El
Sínodo de la Sinodalidad no ha distraído ni ha entretenido a los feligreses.
Pocos son los que se han interesado por el crucero romano. El Capitán del barco
y su tripulación, entre oraciones y diálogos civilizados, han consumido un mes
con pequeñas amenidades y han dejado varios platos sin consumir. Seguro que
volverán a recocinarlos en futuros sínodos sin adjetivos.
¿Mucho ruido y pocas nueces?
Los cinco jinetes del Apocalipsis con sus Dubias han alborotado más al personal
que las cuarenta mujeres sinodales.
A mí me preocupan mucho más los Dubias del Qohelet que los Dubias de los cinco
Magníficos Cardenales.
¿Quién le dirá al hombre lo que va a suceder en el futuro bajo el sol? Ecl 7,12
¿Quién sabe si el aliento de vida del hombre sube arriba y el aliento de vida
del animal baja a la tierra? Ecl 3,21
“Los zigurats de Babilonia y las pirámides de Egipto, de muy ancha base y de
cima muy puntiaguda, fueron símbolos visibles de la jerarquía. La religión fue
el ropaje de la santidad, vestido para cubrir el ejercicio del desnudo poder”.
Pablo VI, escrutador de los signos de los tiempos, un buen día tuvo la inspirada
ocurrencia de bajar de su silla gestatoria, quitarse la tiara, peso cósmico,
vanidad de un poder inexistente, y enviarla al museo de las reliquias, renunció
al poder y eligió servir a la verdad.
El Papa Francisco huyó del zigurat vaticano y se refugió en la Residencia Santa
Marta, el albergue de los funcionarios del Vaticano. Y como Moisés le dijo al
Señor: “¿He concebido yo todo este pueblo? Yo solo no puedo cargar con todo este
pueblo, pues supera mis fuerzas”. Nm 11,12-14
El Señor le asignó un centenar de ancianos purpurados. Y ante algunas quejas
malévolas, Moisés exclamó: “Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu
y profetizara”. Nm 11,14
El Sínodo de la Sinodalidad, convocado por el Papa Francisco, ha ensanchado
tanto la base de la pirámide que, rebajada y casi vaciada, tiene a los Cinco
Magníficos Cardenales: Burke, Sarah, Brandmüller, Juan Sandoval y Zen-Kiun y a
unos cuantos cualificados funcionarios al borde de un ataque de nervios, en
estado de emergencia roja.
Romper la cadena jerárquica, cardenales y obispos, línea masculina, e incluir
presbíteros y laicos, hombres y mujeres con voz y voto, es romper no sólo con la
tradición sino con la constitución jerárquica de la Iglesia. Dios los creó,
hombre y mujer, macho y hembra, “a su imagen” “tzelem elohim”, el proyecto de
Dios tiene que conjugarse en masculino y femenino.
La Iglesia es mucho más que un montón de mitras y sotanas, monopolizadores del
Espíritu, es el pueblo de Dios, santo y sacerdotal, ungidos con el mismo crisma,
sellados con el sello del Espíritu e hijos del mismo Padre.
Francisco, homilía tras homilía, maldiciendo el clericalismo, para llevar a cabo
su visión de la Iglesia, semper reformanda, tiene que liquidar el Sínodo de los
Obispos e instaurar el Sínodo de la Iglesia.
La Iglesia del siglo XXI, siglo del Espíritu, no acaba de sacudirse el peso de
la Roma Imperial,ni de la Edad Media: vestimentas principescas y títulos
pomposos, Su Excelencia, Su Eminencia Reverendísima, Monseñor,
Reverendo…cortafuegos que separan y silencian.
“No será así entre vosotros, al contrario, si alguien quiere ser grande entre
vosotros que sea vuestro servidor”, dice el único Maestro.
El Sínodo de la Sinodalidad, fase I, ha terminado.
Los platos no cocinados: las uniones del mismo sexo, el mundo queer no
mencionado en el informe, el diaconado de las mujeres, el celibato de los
presbíteros, la situación de los re-casados…mucho sexo, el sexo lo inventó Dios,
lo bendijo Dios, lo declaró “muy bueno” y los clérigos , eunucos por el reino,
lo legislaron detenidamente, con puntos y comas.
Estoy seguro de que las Iglesias locales, dueños de sus garitos, al margen de
cánones, los interpretarán y guiarán a sus fieles.
No me gustan las afirmaciones del Papa Francisco: “Los Luteranos ordenan a las
mujeres, pero aun así la gente no va a la iglesia. Sus sacerdotes se casan, pero
no por eso tienen más ministros. El problema es cultural. No deberíamos ser
ingenuos y pensar que los cambios nos darán la solución”.
No se trata, Francisco, de llenar iglesias ni de tener más curas, se trata de
respetar el plan de Dios, de respetar la dignidad del hombre y de la mujer.
La solución es dejar que el hombre sea plenamente hombre y la mujer sea persona
con los mismos derechos y la misma dignidad que los varones. Lo del sexo no es
cosa de Dios, es cosa y obsesión de los funcionarios de la religión.