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El Confesionario en la Avenida de Navarra

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Los Católicos somos los únicos que necesitamos añadir un apellido a nuestra identidad religiosa, “practicantes” o “no practicantes”, no sucede lo mismo con ninguno de los miembros de las otras religiones.

Los “no practicantes” nunca practicaron de verdad,consumieron, en su infancia, ritos, parloteo oracional y algunos sacramentos, roña lavable, que no penetró su piel.

Estos necesitan un lavado evangélico, una metanoia, y descargar el GPS del Espíritu.

A los “practicantes”, a ustedes, los de misa dominical y lectores de estas líneas, el Santo, el Amén, el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede abrir, les escribe: “Una cosa tengo contra ustedes, han abandonado el Amor Primero”.

Nuestras vidas son tan anodinas, tan intramuros, tan monacales que pensamos que no tenemos pecados. “Al que poco ama poca se le perdona”.

No confiesan sus muchos pecados de palabra, obra y omisión. Rezan mucho, piden mucho, haban mucho, pero se confiesan poco.
No hacer nada malo es insuficiente.
No hacer nada bueno es pecado.

¿Por qué tienen miedo a escupir el veneno del corazón?

“Un día Zaratustra se había quedado dormido bajo una higuera, y,como hacía calor, había ocultado la cara bajo el brazo. Entonces se le acercó una víbora y le picó en el cuello, y Zaratustsra despertó gritando de dolor. Al apartar el brazo de su cara vio la serpiente, que, al reconocer los ojos de Zaratustra, dio la vuelta torpemente y quiso escapar.”no te vayas aún -dijo Zaratustra-, déjame darte las gracias. A tiempo me despertaste, pues aún me queda trecho por recorrer”. “Poco trecho podrás recorrer ya -respondió la víbora con tristeza- pues mi veneno es mortal”. Zaratustra sonrió: ¿Ha muerto alguna vez un dragón por el veneno de una serpiente? Pero toma de nuevo tu veneno: no eres bastante rica para regalármelo”. La víbora le saltó de nuevo al cuello y le lamió la mordedura”

Llegaba yo a Zaragoza, en el AVE, desde Madrid sobre las 10 de la noche. Vestía traje azul marino y camisa negra. La noche era muy oscura. En la Avenida de Navarra esperaba un taxi. Un hombre casado, de unos cuarenta años, se me acercó y, de sopetón, me preguntó: ¿Es usted cura?
¿Emitía yo un resplandor especial? ¿Olía a cura?
Dudé, desconcertado, unos segundos y le confesé, sí, soy cura.
Acabo de cometer un “gran pecado”, me dijo, y su peso, en mi conciencia, me está aplastando.
Necesito escupir su veneno para seguir viviendo.

De la casa de citas del placer venenoso, a la cita con el Dios de la misericordia.

Recibió la absolución y ligero y alegre y feliz re-dirigió sus pies a su casa de la que nunca debía haber salido.

Los Católicos “practicantes” aún saben que del puticlub hay que ir al Confesionario.

Una vez a la semana, un hombre fuerte, podría pasar por un jugador de rugby, venía a la Rectoría a confesarse face to face. Siempre traía la misma lista, usaba las mismas palabras, no necesitaba recitar su letanía, me la sabía de memoria. Pero sabía que necesitaba recitarla.

Terminada la colada del alma, con bicarbonato y abundante lejía, hablábamos del pecado y los pecados del massage parlor, de alta teología y de los problemas de Alphabet City. Nos despedíamos hasta la próxima semana.

Bucear en el alma es mucho más que buscar pecados, es enfrentarnos a las actitudes, las motivaciones y las resistencias que nos empujan a actuar de determinada manera.

Recomendación del Papa Francisco: “Continuando nuestro camino cuaresmal, reservemos cada día tiempo para una oración más larga y con más eficacia, conscientes de que Dios es un Padre que siempre nos escucha y espera nuestro regreso”.

“Jesús estoy aquí ante Ti, con mi pecado, con mis miserias. Tú puedes librarme. Sana mi corazón”. Papa Francisco