AUSTERIDAD vs AVARICIA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

.  

 


“En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”, leía ayer en Luces de Bohemia de Valle Inclán.

Desde 1924, fecha de su publicación, a este 2013 parece que nada ha cambiado. La vida sigue igual, ahora “el robar y el ser sinvergüenza” se promociona y se celebra.

Bárcenas y los miles de Bárcenas, títeres de oro, son los actores siempre presentes en el escenario de este esperpento nacional.

En estos tiempos de vacas famélicas, vivir resignado e indignado no es la solución. Todos deberíamos vivir sublevados. La única guerra justa que existe es la guerra contra la pobreza y la miseria que sufren más de cinco millones de españoles y millones de seres humanos que pueblan el mundo. Son muchos los recortes que se pueden hacer, pero lo único que no se puede recortar es la ayuda a los necesitados.

Guerra contra la avaricia, gusano incrustado en el corazón del sistema y alimentado por nuestros tiñosos gobernantes.

La avaricia es el principio que guía a la jauría de ladrones que presiden los negocios. Ya no nos exprimen y roban a punto de pistola, a los profesionales del robo una pluma y una firma o un click en las teclas del ordenador les basta.

Hace unos días, Boris Johnson, alcalde de Londres, pronunció un vibrante sermón sobre las excelencias de la avaricia.

“La avaricia es un valioso acicate para la actividad económica. Lo enfatizo, no creo que la igualdad económica sea deseable, un cierto grado de desigualdad es esencial para el espíritu de la envidia y para mantenernos al nivel de nuestros vecinos. Sería equivocado perseguir a los ricos y una locura reprimir la riqueza e inútil erradicar la desigualdad”.

¿Es Mr. Johnson un lunático, un Juan Bautista predicando en el desierto? Sus seguidores son legión. No vocean el mensaje, simplemente lo cumplen al pie de la letra y lo imponen desde el poder.

Yo me temo que en todo ser humano, incluidos los más filantrópicos, los más socialistas, los más religiosos y los más católicos, la avaricia anida en sus entrañas y es la espuela que aguijonea sus vidas.

Lo insultante es que los gobernantes y los millonarios nos prediquen e impongan la austeridad desde sus púlpitos dorados, mientras celebran banquetes pantagruélicos y anuncian un juguete para los niños que necesitan comida y cariño.

El mundo es de los avariciosos, los del 1%. El 99% vivimos en la austeridad. Unos pocos, muy pocos abrazan la austeridad, no acumulan, comparten y eliminan con alegría unos ceros de sus cuentas corrientes para aliviar el sufrimiento de los pobres. Vive sencillamente, predica Caritas, para que sencillamente otros puedan vivir.

Las Iglesias siempre han predicado la austeridad a pesar de engordar sus cuentas suculentas y como no se fían de Dios no se atreven a dejarlas a cero.

El Papa francisco acaba de predicar sobre la tiranía del dinero. “Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la iniquidad”. Esta economía mata”. “La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera”.

Los profetas bíblicos son mucho más dramáticos que la oratoria vaticana. A Dios le importa un bledo el culto y los pecados religiosos, lo único que le importa es la justicia y la ayuda a los huérfanos, las viudas y los forasteros, el factor moral. Dios quiere unas relaciones justas, no el culto. Toda injusticia es un sacrilegio. Queda eliminado el automatismo del culto rutinario que no sirve de nada.

El Papa Francisco ha sido siempre un hombre austero y lo sigue siendo en la jaula dorada que es el Vaticano, gesto alabado por los de casa y especialmente por los que se alejaron de la Iglesia.

La austeridad personal es admirable y recomendable, pero tiene que ir mucho más lejos. La institución vaticana, episcopales y las congregaciones religiosas que imponen la austeridad y la pobreza más estricta a sus miembros no son modelo ni de austeridad ni de generosidad, acumulan dineros en sus cuentas y no dan cuenta a nadie.

El Black Friday ya se ha instalado en nuestra sociedad. La veda de las compras levantada, unos sucumbirán a la avaricia de las rebajas y compras innecesarias y otros más austeros pensarán más en las necesidades de los demás que en las suyas.

La Primera Navidad no fue austera, fue pobre de solemnidad. ¿Cómo será la Navidad del 2013, la mía?