HOMILÍA DOMINICAL - CICLO C

  Segundo Domingo de CUARESMA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio ...

   

 

 Escritura:

Génesis 15, 5-12.17-18; Filipenses 3, 17 -  4.1;
Lucas 9, 28-36

EVANGELIO

En aquel tiempo Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se morían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: "Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: "Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle".

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
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HOMILÍA 1

¿Cuántos han tenido que consultar el mapa del Espíritu esta semana?

¿Cuántos se han salido de la autopista llamada Jesús?

¿Verdad que todos hemos hecho un guiño al tentador? Y para algunos, a lo mejor, el piropo se ha convertido en adoración al tentador del domingo pasado.

En este mapa cuaresmal como no están señaladas las tentaciones tampoco están señaladas las sorpresas.

El domingo pasado escuchamos el no de Jesús al tentador y su no a los goles fáciles y gratis de un pie mágico.

Hoy, Jesús, a nosotros sus amigos, nos quiere dar una sorpresa.

Jesús cuando estaba cansado, dejaba la autopista y tomaba la salida 66, llamada también el seis doble, oración, y se iba de fiesta con su Padre Dios.

Para Jesús la oración era tener intimidad con alguien a quien llamaba Padre.

Recuerden que Jesús comienza su vida diciendo: "¿No saben que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?" Y termina su vida diciendo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".

Y en el intermedio largos ratos de oración y de amor con su Padre. Hoy, también lo hace en la montaña.

Orar es tener intimidad con Dios, es revestirse de la gloria de Dios, es transformarse en gloria, es hablar de cosas importantes.

Esta es la sorpresa del camino para sus amigos.

Jesús había convertido el agua en vino, el sordo en oyente, el ciego en vidente, el muerto en vivo. Era un hombre que hacía cosas fantásticas, que hablaba con autoridad, que hacía callar a los vientos, pero un hombre, el hijo del carpintero y de María.

En esta salida Jesús no se disfraza. Jesús revela a sus amigos su verdadero ser. En este monte Jesús es mucho más que las cosas que hace. Sólo en momentos de intimidad manifestamos lo que llevamos dentro. Sólo ante pocas personas nos abrimos de par en par.

Para la gente somos lo que hacemos y como nos ven por fuera. Para los íntimos somos un misterio de amor que nos transforma y también transforma todo lo que nos rodea.

Jesús en su viaje a Jerusalén toma la salida llamada oración y sube a la montaña con Pedro, Juan y Santiago y "mientras oraba su rostro cambió y sus vestido se volvieron de un blanco resplandeciente".

Hermanos, cuando se ora de verdad el rostro se transforma, es decir el Padre al que amamos nos transforma con su Espíritu y su paz.

Jesús que oraba de verdad es transformado por la gloria y la luz de Dios Padre. Este cambio no es algo ocasional, se da siempre que hay oración de verdad. Es un cambio interior y, a veces, también exterior.

Ese día los amigos de Jesús casi se perdieron el espectáculo porque se quedaron dormidos.

Estar en la escena, no es suficiente.

Hay que estar despiertos, con el corazón preparado, con los ojos de la fe bien abiertos.

Cada domingo, hermanos, tomamos la salida llamada Nuestra Señora del Pilar, misa a las 12:30.

Cada domingo, dejamos nuestra vida ordinaria y subimos a la montaña de la Transfiguración.

Cada domingo dejamos de ser gente corriente para convertirnos en testigos y amigos íntimos de Jesús que ora con nosotros y se transfigura ante nosotros.

Cada domingo Jesús nos cuenta lo que hace y nos muestra su verdadero ser.

Cada domingo nosotros somos protagonistas en esta Transfiguración de Jesús y en nuestra propia transformación.

Pedro y sus amigos no se enteraron de la fiesta y se perdieron parte de la escena y dijo aquella tontería de hagamos tres tiendas.

Nosotros también estamos en la escena pero nos la perdemos porque el egoísmo, la ceguera, el trabajo, el sueño, …no nos dejan ver.

A veces vemos maravillas y no nos sorprendemos. Vemos la nube y no oímos la voz de Dios que nos habla desde la nube.

Como Pedro, Juan y Santiago nos perdemos lo mejor de la fiesta: Jesús.

Decimos: ¡qué linda la misa!, ¡qué…

Y continuamos el viaje de la vida hasta la siguiente salida 66.
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HOMILÍA 2

El evangelista nos dice que Jesús conversaba con Moisés y Elías.

Y ¿saben de qué hablaban? Hablaban de su " salida", de su éxodo.

En la autopista hacia la casa del Padre hay muchas salidas y la última salida se llama: casa del Padre, cielo, gloria, amor, vida para siempre…

Jesús, Moisés y Elías hablaban de esta última salida. De su muerte y de su pasión.

Jesús dice sí a la voluntad de su Padre, dice sí al sufrimiento, al proyecto de Dios, y a la entrega de la vida.

Jesús no necesitaba morir en la cruz pero en esta oración se abre de par en par al plan de Dios y lo hace suyo.

Moisés, el liberador del pueblo de la garras del Faraón, y Elías, el luchador contra los ídolos del pueblo y contra la magia de los brujos, animan a Jesús, el liberador de todos.

Pedro, Santiago y Juan duermen como dormirán en el huerto de Getsemaní.

Jesús se transfigura.

Sólo el amor de Dios transforma, glorifica, redime, salva, abre la última puerta.

Porque sólo el amor verdadero está dispuesto a morir por el amado.

Pedro empezó a decir sus tonterías y una nube los envolvió y se asustaron en esta enorme turbulencia.

Dios era la turbulencia. Dios era el terremoto. Dios era la presencia y la sorpresa.

Y Dios dijo: "Este es mi Hijo. Mi elegido. Escuchadle."

Y se despertaron y vieron a Jesús solo.

Y guardaron silencio. Y no se lo contaron a nadie.

Me decía un niño después de la misa: ¡Cómo gritaba el domingo! Yo no entendía nada de lo que decía, pero miraba a mi papá y él si entendía y parece que le gustaba, pues se reía.

Cuando hablamos de Dios, todos decimos muchas tonterías y, tal vez, Dios también se ría o llore.

Cuando tenemos intimidad con alguien también decimos muchas tonterías porque lo importante no es lo que se dice sino lo que se vive, se goza y se experimenta.

Nosotros estamos aquí no para dar una definición de Dios, no para hablar correctamente de Dios, sino para vivir y experimentar a Dios, para tener u encuentro breve pero intenso con Dios en fe y en visión.

En esta salida de la autopista, misa de 12:30, Jesús nos manifiesta su gloria y nos invita a dejarnos transfigurar, hoy, por el poder del amor, del compromiso y de la solidaridad.

En este domingo transfórmate, mejor, deja que la luz y la gloria del Padre te transformen.

En este domingo, aunque sólo sea por un rato, siente la llamada de Dios que te invita a cambiar tu vida, a cambiar tu ambiente, a cambiar tu familia…y a escuchar al Hijo.

 

HOMILÍA 3

LAS ARRUGAS DEL ESPÍRITU VS LAS ARRUGAS DE LA CARA


En Zaragoza no tenemos la oportunidad de ver esas aves rosas, de patas finísimas y de cuellos larguísimos, conocidas como los flamingos rosa.


Lo que yo no sabía es que no son siempre de ese color tan hermoso. Los tres primeros años de su vida son de un color gris tirando a verde. Nada hermosos. A los tres años estas aves se transfiguran y se convierten en esos pájaros maravillosos y elegantes que nosotros sólo vemos en las fotos.


¿Cuál es la razón de esa transfiguración? Su alimentación. Los flamingos comen algas y gambas. La comida que alimenta sus cuerpos es la que hace que sus plumas adquieran ese color rosa. Por sorprendente que nos parezca no deja de ser una curiosa manera de cambiar de look. 


El evangelio de la Transfiguración de Jesús, su cambio de aspecto, su gloria y su luz, es un evangelio incómodo. ¿Cómo hablar de una gloria que no hemos contemplado? ¿Cómo predicar la Transfiguración de Jesús cuando la única transformación que conocemos es la de las arrugas de la cara y las canas del pelo? Hasta nuestro espíritu se arruga en lugar de rejuvenecer.


“La Transfiguración, escribe Theillard de Chardin, termina por convertirse en la fiesta de mi predilección porque expresa exactamente lo que yo más espero de Cristo, que se realice en nosotros y a nuestros ojos la bienaventurada metamorfosis”.


Este universo transfigurado, cristificado, es un bello ideal sólo posible cuando el séptimo ángel toque la séptima trompeta y se haya consumado el misterio de este mundo. Cuando lleguemos a la Omega todo será transfigurado, todo será nuevo y bello y Cristo será nuestra gloria y nuestra luz. Mientras llega esa metamorfosis vivimos en la lucha aparentemente inútil de transformar las relaciones humanas y hacerlas más justas.


En la cima de la montaña, en la oración, en la conversación con los dos profetas y los dos olivos, Jesús se transfiguró, dejó entrever la totalidad de su identidad. 


Pedro, Santiago y Juan asistieron boquiabiertos al mejor show de la historia, contemplaron a un Jesús en su dimensión invisible, manifestado como Hijo de Dios, la teología de la gloria en acción. Como no se puede ver a Dios y seguir vivo, los discípulos dormían y no se enteraron de la película y no pudieron contar a nadie la experiencia en la cima de la montaña.


Nosotros no somos alpinistas, no hemos conquistado ningún siete mil y, tal vez, ni siquiera el pequeño Moncayo. Las cimas de las montañas no son ya para el hombre moderno lugares sagrados, han perdido la mística y se han convertido en mero deporte y publicidad.

 
El domingo pasado, domingo de la tentación, éramos invitados a dejarnos llevar por el Espíritu al desierto, al Gran Vacío, a simplificar nuestra vida, menos tiempo en los media y más tiempo en la oración y a alimentarnos de toda palabra que sale de la boca de Dios. 


Hoy, domingo de la Transfiguración, segundo domingo de la santa Cuaresma, somos invitados a dejarnos transfigurar y ser renovados en este encuentro con el Señor en la asamblea dominical. Dejemos que las arrugas surquen nuestras caras pero eliminemos las arrugas del corazón que son las que nos envejecen.


En esta iglesia, nuestro Tabor, montaña que los jóvenes no ascienden, porque fuertes y sabios, pasan de Dios y los mayores porque todo es miedo y ansiedad sentimos que nunca vamos a alcanzar la cima que se nos antoja inalcanzable.


Seguro que a todos nos ha costado llegar hasta aquí. Unos por la edad, otros porque han tenido que dejar el periódico a medio leer, otros porque no tenían ganas de venir y alguien les ha empujado…pero no importa, aquí estamos, en este Tabor en el que Jesús se nos quiere manifestar, en el que la nube del Espíritu nos quiere envolver y abrir el oído, en el que la voz del Padre nos va a hablar con la misma confesión bautismal: Este es mi hijo amado, escuchadle”, la misma confesión del Calvario en los labios del soldado romano: Verdaderamente este es el Hijo de Dios. 


El Tabor, un hermoso sueño. Ante la tumba, último Tabor que tenemos que ascender, de un ser querido, soñamos un hermoso sueño, pero que se hará verdad en la Transfiguración permanente de la resurrección.