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Pink
Floyd, Iron Malden, The Clash y otros grupos de música de USA, más
familiarizados con los sermones apocalípticos de los predicadores callejeros que
con el Reloj del Fin del Mundo, han dedicado sus versos satánicos y sus acordes
decibélicos al Doomsday Clock.
“This Doomsday Clock
Ticking’ in my heart
These lonely days, will they ever stop?” (The Smashing Pumpkins)
Las agujas del Reloj Del Fin del Mundo, ubicado en Chicago, llevan apuntando
hacia el Punto Final, el Game Over, desde 1947.
Chicago queda muy lejos y las agujas del Reloj del Fin del Mundo sólo las ven y
las ajustan un grupo de caras serias y sabias que infunden más miedo que sus
agujas.
Estos días las redes sociales nos han recordado la existencia del Doomsday Clock,
metáfora de la última catástrofe. Cuando el Reloj dé las 12 campanadas,
medianoche, todo saltará por los aires y no quedará ni zarrapita. Nadie podrá
decir: “Sólo yo pude escapar para contártelo”.
Estamos, miren a la media cara del Reloj, a 90 segundos de gritar todos al
unísono: THE END.
¿No les asustan las agujas justicieras?
¿No han corrido al confesionario para hacer una confesión última y general?
¿No han brindado, cerveza en mano, por el “cielo nuevo y a la tierra nueva”?
La próxima, amigo, en la nueva Jerusalén.
Los que manejan las agujas del Reloj, científicos serios y escrutadores de los
signos de los tiempos, disciernen lo que pasa en los cielos, en la tierra y en
el fondo de los océanos, y como auténticos profetas apocalípticos tocan la
séptima trompeta y derraman la copa del furor de la ira de Dios para vengar la
tierra violada, reino de la fornicación y la idolatría.
Dios calla y sus funcionarios también callan, agujero negro, Dios es el gran
ausente, en este vacío planetario, sólo algunos locos, lectores empedernidos del
Apocalipsis y environmentalits ateos, gritan en Park Avenue y frente a Macy’s y
anuncian el FIN.
Los científicos, lectores de los hábitos atómicos, tienen más crédito, mientras
los guardianes del Reloj gozan de menos credibilidad. Llevan años predicando,
alarmando al personal y equivocándose, ni unos ni otros asustan a nadie y no
pasa nada.
Hoy, Greta Thunberg y los ecologistas y los environmentalists nos machacan con
sus prédicas milenaristas. Sólo tenemos un pequeño planeta y Dios no tiene un
plan B en el cajón.
A descarbonizar, a desnuclearizar, a deshojar la margarita y abandonar toda
actividad, !son tantas!, que nos acerque a las 12, Midnight, Doomsday Night.
La religión calla pero Greta, la sacerdotisa del cambio climático, omnipresente
en todos los foros internacionales y callejeros del planeta, megáfono o pancarta
en mano, lucha para que el Doomsday Clock no dé las 12.
Los telediarios, más aburridos que un sermón “desastre”, en definición de
Francisco, son la pesadilla de los sufridos telespectadores, su larga letanía de
malas noticias: balaceras, huracanes, volcanes, huelgas, disputas por una coma o
un sí, guerras, Putines, Trumps, Orbans, Pedros, Ucranias, Corea del Norte,
hasta el ministro Garzón tan calladito me da miedo. Please, give me a break!
Los 90 segundos para las 12, en el Doomsday Clock, Game Over, no han asustado a
nadie, letra pequeña en las redes sociales, las de la frivolidad y el cotilleo
juvenil. La literatura seria calla y se dedica a las cosas serias: la Falcó, La
Preysler, el Vargas Llosa y su pichula, la braga de la Montero, los versos de
Shakira, los clásicos, las croquetas de la abuela, los vinos de Atauta, el sí y
el no…
Yo, Doomsday Clock no me asustes, tengo bastante con el reloj de cuco.
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