorífica, sometidos al imperio de lo efímero, se quedan para siempre, mudos y
con una sonrisa boba, en el Salón del Trono, galería de Retratos de personajes
desconocidos creados por artistas más desconocidos.
Hay
Retratos que son comentados y revisitados, no por el personaje sino por el
autor.
El
“Retrato de Cardenal”, personaje feo y de mirada agria e inquisidora detrás de
unos espejuelos negros carbón, sentado en su trono de terciopelo y envuelto en
sus holgados capisayos de seda roja y puntillas de alcoba, para demostrar que es
alguien exhibe en sus dedos sarmentosos cuatro anillos. Dudo el personaje
amerite elogios, El Greco, imagino, autor bien pagado, es el que importa y
recibe los elogios.
La
gente ordinaria no acudía a Rafael, Julio II sí, ni a Tiziano, su gran negocio,
Pablo III sí, ni a Velázquez, Inocencio X sí. Retratos del poder, del dinero, de
la vanidad. Los Papas, los Cardenales y los Obispos retratados se creen,infantil
ilusión, más papas, más cardenales y más obispos.
El 27
de octubre de 2019, la portada de Iglesia en Aragón era dedicada al Retrato de
Don Vicente Jiménez. El Obispo y su autora, la monja Isabel Guerra, pagada con
indulgencias plenarias, descubría el Retrato. Sí. “Un Retrato primoroso para el
Arzobispo”, exclamaba la monja.
“Por su
parte, el Arzobispo se mostró satisfecho del resultado, que es “primoroso”. Si
el semblante es el reflejo del alma, en esta obra se retrata “mi persona y mi
alma”.
Visité
el Salón del Trono, galería de los Retratos Episcopales, pero no vi las almas de
los retratados, sí vi cuerpos de varones, “plenamente varones”, ricamente
vestidos en sus uniformes que recuerdan un pasado romano, imperial, poderoso,
sin rivales, varones que, según uno de mis profesores, “mandaban mucho,
enseñaban poco y santificaban nada”.
Vi ¿uno
o dos Retratos?, vestidos con traje, sin más distintivos episcopales que el
pectoral. Bendita sencillez, pequeña pobreza, economía talar.
Don
Vicente, soriano ambicioso e ilustrado, ha elegido posar para su Retrato del
Salón del Trono con la vestimenta clásica, romana, plenamente episcopal: sotana
de 33 botones rojos, fajín y solideo de seda roja, esclavina con ribetes rojos y
el pectoral dorado. Anillo episcopal no veo y creo que la monja tampoco lo vio.
Todo muy clásico.
Y me
pregunto, ¿cómo pudo ver la monja el alma del retratado debajo de tantos sayos y
tan caros?
El
alma, regalo de Dios, es gratis, pertenece a Dios y sólo es visible a sus ojos.
Ojalá,
un día, algún Obispo tuviera un Retrato como el de Obama de Shepard Fairey.
Retrato
icónico, imitado por muchos artistas. Su rostro en rojo y azul, colores de los
dos grandes partidos políticos del país, parece querer abrazar y unir todos los
colores del arcoiris para formar una más perfecta Unión.
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