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Los
Católicos somos los únicos que necesitamos añadir un apellido a nuestra
identidad religiosa, “practicantes” o “no practicantes”, no sucede lo mismo con
ninguno de los miembros de las otras religiones.
Los “no practicantes” nunca practicaron de verdad,consumieron, en su infancia,
ritos, parloteo oracional y algunos sacramentos, roña lavable, que no penetró su
piel.
Estos necesitan un lavado evangélico, una metanoia, y descargar el GPS del
Espíritu.
A los “practicantes”, a ustedes, los de misa dominical y lectores de estas
líneas, el Santo, el Amén, el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y
nadie puede abrir, les escribe: “Una cosa tengo contra ustedes, han abandonado
el Amor Primero”.
Nuestras vidas son tan anodinas, tan intramuros, tan monacales que pensamos que
no tenemos pecados. “Al que poco ama poca se le perdona”.
No confiesan sus muchos pecados de palabra, obra y omisión. Rezan mucho, piden
mucho, haban mucho, pero se confiesan poco.
No hacer nada malo es insuficiente.
No hacer nada bueno es pecado.
¿Por qué tienen miedo a escupir el veneno del corazón?
“Un día Zaratustra se había quedado dormido bajo una higuera, y,como hacía
calor, había ocultado la cara bajo el brazo. Entonces se le acercó una víbora y
le picó en el cuello, y Zaratustsra despertó gritando de dolor. Al apartar el
brazo de su cara vio la serpiente, que, al reconocer los ojos de Zaratustra, dio
la vuelta torpemente y quiso escapar.”no te vayas aún -dijo Zaratustra-, déjame
darte las gracias. A tiempo me despertaste, pues aún me queda trecho por
recorrer”. “Poco trecho podrás recorrer ya -respondió la víbora con tristeza-
pues mi veneno es mortal”. Zaratustra sonrió: ¿Ha muerto alguna vez un dragón
por el veneno de una serpiente? Pero toma de nuevo tu veneno: no eres bastante
rica para regalármelo”. La víbora le saltó de nuevo al cuello y le lamió la
mordedura”
Llegaba yo a Zaragoza, en el AVE, desde Madrid sobre las 10 de la noche. Vestía
traje azul marino y camisa negra. La noche era muy oscura. En la Avenida de
Navarra esperaba un taxi. Un hombre casado, de unos cuarenta años, se me acercó
y, de sopetón, me preguntó: ¿Es usted cura?
¿Emitía yo un resplandor especial? ¿Olía a cura?
Dudé, desconcertado, unos segundos y le confesé, sí, soy cura.
Acabo de cometer un “gran pecado”, me dijo, y su peso, en mi conciencia, me está
aplastando.
Necesito escupir su veneno para seguir viviendo.
De la casa de citas del placer venenoso, a la cita con el Dios de la
misericordia.
Recibió la absolución y ligero y alegre y feliz re-dirigió sus pies a su casa de
la que nunca debía haber salido.
Los Católicos “practicantes” aún saben que del puticlub hay que ir al
Confesionario.
Una vez a la semana, un hombre fuerte, podría pasar por un jugador de rugby,
venía a la Rectoría a confesarse face to face. Siempre traía la misma lista,
usaba las mismas palabras, no necesitaba recitar su letanía, me la sabía de
memoria. Pero sabía que necesitaba recitarla.
Terminada la colada del alma, con bicarbonato y abundante lejía, hablábamos del
pecado y los pecados del massage parlor, de alta teología y de los problemas de
Alphabet City. Nos despedíamos hasta la próxima semana.
Bucear en el alma es mucho más que buscar pecados, es enfrentarnos a las
actitudes, las motivaciones y las resistencias que nos empujan a actuar de
determinada manera.
Recomendación del Papa Francisco: “Continuando nuestro camino cuaresmal,
reservemos cada día tiempo para una oración más larga y con más eficacia,
conscientes de que Dios es un Padre que siempre nos escucha y espera nuestro
regreso”.
“Jesús estoy aquí ante Ti, con mi pecado, con mis miserias. Tú puedes librarme.
Sana mi corazón”. Papa Francisco
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