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Los
anuncios en la televisión son mucho más que un fastidio, son una interrupción
malvada. “Perdonen. Hay que hacer caja”, oigo en una emisoria de radio.
Cuando
estás atrapado en la tertulia o en la trama de la película se nos interrumpe sin
más para vendernos el último gadget electrónico o el mejor remedio para la
hemorroides.
Ser
espectador, aun del mejor show, tiene su carga de penitencia.
El
calendario litúrgico de la Iglesia española está lleno de anuncios piadosos, de
interrupciones.
La
epacta, libro que regula la liturgia de los 365 días del año, está presente en
todas las sacristías del país. Consultarla es una obligación, leer las lecturas
que se van a proclamar en la eucaristía es una heroicidad y a lo imposible nadie
está obligado.
Yo me
acuso de no dejarme interrumpir por los anuncios de la epacta.
Eso que
la epacta llama memoria libre, memoria obligatoria y, por favor, no se olviden
de la letra pequeña, recordatorio de todo lo anécdotico: fiestas locales, fecha
de la ordenación del obispo del lugar, de su jubilación o de su muerte...me
parece una devaluación idólatra de lo esencial.
“Haced
esto en memoria mía”, este mandato no me remite a San Pancracio sino a
Jesucristo.
Los
santos son dignos de admiración pero no pueden ser el velo que nos oculte al Tú
Solo Santo.En muchas iglesias los santos son como los anuncios de la televisión.
Conozco
a muchos curas para quienes la memoria obligatoria es lo esencial, el resto es
literatura.
Sí, me
molesta y mucho que unas fiestas irrelevantes: día de difuntos, dedicación d la
basílica de Letrán y otras semejantes, interrumpan el Día del Señor y nos priven
de la lectura continua del evangelio de Mateo.
Estas
interrupciones, distracciones litúrgicas, nos cortan la conversación dominical,
nos sacan de la autopista llamada Jesucristo y nos llevan por caminos
secundarios y anodinos.
La
lectura continua de la Palabra de Dios fue una magnífica intuición, un remedio
eficaz para hacernos recorrer las páginas principales de la Biblia a los
católicos, esos analfabetos bíblicos, que difícilmente podrían citar una frase o
un pasaje bíblico.
Las
iglesias protestantes, más bíblicas que sacramentales, más púlpito que mesa,
pura coincidencia o plagio, están todos los domingos en la misma página del
Libro que nosotros. Y, por supuesto, tienen menos distracciones que nosotros.
Los
santos, esos gigantes dopados con la droga de la santidad, son hombres y mujeres
que han vivido coram Deo sin más.
Este tema, tal vez menor, lo he discutido muchas veces, pero no he conseguido
convencer a los que obstinadamente bucean en la epacta.
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