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Francisco,
enfundado en sus vestiduras blancas, es el único líder religioso y el único jefe
de estado que sobresale en cualquier asamblea o magna reunión. Su uniforme lo
delata y es que según el Apocalipsis “el vencedor será vestido de blancas
vestiduras”.
Francisco, sin títulos, es un
hombre bueno, un pastor que conoce y sintoniza con los gozos y las alegrías de
sus ovejas, y que tiene la curiosa manía de convocarnos siempre a la Alegría.
Vivir la Alegría del Evangelio, vivir la Alegría del Amor, y ahora, al hombre,
esa cosa demasiado imperfecta, Francisco le invita a Alegrarse y Regocijarse
porque está llamado, no a ser un superhombre, sino una cosa menos imperfecta, un
santo, que sí se ha enterado de que Dios vive y le ama. “La palabra “feliz” o
“bienaventurado”, nos recuerda Francisco en su exhortación Gaudete et Exsultate,
pasa a ser sinónimo de santo. Nº 64
Tal vez
Francisco quiera llevar la contraria a Nietzsche y a tantos nietzsches que miran
a los cristianos con aires de superioridad y los describen como seres reprimidos
y nada redimidos.
“Mejores
canciones tendrían que cantarme para que yo aprendiese a creer en su redentor:
¡más redimidos tendrían que parecerme los discípulos de ese redentor!”
Yo,
después de haber escrito nueve artículos sobre los “santos” y la “santidad”,
tema alegre y necesario para Francisco, aburrido e imposible para mí, pensé que
ya no tenía nada que decir, aun así dediqué a “José, un hombre innecesario” mi
último artículo.
No
tengo ningún santo entre mis favoritos, pero si tuviera que elegir uno, elegiría
a San José.
No
dijo nada, no hizo nada, sólo tiene un título, el de esposo, pero según los
expertos en esas cosas nunca ejerció, no goza de muchos adjetivos, el de
castísimo es el más recurrente y apropiado. Si José no hubiera existido nadie lo
habría echado en falta. Eso es un santo. José eres mis “santo”.
Una
familia, por razones de trabajo, dejó Soria y se mudó a Madrid. Sus hijos, me
comentaban los padres, han tenido que cambiar de “santo” como quien cambia de
equipo de futból, en Soria todo era San José de Calasanz, no existían otros
cromos, ahora en Madrid todo es San Pedro Nolasco, el único cromo, el menú de
todos los días. El “santito”, el fundador o la fundadora, en los colegios de
curas y monjas, herejía santa y bendecida con sus consabidas reliquias, eclipsa
a todos los demás santos y al Tú Solo SANTO. Cada curso se organiza un maratón
de actividades clásicas, modernas, tecnológicas y carnavalescas para dar a
conocer y celebrar el “santito”. !Qué pasión! Terminan siendo hinchas del
santito.
Después
de leer y releer la exhortación de Francisco para ver si yo me encontraba
retratado en alguno de los 177 puntos del documento, he vuelto a darle vueltas y
más vueltas al frasco de la santidad para leer detenidamente su composición.
En la
vida real todos nos reconocemos pecadores y nadie presume de ser ya santo por
más que Pablo me haya dirigido a mí una carta, al santo que vive en Zaragoza.
Para
los Viejos Creyentes, los que a pesar de sus 92 años cada domingo hacen un ocho
mil subiendo a su parroquia, los santos son los de siempre, hombres y mujeres
extra - ordinarios, la droga con la que alcanzaron la santidad no se compraba en
la farmacia de al lado sino en la celestial. Para ellos los santos tenían que
ser y hacer cosas estrambóticas, cuanto más raras mejor, más santos. San Saturio,
ermitaño en el fondo de una cueva y alimentado por los cuervos. San Francisco,
desnudo revolcándose en la nieve para matar la lujuria. San Vitores, decapitado,
recoge su cabeza, bendice a sus verdugos y camina hasta su tumba en Cerezo de
Río Tirón.
Para
exaltar a los hombres no hace falta convertirlos en superhombres, ese es el
trabajo de Zaratrusta, no el de Jesucristo.
“Para
ser santos, escribe Francisco, no es necesario ser Obispos, sacerdotes o
religiosos”, faltaría más, pero para ser santo de Bernini, no me negarás
Francisco, hace falta ser rico, muy rico, lo cual pone bajo sospecha esa
santidad.
“La
santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son
un reflejo de la presencia de Dios”. Gaudete et Exsultate nº 7
Yo he
conocido y vivido con santos que nunca serán canonizados por el Vaticano. Son
pobres, son los santos de “la puerta de al lado”, conocidos por Dios. Nadie va a
invertir un euro ni un minuto para que les cuelguen un título innecesario o les
pongan una corona de hojalata.
María
Ramos, feligresa de la Parroquia de la Anunciación, vivíó en la Calle 135,
esquina Riverside Drive y fue mi santa de la “puerta de al lado”.
Feligresa
alegre y fiel era catequista, ministro de la eucaristía, visitadora de enfermos,
reunía en su building a los inquilinos y rezaban el rosario, leían la Biblia y
les hablaba de Papá Dios y de Jesucristo, con los niños celebraba una vez a la
semana un oratorio en su casa, les hablaba de Jesús y les enseñaba a orar. Era
un “verdadero reflejo de la presencia de Dios” en la comunidad y en el barrio.
María
amó y respetó a todos sus párrocos y a todos los sacerdotes, nunca habló mal de
ninguno. Yo me sentía muy a gusto en su casa tomándome mi “morir soñando
dominicano”.
María,
a pesar de su enfermedad, le ponían unas inyecciones ad experimentum para tratar
su hígado, nunca se quejó y nunca dejó de cumplir sus compromisos cristianos y
humanos. Su esposo, Félix Ramos, siempre la apoyó y la acompañó. El también era
el santo de “la puerta de al lado”.
María
nunca será canonizada por el Vaticano, ni falta que hace, los pequeños gestos,
miles de pequeños gestos practicados cada día son testigos y proclaman su
santidad que llega a los oídos de Dios. No necesita otra recompensa.
Los
documentos de los Papas están plagados de citas sabias, citas tomadas de la
Biblia, de los Padres, de los Concilios, de los Papas anteriores y alguna vez,
no muchas, de novelistas. En este documento Francisco cita a Léon Bloy.
Cuando
yo era muy joven mis compañeros leían vidas de santos, algo así como la novela
histórica, yo leía “les convertis du XXe siécle”: Charles Péguy, Paul Claudel,
Max Jacob, Jacques Rivière, Gabriel Marcel, Joris-Karl Huysmans… y Léon Bloy, un
convertido rabioso que bramó contra todo y que nos dejó frases que son citadas
muchas veces en múltiples contextos.
“La
mayor tragedia de la vida es no ser santo” que Francisco cita así: “Existe una
sola tristeza la de no ser santo”. Yo recuerdo otra cita más explosiva: “El
cristiano que no es santo es un cerdo”. Así de vehementes e intolerantes son los
convertidos.
Sí, me
veo retratado, estoy en el buen camino, en unos muchos números de la Exhortación
Gaudete e Exsultate.
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