|
El
Cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, anunció desde el púlpito de San Patricio,
hace unas semanas, el cierre o fusión de 112 parroquias de su Diócesis.
Los
afectados derramaron muchas lágrimas, otros prometieron luchar para que esas
puertas santas no se cerraran para siempre, otros simplemente coleccionan
vivencias y recuerdos y aceptan resignadamente la decisión del jefe.
Este
fenómeno no es nuevo en las Diócesis de Estados Unidos. Este último anuncio,
cuasi apocalíptico, llama tanto la atención por la cantidad de templos
condenados a muerte por insuficiencia de fondos en el banco.
En la
calle 12, entre la Avenida A y la B, la iglesia de María Auxiliadora en la que
yo he celebrado la misa, hoy es un solar que ha sido vendido por 40 millones de
dólares.
En la
calle 12 y la Avenida D la iglesia de San Emérico de la que fui administrador
durante un año, hoy cerrada, espera comprador.
En la
calle 12 y la tercera Avenida, la iglesia de Santa Ana, lleva unos años cerrada.
En su solar la New York University ha construido una gigantesca torre de
apartamentos para sus estudiantes. Han conservado la fachada de la iglesia,
gesto tierno e inútil, para recordar un pasado sin memoria.
New
York, the city that never sleeps, se renueva continuamente, los negocios no
piensan son acción pura, no es como la Iglesia Católica que tiene miedo a la
novedad.
El peso
de la historia, la vetustez de sus muros y la ancianidad de su jerarquía la
obligan a caminar tan pausadamente que parece inmóvil.
La
verdad es que no debería tener miedo ya que tiene asegurada la supervivencia a
pesar de sus muchos pecados. “Las puertas del infierno no prevalecerán contra
ella”.
La
doctrina puede ser inmutable, eterna, pero las personas no lo son. Las personas
mueren, se mudan de barrio, cambian de religión y las iglesias se vacían, se
quedan sin colectas y sin dineros y como en cualquier negocio ruinoso se baja la
persiana y se cierra.
Cerrar
una iglesia es una tragedia. La identidad de muchas personas viene dada, más que
por los datos de su DNI, por su pertenencia a una iglesia concreta. La fidelidad
y defensa de su parroquia es total. Cuando se cierra muere una parte de sus
vidas.
No me
imagino la Diócesis de Madrid o de Zaragoza emprendiendo semejante revolución,
tal vez no la necesiten, pero es que ni siquiera se lo plantean. En este país la
gente quiere tener la iglesia- supermercado a la puerta de la casa, pero que la
mantengan otros.
En
España el mundo rural ha sido abandonado no por una planificación sesuda y
arriesgada, simplemente el mundo rural está muerto en muchas partes y nadie se
queja. Con tal de que el Día de la Fiesta del Santo Patrón suenen las campanas,
se haga la procesión de siempre con el santo mientras se habla del tiempo con
eso basta.
Nadie
se va a resgar las vestiduras porque las campanas no convoquen a nadie los
domingos y la puerta no se abra, ya se abrió el día del patrón, el único que
conocen.
En esta
España democrática, agnóstica y atea los templos sólo se llenan en los
funerales. Sólo se celebran acontecimientos sociales: primeras comuniones y
bodas.
Los
templos abundan en el casco viejo de las ciudades, reducto de una población
vieja, y aunque sobren los templos, nadie los tocará.
Ahí
están , patrimonio de la humanidad, monumentos históricos, para estudiosos y
turistas. Cierto, hay que conservarlos, pero si han perdido su finalidad
original, ¿por qué no ponerlos al servicio de la sociedad?
La
pequeña iglesia donde rezaban los Vanderbilt, en la Ladies Mile de New York,
ayer fue una discoteca y hoy es un centro comercial. Su envoltorio
arquitectónico sigue siendo el de una hermoso templo.
Europa
se muere de vieja. Sobran templos, sobran curas, más de cincuenta curas hay en
las seis parroquias de mi arciprestazgo de Zaragoza, y faltan fieles.
Mutatis
mutandis lo mismo podría decirse de los colegios religiosos, -sin religiosos,
sin religión, sin Dios, pero con mucho folclore el día del fundador.
|