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“La
montaña del Sinaí humeaba… Su humo se elevaba como el de un horno y toda la
montaña temblaba con violencia”. Ex 19,18
Moisés, entre truenos y relámpagos, recibió de las manos de Yahvé las dos Tablas
de la Ley.
Las Tablas, de igual superficie, contenían las Diez Palabras, lo que nosotros
conocemos como el Decálogo, los Diez Mandamientos.
Si leemos el capítulo 20 del Libro del Éxodo, leeremos el texto original, el
escrito por el dedo de Dios.
Los cinco primeros mandamientos versan sobre la relación del hombre con su
Creador, con Dios. El texto, larguísimo, está escrito con letras muy pequeñas, y
en la distancia resulta difícil de leer. Estos cinco mandamientos llenan la
Primera Tabla.
Los otros cinco mandamientos, los que llenan la Segunda Tabla, versan sobre las
relaciones del hombre con sus semejantes, con el prójimo. Son concretos, cortos,
dos palabras: NO MATAR, NO FORNICAR...para llenar el espacio están escritos con
mayúsculas y son visibles y legibles a distancia.
¿Qué Tabla leyeron los Israelitas cuando Moisés bajaba del Sinaí con las dos en
la mano?
La Segunda, la de los NOES, la de las relaciones interpersonales. Dios puede ser
el Número Uno, pero no se enoja si somos más defensores de los derechos de los
hermanos que de los suyos.
Cuando a Jesús le preguntaron por el Primer Mandamiento, como era un judío
practicante, no sólo supo contestar sino que tuvo la genial idea de unir Éxodo y
Levítico 19,18 y fundirlos en uno. Amar a Dios y amar al prójimo son las dos
caras de la misma moneda.
Todos los seguidores de Jesús, vivimos la tensión entre la fidelidad a Dios y la
fidelidad a la tierra y a los hombres.
Si usted tuviera que elegir entre la Primera Tabla y la Segunda, ¿cuál de las
dos elegiría usted?
El Presidente Biden, educado entre monjas y curas, católico, de misa dominical y
de comunión, de miércoles de ceniza y de siempre, nunca ha ocultado su fe y su
catolicismo. Conoce su parroquia y sus párrocos. La fe Católica es esencial en
su vida y no la va a abandonar.
Yo sé que ha elegido la Segunda Tabla sin descuidar la Primera.
El país está profundamente dividido, hemos vivido episodios vergonzosos,
protagonizados por un personaje que busca y se regocija en la división.
La Iglesia Católica está también profundamente dividida, no hay, ni habrá ningún
asalto a la Catedral de Washington, pero los asaltos verbales son agrios y
estridentes.
Son muchos los Obispos y curas que piden la excomunión de Biden.
“Joe Biden eats and drinks his own spiritual Death” leo en Crisis Magazine.
“Biden come y bebe su propia Muerte Espiritual”.
El Arzobispo Naumann escribe: “Biden debería dejar de definirse como católico”.
El Presidente de la Conferencia Episcopal, Arzobispo Gomez, lamenta “el avance
moral del mal que amenaza la vida humana y su dignidad muy gravemente en el tema
del aborto, la contracepción, el matrimonio y gender”.
No le perdonan no ser pro-life. Los Obispos enfocan su cámara a la moral sexual
y ahí empieza y termina la ortodoxia y no consiguen que su rebaño sea fiel a sus
enseñanzas.
Biden acepta la doctrina de la Iglesia y jamás la violaría y desearía que nadie
lo hiciera, -ni siquiera los católicos- pero no la quiere imponer a los otros.
“Pope Francis is a Biden fan, but some US Catholic leaders give President a
frosty reception”, reza un titular de Los Angeles Times. Francisco es un fan de
Biden, pero algunos líderes católicos le dan una gélida acogida. Se sentían más
cómodos, se me para el corazón con sólo pensarlo, con Trump.
Biden tiene un retrato del Papa Francisco en su despacho.
Biden no es un hereje. Si tuviéramos que negar la comunión a los católicos
laodiceos y medio-herejes y paganos que asisten a nuestras eucaristías no
comulgaría nadie.
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