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¿Quién
inventó la palabra "Limbo"?
Las
palabras no bíblicas son siempre sospechosas, son palabras heréticas, más
herejías que las que pretenden combatir. Siglos y siglos invocando el Limbo para
terminar proclamando solemnemente que no existe, que hemos sido herejes sin
saberlo. Ya me lo temía yo.
Si
ustedes escuchan atentamente, me temo que no lo hacen, los sermones de los
funerales de hoy echarán en falta una palabra, la palabra "Purgatorio". ¿Quién
la inventaría?
El
libro que acabo de leer, "Luther vs. Pope Leo", lleva por subtítulo, "Una
conversación en el Purgatorio". El autor podría haber situado la conversación en
el "infierno", palabra maldita y nunca pronunciada en los funerales, pero se
habría equivocado también de lugar.
No se
menciona la palabra “Purgatorio”, no porque no se crea en él o por temor a
pronunciar una palabra no bíblica, sino porque a todos los difuntos los enviamos
directamente al cielo. Ya de nada sirven las indulgencias. En el vocabulario de
hoy, como en el de Orígenes, sólo hay “Cielo”, hasta para los demonios hay
Cielo.
Los
difuntos, sin escalas, viajan al Cielo. Eso de pasar unas vacaciones tostándose
en el Purgatorio ya no se lleva.
“Purgatorio”
no es una palabra bíblica ni de Jesucristo, es una palabra humana, tan humana
como “Limbo”. Ya me lo temía yo.
“Maiorem
hac Dilectationem” es un documento del Papa Francisco que quiere reafirmar las
predicaciones de los funerales. La Oblatio Vitae de la que habla el documento no
es exclusiva de unos santos que tendrán su aureola, estatuas de escayola,
nombres en el santoral, misas propias, producirán miles reliquias en restos de
trapos, rizos, zapatones, huesos… que se repartirán entre sus devotos.
La
Oblatio Vitae es propia de todos los seres humanos, de todos los que enviamos al
Cielo diariamente en los sermones de los funerales. Eliminemos el santoral y
quedémonos con la Gran Fiesta de Todos los Santos. Hoy, he escuchado la
confesión de un hombre, de un hijo pródigo, más de sesenta años sin confesarse,
sin acercarse a la Iglesia. Hoy ha puesto su reloj en la hora de Dios, ha
celebrado la eucaristía y ha hecho su segunda comunión. Hoy ha entrado la
salvación y la santidad a su casa.
Yo me
pregunto muchas veces, ¿Qué sería nuestra religión si le quitáramos la
veneración de los santos?
En una
parroquia cercana a la mía reza así su propaganda: Lunes, devoción a Santa
Mónica. Martes, dedicado a San Antonio. Miércoles, todo el día para San Judas.
Jueves, vivámoslo con Nuestra Señora de Lourdes. Viernes, las catorce estaciones
del Via Crucis. Sábado, para todos los misterios del Santo Rosario. Domingo,
media hora de misa rezada.
Lutero,
nuestro monje agustino, siempre angustiado y confesando pecados veniales, hace
quinientos años dijo: “Tuve que dejar de ser papista para pronunciar el nombre
de Jesucristo”. Un poco exagerado nuestro Lutero, ¿no creen?
A
muchas católicas que antes de acostarse tienen que besar un ciento de estampitas
habría que decirles que el “timo de la estampita” es muy peligroso y que tienen
que cambiar de cromos.
Pronto,
los Escolapios tendremos un nuevo santo. Este octubre 2017 el P. Faustino Míguez
será canonizado. Hasta ahora teníamos un santo y medio. José de Calasanz es tan
protagonista de todo que ha eclipsado a San Pompilio, medio santo, medio
olvidado.
¿Qué
será del nuevo santo, el P. Fuastino? Las hijas de la Divina Pastora, las
Calasancias, lo adoran y venerarán sus muchas reliquias. Sus hermanos, los
Escolapios, harán de él otro Pompilio y entres los dos, tal vez, tal vez, hagan
uno.
Faustino,
Bienvenido a la Gloria de Bernini, al Panteón de los Grandes Hombres, al museo
de escayola de los santos.
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