HOMILÍA DOMINICAL - CICLO C

  Quinto Domingo de Pascua

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Hechos 14, 21-27; Apocalipsis 21, 1-5;
Juan 13, 31-35

EVANGELIO

Cuando salió Judas del cenáculo, Jesús dijo: -Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él (si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará).

Hijos míos, me queda poco por estar con vosotros.

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.

 

HOMILÍA 1

Una vez un hombre preguntó: ¿Hay algo más hermoso en la vida que un muchacho y una muchacha cogidos de la mano y de corazón puro camino hacia el matrimonio?

Y una madre contestó: Sí, hay algo más hermoso. Es la visión de un hombre y una mujer ancianos haciendo su viaje final juntos. Sus manos débiles pero todavía unidas, sus caras arrugadas pero todavía radiantes, sus corazones cansados pero todavía amándose.

Sí, hay una cosa más hermosa que un amor joven. Un amor viejo, un amor de siempre.

"La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros."

Cristo se hace presente a sus seguidores de muchas maneras: presente en la Palabra que proclamamos, presente en la Eucaristía que celebramos, presente en la iglesia que todos formamos, presente en los hermanos de la comunidad, presente…

Esta presencia la vemos nosotros, los iniciados en los caminos del Señor y aun así cuánto nos cuesta reconocer a Jesús que nos habla, que nos alimenta, y nos edifica como piedras vivas de la iglesia.

Hermanos, y los que no escuchan la Palabra, los que no pertenecen a ninguna iglesia y pasan de toda religión porque lo suyo es vivir al día, sin preocupaciones, ¿éstos dónde pueden atisbar, sentir y encontrar la presencia de Dios?

Jesús nos dice: "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos es la del amor".

¿Cuántas lenguas hablas? No importa que hables sólo una. Existe una lengua universal que todos pueden leer y entender: la lengua del amor. Y no cualquier amor. Porque en esto del amor todos sabemos distinguir entre los amores que matan y el amor que salva, entre los amores de cama y el amor de la cruz, entre los amores de aventuras y el amor para siempre, entre amores que chupan y el amor que se da. Y aún así en todo amor hay una chispa de Dios. Donde hay amor ahí está Dios.

Todos los hombres pueden leer y entender el libro de Dios a través del lenguaje universal del amor.

Dios se hace presencia viva para todos en la vida de amor de sus hijos.

De los primeros cristianos los paganos decían: "Mirad cómo se aman". Ellos eran libro, predicación, mensaje y sacramento para todos los que los veían. Ellos eran presencia de Dios en el mundo.

Los discípulos de otros maestros, los servidores de otros señores se distinguirán por otras razones: la elocuencia, la fuerza, la elegancia, el dinero…

Los discípulos de Jesús se reconocerán por el amor de la cruz, el amor que se da, el amor para siempre, el amor a todos los hermanos.

Cada vez que los discípulos de Jesús matamos el amor, matamos la presencia de Dios, matamos el lenguaje con el que Dios habla, matamos a Dios.

Matar el amor es apagar la luz para vivir en la tiniebla, en la maldición y blasfemia por no poder ver el rostro de Dios en los hermanos.

Ser discípulo de Jesús es para nosotros un honor y una gran responsabilidad porque no es cuestión de palabras sino de amor traducido en obras, en servicio, en cruz.

Donde hay amor ahí está el templo de Dios y ahí está resplandeciendo su presencia viva.

El milagro de la vida es siempre el milagro del amor.

"Les doy un mandamiento nuevo, ámense unos a otros."

Jesús no nos da un consejito, nos da un mandamiento. Este mandamiento nos aclara la voluntad de Dios, se nos da para ser obedecido, mejor, para ser vivido. Y se nos da como lema y resumen de toda la vida cristiana. Y se nos da como nuevo porque aún está por estrenar.

Siempre será nuevo para muchos de nosotros porque amamos, sí, pero al estilo del mundo, amamos con condiciones, con reservas, con fronteras, con protección, con el cuerpo.

Lo nuevo es amar "como yo os he amado". Sin condiciones, sin reservas, sin fronteras, sin protección, con el corazón perforado, con las manos clavadas, en la cama de la cruz.

Esta es la alianza nueva con mi pueblo: la sangre y la cruz.

Este es el mandamiento nuevo: amar como yo os he amado.

Estos son mis nuevos discípulos: los que viven en comunión conmigo, con los hermanos y con el mundo.

Hermanos, ¿buscan un modelo que imitar, un señor a quien servir?

Jesucristo es el modelo y el Señor del cristiano. Nadie más.

Hermanos, ¿buscan una receta para el amor?

No vayan a la farmacia. Pídansela al Espíritu de Jesús.

Hermanos, ¿quieren conocer los secretos del amor?

No compren vídeos. Abran la Biblia y lean en Mateo el Sermón de la montaña.

Hermanos, ¿quieren ser mejores cristianos y que todos los reconozcan como seguidores de Jesús?

Dejen que el Espíritu Santo llene sus corazones.

Él les enseñará a amar como Jesús. Él les dará la fuerza para amar como Jesús. Él les hará felices con los hermanos y con Jesús.

 

HOMILÍA 2

En el Guinness, el libro de los récords, se lee que el sermón más largo de la historia duró 60 horas y 31 minutos y fue predicado por un Reverendo de la Iglesia Unitaria. El sermón más corto duró unos segundos. El cura después de proclamar el evangelio de hoy dijo una sola palabra: Amor. Y se sentó.

Hoy no vamos a batir ningún récord, ni el más largo ni el más corto, ni voy a terminar el sermón como aquel cura que dijo: “una buena colecta es mejor que un pobre sermón”.

En esta cena de despedida Jesús nos deja su testamento vital y nos da el undécimo mandamiento: Amaos como yo os he amado.

En todas las sociedades existen uniformes para distinguir el rango de las personas.

El hombre vestido de blanco es el Papa. 

Los hombres vestidos de seda y de rojo sangre son los cardenales.

Los hombres que se coronan con una mitra imposible son los obispos.

Los hombres que van de paisano, mal vestidos, son los curas, a no ser que pertenezcan a algún grupo muy tradicional y les obliguen a vestir de negro.

Los católicos nos distinguimos de los otros cristianos por la obligación de la misa.

Como ven los hombres damos mucha importancia a los uniformes, a lo externo. Las apariencias son más importantes que la realidad, que la profundidad del ser.

Los hombres ponen el acento en sus propias normas, en los mandamientos humanos para hacernos sentir su poder y el peso de su autoridad..

Jesús, el Buen Pastor, no atosiga a sus ovejas con mandamientos raros ni siquiera nos recuerda los diez mandamientos que Dios dio en el Sinaí a Moisés.

Jesús, el Buen Pastor, nos da “su” mandamiento no para ser obedecido sino para ser vivido en la vida cotidiana.

Nos da “su” mandamiento para que sirva de señal, para que sirva de uniforme que nos distinga de los demás y sepan que “sois discípulos míos”.

Por más vueltas que le demos al tema, por más sermones grandilocuentes que pronunciemos, por más uniformes que usemos para disfrazarnos, el evangelio de Jesús lo simplifica y lo reduce al undécimo mandamiento “amaos como yo os he amado.”

El amor no es el problema, creyentes y no creyentes han hecho a lo largo de la historia grandes y heroicos gestos de amor, el problema es el “como yo”. “Como”, esa corta palabra es la que da miedo, nos hace huir, a los que prefieren quedarse en la sección de tarjetas del amor. Como yo os he amado hasta dar la vida, hasta la cruz.

Un día Madre Teresa de Calcuta encontró un hombre caído en una alcantarilla muy próximo a la muerte. Estaba sucio, cubierto con unos pobres trapos y las moscas revoloteaban por su cara. La Madre Teresa inmediatamente cayó de rodillas, lo abrazó, le habló dulcemente y comenzó a quitarle la basura que le cubría. Un transeúnte al ver a Madre Teresa exclamó: “Yo no haría eso ni por un millón de dólares”. Madre Teresa le contestó: “Yo tampoco lo haría”. Y citando el evangelio de hoy dijo: “Tenemos que crecer en el amor y para hacer esto tenemos que amar y dar hasta que nos duela”. 

En estos tiempos de indiferencia ya sólo nos duele nuestra artritis y nuestra úlcera. El dolor de los demás nos deja indiferentes.

Sobran todos los uniformes y nos falta el uniforme de Jesús, el del amor, el único uniforme que cubre todas nuestras miserias, nos hace semejantes a nuestro Señor y nos hace signos visibles de que somos sus discípulos.

Mi madrina de Bautismo llama a su casa, la portería del hospital provincial de Soria, la Universidad del Amor. Allí aprendí lo incómodo que es el amor me dice. Éramos pobres pero a nadie que le hiciera falta una silla para descansar, o una cama para dormir mientras su hijo estaba hospitalizado o un plato de comida se lo negábamos. Mis padres con su ejemplo me enseñaron el undécimo mandamiento de Jesús.