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Yo
crecí con la Misa Tridentina y fui monaguillo de Don Manuel, mi cura y mi
párroco, santo sin título ni corona de hojalata, y decía, sin saber lo que
decía, Ad Deum qui laetificat juventutem meam, al comenzar la misa T.
Yo no
echo en falta la Misa T y nunca la he celebrado y estoy convencido de que mis
feligreses de NYC, de Zaragoza y de Soria tampoco la echan en falta. Y los
jóvenes! ¡Ojalá echaran algo en falta!
No sólo
los monaguillos no sabíamos latín y el pueblo de Dios no entendía lo que oía,
los mismos curas leían textos que no entendían, el latín era para ellos tan
ajeno como para sus aburridos alumnos.
No he
leído todavía la Carta Apostólica del Papa Francisco, Dios lo bendiga,
Traditionis Custodes, publicada el 16 de julio 2021 y me sorprende que “limitar”
su celebración haya causado tanta histeria. La jauría de siempre huele sangre.
Asistir
a la misa en griego, lengua en la que fueron escritos los evangelios, o en
latín, la lengua del Imperio, o en las lenguas vernáculas, es un tema menor que
no merecería mayor atención.
Los
conservadores, los tridentinos, se han vuelto histéricos, much ado about nothing,
y en sus blogs y en sus webs tocan a rebato como si de Armageddon se tratara.
Hasta
The New York Times acaba de publicar un artículo con título catastrofista: “Pope
Francis is tearing the Catholic Church apart”. El Papa Francisco está
desgarrando la Iglesia Católica. El latín ahondará el foso que separa a los
tridentinos de los progresistas, como si de Montescos y Capuletos se tratara.
Texto que quieren convertir en tragedia.
“Los
obispos deben ahorrar a los sacerdotes y a los fieles los horrores de la
Traditionis Custodes inmediatamente”, leo en un blog.
Tradición y Traidores, reza otros.
Todos a Roma. Peregrinación a Roma en Octubre para, a las puertas del Vaticano,
pedir la preservación de la Misa T.
El 15
de agosto, Fiesta de la Asunción de la Virgen, en la catedral de Filadelfia se
celebró una Misa Pontifical T, todos los ingredientes, sin olvidar ninguno,
estuvieron presentes: la mitra, la casulla, los guantes bordados, las dalmáticas
, todo bordado con hilos de oro, reivindicando la alta costura litúrgica,
roquetes con elegantes puntillas, bonetes imposibles, kilos y kilos de ropajes
tridentinos para revivir y glorificar el pasado y aparejar a los oficiantes.
La Misa
Tridentina es la respuesta a Lutero, innovador de la lengua vernácula en la
liturgia y traductor de la Biblia al alemán. Lutero, heraldo de la Biblia, la
puso en manos del pueblo, nosotros hemos tenido que esperar al Concilio Vaticano
II, es decir a ayer, para decir que es importante y empiecen a desempolvarla.
Monseñor
Lefebvre inició su particular berrea histérica, dio la espalda al Concilio
Vaticano II y al pueblo y eligió Trento.
Hoy los
histéricos conservadores, los que miran al Papa de Trento, se olvidan de las
palabras de Jesús: “Créeme, mujer, ha llegado la hora en la que no se adorará al
Padre ni en este monte ni en Jerusalén. Los verdaderos adoradores adorarán en
Espíritu y en Verdad”.
La
Iglesia de Jesucristo, extendida por toda la tierra, proclama su fe, celebra su
fe y lee la Palabra de Dios en todas las lenguas del mundo con las que los
hombres se comunican con Dios y con sus hermanos los hombres.
“Dejen
que los muertos entierren a los muertos”.
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