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“Pero
para descubriros completamente mi corazón, amigos, si hubiese dioses, !cómo iba
a soportar no ser Dios! Por lo tanto no existen los dioses”.
Entro
en el Ajax Bar de Pastriz, hora del fútbol, juega el Zaragoza, lleno total.
Hombres, sólo hombres, gritando desaforadamente, suenan palabras malsonantes,
insultantes, vocabulario básico, viril, necesario, rural, el de la vida
cotidiana...ya empieza a gustarme.
Ninguno
de esos varones sabe quién ha entrado, no me conocen, no son clientes míos.
Me abro
un hueco entre dos jóvenes tatuados y pido un cortadito.
Buenas
tardes. ¿Quién es usted? Me pregunta el de mi izquierda.
Soy el
cura del pueblo.
Usted
no es muy conocido, pero me han contado que en el funeral de la Emilia soltó un
sermón estupendo, todos atentos y sonrientes.
Sí, me
salió vibrante y creíble y un tanto divertido, me gusta interactuar con los
asistentes, especialmente con los treintañeros despistados e ignorantes, y
hacerles parte del sermón.
Sí,
aquí no soy conocido, pero ahí ”arriba” me conocen bien. Envío mis crónicas al
“Heraldo del Cielo”, periódico que edita San Lucas, ¿lo conoces?, y son muy
leídas y comentadas. Envío material para la próxima edición del libro de San
Lucas.
La
verdad es que ningún hombre de este bar me conoce.
En mi
bar no servimos cervezas IPA, ni Lagunitas ni Blood of the Unicorn, sólo
servimos bebidas para los tísicos del alma y esas enfermedades, Made in China,
que importamos de Asia.
Yo creo
que la tuberculosis del alma es más peligrosa y más contagiosa. ¿Te has hecho un
chequeo últimamente? Si vienes un día te ofreceré una consumición gratis, el
elixir del perdón.
De eso
hablaremos en otra ocasión, Mosén.
Me
gusta el anonimato urbano y el rural. Soy un E.T.
Me
confesaba Aarón, padrino de bautismo de un niño, “yo no soy de Zaragoza, yo soy
rural, de Movera. No soy lector, no conozco ni un versículo de la Biblia, no voy
a la iglesia, no sé si existe Dios y si existe no lo necesito”.
La asistencia
a misa y demás devociones del culto católico, ayer tan numerosas y tan
concurridas, cada santo tenía su triduo o su novena, han sido sustituidas por
las diversiones y entretenimientos que la sociedad procura.
En el mundo
rural aún perviven algunas tradiciones, más como folklore que como
espiritualidad, y son cosa de mujeres muy mayores.
Los hombres
conversan en el bar, diálogos sobre alfalfa, confesiones sobre su filiación
política y sindical, elogio de sus aventuras eróticas, sobre todo lo humano sin
rozar lo divino.
Ser religioso, en el mundo rural, es ser poco hombre.
Los
niños aguantan unas sesiones semanales de aburrimiento obligatorio y son
despedidos con chuches por las puertas giratorias. En las iglesias, sin hombres
y sin padres, los niños, huérfanos, seguirán el ejemplo de sus mayores y la
dejarán para unas pocas mujeres.
La
última encuesta del CIS, en lenguaje de bar, es acojonante.
A nivel
nacional el 64,2 % de los españoles no entra en las iglesias. El termómetro de
la increencia ha subido 9,1 % en los diez últimos años.
Los
hombres, los mayores de edad, entre 18-34 años, sólo un 4,4% entran en las
iglesias alguna vez.
Los
jubilados, 65 años y más, no revientan el termómetro, se quedan en un
insignificante 26 %.
Las
estadísticas, en el mundo rural, son apocalípticas. ¿El 0,1 %?
El
mundo entero se moviliza para evitar una catástrofe ecológica. Sólo tenemos un
Planeta y no existe plan B. Salvemos el Planeta.
El
cambio climático de la Fe es mucho más dramático. Y sí hay plan B.
En mis
diálogos en el bar me asusta la violencia verbal con la que muchos hombres
expresan su negativa a participar y pertenecer a la Iglesia.
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