Distracciones Litúrgicas

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Los anuncios en la televisión son mucho más que un fastidio, son una interrupción malvada. “Perdonen. Hay que hacer caja”, oigo en una emisoria de radio.

Cuando estás atrapado en la tertulia o en la trama de la película se nos interrumpe sin más para vendernos el último gadget electrónico o el mejor remedio para la hemorroides.

Ser espectador, aun del mejor show, tiene su carga de penitencia.

El calendario litúrgico de la Iglesia española está lleno de anuncios piadosos, de interrupciones.

La epacta, libro que regula la liturgia de los 365 días del año, está presente en todas las sacristías del país. Consultarla es una obligación, leer las lecturas que se van a proclamar en la eucaristía es una heroicidad y a lo imposible nadie está obligado.

Yo me acuso de no dejarme interrumpir por los anuncios de la epacta.

Eso que la epacta llama memoria libre, memoria obligatoria y, por favor, no se olviden de la letra pequeña, recordatorio de todo lo anécdotico: fiestas locales, fecha de la ordenación del obispo del lugar, de su jubilación o de su muerte...me parece una devaluación idólatra de lo esencial.

“Haced esto en memoria mía”, este mandato no me remite a San Pancracio sino a Jesucristo.

Los santos son dignos de admiración pero no pueden ser el velo que nos oculte al Tú Solo Santo.En muchas iglesias los santos son como los anuncios de la televisión.

Conozco a muchos curas para quienes la memoria obligatoria es lo esencial, el resto es literatura.

Sí, me molesta y mucho que unas fiestas irrelevantes: día de difuntos, dedicación d la basílica de Letrán y otras semejantes, interrumpan el Día del Señor y nos priven de la lectura continua del evangelio de Mateo.

Estas interrupciones, distracciones litúrgicas, nos cortan la conversación dominical, nos sacan de la autopista llamada Jesucristo y nos llevan por caminos secundarios y anodinos.

La lectura continua de la Palabra de Dios fue una magnífica intuición, un remedio eficaz para hacernos recorrer las páginas principales de la Biblia a los católicos, esos analfabetos bíblicos, que difícilmente podrían citar una frase o un pasaje bíblico.

Las iglesias protestantes, más bíblicas que sacramentales, más púlpito que mesa, pura coincidencia o plagio, están todos los domingos en la misma página del Libro que nosotros. Y, por supuesto, tienen menos distracciones que nosotros.

Los santos, esos gigantes dopados con la droga de la santidad, son hombres y mujeres que han vivido coram Deo sin más.

Este tema, tal vez menor, lo he discutido muchas veces, pero no he conseguido convencer a los que obstinadamente bucean en la epacta.