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“Los
fieles, como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al
escuchar y otros al predicar”. La Alegría del Evangelio nº 135
Cuando un cura predica y nadie le cuestiona, se siente satisfecho, y se dice:
misión cumplida. Se refugia en la sacristía y es el único que no sufre. Ha leído
cuatro homilías en una sin mirar a su auditorio y no ha visto el sufrimiento en
la cara de sus feligreses.
La predicación es un arte y una gran responsabilidad.
Predicar no es leer, es hablar con y para un pueblo que es también dueño del
Evangelio. No se trata de demostrar que sabe más que sus fieles sino que ha
orado más, que ha reflexionado más sobre el texto bíblico que “es el fundamento
de la predicación”, Papa Francisco dixit.
El Papa y los presidentes de las naciones tienen quienes les escriben sus
discursos, ellos ponen la voz y la auctoritas del cargo, los curas tenemos los
sermones a golpe de un click en Google, ahorro de energía, de tiempo y de
oración.
Don Manuel, párroco de Noviercas, años antes del Concilio Vaticano II,
consciente de que no tenía “oratoria” y sabedor de las quejas y del sufrimiento
de la feligresía se propuso hacer los deberes para mejorar el arte de la
predicación. Grababa sus sermones, los escuchaba en su despacho y expiaba sus
pecados contra la oratoria.
Yo, su monaguillo, no entendía de oratoria sagrada, pero sí oía el magnetofón, y
muchos años más tarde caí en la cuenta de su sentido del deber profesional y
pastoral.
Father Joe, sacerdote muy mayor de la diócesis de New York, que había predicado
muchos sermones al margen de la Palabra de Dios y contra los pecados de la
carne, me confesaba: los Protestantes, cuyo Papa es la Biblia, a todas horas
presentes en los medios de comunicación, tan entusiastas y tan largos en sus
sermones, nos han enseñado a predicar bíblicamente.
El Papa Francisco, en la Alegría del Evangelio nos ha regalado unas hermosas y
muy útiles reflexiones sobre la Homilía.
Cuando al principio de la Eucaristía oigo la consabida cantinela, hoy, es
“memoria obligatoria”, tiemblo. Tiemblo porque sé que la homilía comenzará con
la fecha del nacimiento de San Abundio de Como, los lugares que visitó,la fecha
de su muerte y la de su canonización y algunas baratijas más.
Afortunadamente para unos y desgraciadamente para otros, todos los Abundios
están en la Wikipedia.
Ese día, el Tú solo Santo y las lecturas se caen del guión y nos convertimos
todos en sufridores
y hasta el predicador sufre. Los lugares y las fechas no seducen a nadie.
En los 24 números sobre la Homilía del Papa Francisco no se menciona ni una sola
vez la palabra “santos”, sí nos manda estudiar la Palabra de Dios y no
manipularla.
“EL predicador debe ser el primero en tener gran familiaridad con la Palabra de
Dios”.
Francisco de Asís solía recorrer las calles del pueblo con un hermano que quería
aprender a predicar.
Daban de comer al que tenía hambre, visitaban al enfermo, vestían al desnudo,
hacían limosnas…
El hermano, un día, cansado de hacer lo mismo día tras día, le dice a Francisco,
¿pero cuándo me vas a enseñar a predicar?
Francisco le contestó, pero si y estamos predicando y si esto no basta
acudiremos a la Palabra y a las palabras.
El Arte de predicar es propiedad de unos pocos, todos predicamos con nuestra
vida y, a veces, con el arte de la pequeña predicación.
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