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Yo,
gracias a las cuatro vacunas, no sufro de papolatría, no la sufrí ayer, no la
sufriré mañana.
Las latrías, caleidoscópicas o espiritosas, me resbalan.
¿Por qué los hombres, grandes y pequeños, gordos y flacos, coloridos y
fluorescentes, abrigados o con poca ropa, mileuristas y billonarios, se declaran
fans, adoradores, devotos, seguidores y coleccionistas de todo tipo de latrías?
El ser humano, aun el más superfluo, necesita su cuota de atención.
Yo no soy de Pablo, no soy de Apolo, no soy Altagraciano, no soy Guadalupano, no
soy de Benedicto… no soy, a punto estoy de lograrlo, de ningún mortal como yo.
Hoy son muchos los fans del Obispo emérito de Roma, los que lloran un pasado
clausurado para siempre. No lloran la muerte de un hombre, su muerte, más que
esperada, era deseada y necesaria, lloran porque quisieran detener el tiempo. El
reloj de la Iglesia, más lento que un reloj de arena, no dejó de existir ayer.
El hoy, vertiginoso, de Francisco se parece muy poco al ayer, parsimonioso, de
Benedicto.
La hermenéutica, continuada o interrumpida, como todas las actividades
intelectuales, experimenta sus ups and downs.
Francisco, no teólogo profesional, pero sí hombre ungido y guiado por el
Espíritu y hombre de gobierno, explorador de los tesoros del Concilio Vaticano
II ha revolucionado algunas cosas y ha engrasado el engranaje herrumbroso de la
vetusta curia y todo se ha acelerado un poco. What a shock!
Benedicto, delicado, humilde, débil de voz y de carácter, mal tuneado para el
gobierno de una gran empresa, renunció a la sede apostólica y eligió la sede
académica. Refugiado en el búnker vaticano dejó de interpretar su partitura sin
renunciar al uniforme y al título de Papa, disminuido con el adjetivo de
emérito, terrible error, algunos de sus fans lo seguían nombrando en el canon de
la misa.
Los eméritos, como todos los ex, son más fuente de problemas que de soluciones.
Lo que no hicieron por falta de energía o de atrevimiento, ahora que se han
quedado sin papel, lo quisieran hacer y critican por lo bajini. Son como el co-piloto
impertinente que no conduce ni deja conducir. Son dobles que confunden al
personal.
Joseph Ratzinger, Obispo emérito de Roma, instalado en su ocaso, con voto de
estabilidad en el cenobio vaticano y custodiado por cuatro monjitas revestidas
de modestia monacal y por su secretario también bunkerizado, oía el palpitar del
mundo y los siete truenos apocalípticos a través de las confidencias de su
secretario.
Georg Gänswein, fidelísimo pastor alemán, es la excepción al dicho, “nadie es
santo para su ayuda de cámara”, de hecho ya ha cogido su ticket y espera en fila
para exigir más títulos para “Su Papa”.
Emérito es una degradación, un final inadecuado. Georg, el que puso las últimas
palabras en la boca del Emérito, en su libro, como rezamos en los juramentos:
”toda la verdad, nada más que la verdad y sólo la verdad”, confidencias en voz
baja en el búnker, pedirá para “Su Papa” el título de Santo y de Doctor de la
Iglesia.
Puestos a hacer santos, ¿por qué no hacer santo al Arzobispo HÉLDER CÁMARA,
Profeta de la justicia, tan apasionado como Isaías?
¿Por qué no hacer santo a PEDRO CASALDÁLIGA, Obispo de Sao Félix do Araguaia que
no necesitó ni anillo ni báculo ni sedas para predicar el Evangelio Eterno?
¿Por qué no hacer santo a DIEGO ACEBES, Obispo de Osma-Soria, compañero de Santo
Domingo de Guzmán y predicador contra la herejía cátara?
¿Por qué no hacer santo a GANDHI que, - sin cinco panes y dos peces y sin ropa-
dio la libertad a todo un pueblo?
¿Por qué no hacer santo a NELSON MANDELA que después de estar enterrado en la
tumba carcelaria resucitó y dio vida a un pueblo y a un continente?
¿Por qué no hacer santo a ANTONIO MACHADO que tenía sueños y éxtasis en la misa
de 12 en la iglesia de Santo Domingo de Soria?
La santidad vaticana, la de los hombres, se compra con muchos cheques, la
santidad, la de Dios se compra en una tienda de todo a 99 céntimos.
“Yo he perdido la fe en los grandes acontecimientos cuando los rodean los
aullidos y la humareda”.
“Hemos nacido para buscar la verdad, poseerla corresponde a una potencia mayor”.
Los periódicos, nuevas portadas y grandes titulares, amanecen viejos cada
mañana. Millones de periódicos, en todas las lenguas del mundo, nos ofrecen sus
noticias locales, nacionales y mundiales. Nos estremecemos ante las tragedias y
las luchas sociales y políticas, anestesiados ante tanta información, no caemos
en la cuenta de que lo único que cuenta es el poder.
El Vaticano, tiny state, es una colmena multicolor: el blanco papal, el
escarlata cardenalicio, el fucsia episcopal, el negro clerical, el arliquinado
de la guadia suiza y el arcoiris laical. Estratos incomunicados.
El Evangelio, demasiado sublime, sólo sirve para predicar sermones piadosos o
apasionados a unos oídos que no lo digieren ni lo rumian.
En la colmena lo único que cuenta es el poder
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