¿”De
qué le sirven a los SANTOS nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma
solemnidad que celebramos?
¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre Celestial los
honores que les había prometido verazmente el Hijo?
¿De qué les sirven nuestros elogios?
Los santos NO necesitan de nuestros honores, ni les añade NADA nuestra devoción.
Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo.
Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un
fuerte deseo”.
“El primer deseo es el de gozar de su compañía en la comunión de TODOS LOS
SANTOS”.
Las imágenes de los santos, con diploma vaticano, cuantas menos mejor, según San
Bernardo, son distracción para los monjes y gran obstáculo para encontrar a Dios
a través de la Escritura.
¿Cuántas veces no me he distraído yo contando las flechas que luce San
Sebastián?
Su seriedad juvenil y su figura sin cogullas, sin túnicas talares, semidesnudo,
sobresale en todos los retablos.
Las santas de Zurbarán: las Casildas, las Águedas, las Lucías, las
Catalinas…vestidas principescamente para la pasarela, procesionan delante de
nuestros ojos, ávidos de belleza, más para el goce estético que para la oración.
Las “santas de la casa de al lado”, las vecinas de Zurbarán, pobres de
solemnidad y pobres de espíritu y sin espónsors, se cubrían con sayas oscuras,
negras y tristes.
“Los santos NO necesitan de nuestros honores, ni les añade nuestra devoción”,
San Bernardo, el Doctor Melifluo, dixit. Y yo repito sin cansarme.
Los católicos, adictos a los santos, los califican de santazos, santos y
santitos. Todos, sin excepción alguna, si volvieran a la tierra y leyeran sus
biografías y vieran sus estatuas colocadas en vitrinas en las iglesias se
escandalizarían y se rasgarían las vestiduras y nos gritarían el versículo 10
del capítulo 19 del Apocalipsis:
“Caí a sus pies para adorarlo, pero él me dijo: “yo soy como tú y como tus
hermanos que mantienen el testimonio de Jesús; a DIOS HAS DE ADORAR”.
Idolatría light, honores hawaianos de guirnaldas y canciones elogiando virtudes
superheróicas, virtuales.
Honrar a los muertos “no les añade nada”, no se quejan, no se enteran de nada,
plenamente felices en la vida nueva, la verdadera, se ríen de nuestras
devociones y exageraciones virales.
Los científicos, en sus laboratorios, trabajan incansablemente para descubrir
medicamentos y vacunas nuevas que nos liberen de la última plaga, del último
virus. En silencio, sin focos, sin facebook, mejoran la vida de la humanidad y
del planeta tierra.
Héroes anónimos, no esperan nada, no aspiran a ningún título, a ningún diploma,
a ningún Premio Nobel. El trabajo bien hecho, vocación realizada, humanidad
servida, es su premio.
Los cristianos, más pecadores que santos, vivimos día a día la vocación
cristiana y crecemos en la amistad del Dios que nos redime y nos santifica.
En el Dicasterio para la Causa de los Santos son legión los hombres y mujeres
que están en la rampa de salida de la santidad y no acaban nunca de despegar
porque falta un sello, una firma, un cheque más, le falta maquillaje al
interesado, falta revisar y ampliar su Curriculum Vitae, falta un calzador más
grande…falta la última rúbrica, un milagro épatant.
Los postuladores, viven entre cita previa y cita previa, unos, resilientes,
persisten hasta conseguir el lift off, !qué alivio!, otros, la bolsa vaciada, se
rinden. Amén
Vivimos la fiebre de la santidad comprada, la de una escayola más en el retablo
de la congregación. No lo entiendo, nos preocupa más la santidad del pasado que
la del presente, de los santos vivos.
Olvidamos que el primer nombre de los seguidores de Jesús fue el de “santos”.
San Pablo lo dice.
El deseo de San Bernardo es estar reunido con los santos titulados y los sin
título, que son muchísimos más, pero mucho mejor es vivir con los santos en la
tierra.
“God, I am a mere breath. But it is your breath I breathe, not mine”.