TREINTAÑEROS

P. Félix Jiménez Tutor, Sch. P...

   

 

¿Dónde están los treintañeros?

En cualquier lugar del planeta menos en la iglesia.

Los treintañeros solteros viajan a Punta Cana, fotografían el Lake District sin los Lake Poets, hacen botellón elegante, safe sex y durante años exploran, sin compromiso y en libertad, las mil opciones que la vida ofrece.

Su tiempo libre es su religión y en su santuario, sin más mandamientos que los de su ego hinchado, celebran un culto Light, hedonista e individualista. Su día sagrado es el fin de semana. El domingo que no me despierten.

Los casados, gracias a la pastilla del día antes o del día después, retrasan la paternidad y viven entre sábanas una prolongada luna de miel.

Los treintañeros, con sus virtudes y sus defectos, son los llamados a formar las nuevas familias cristianas o paganas. Familias que, en estos tiempos, no dejan nada al azar. Lo programan todo: el primer hijo, el trabajo, el tiempo de ocio, las vacaciones, las amistades…

Los treintañeros, siempre en el umbral de la iglesia, no tienen programada la religión. La x de lo numinoso y del misterio les riza el pelo.

Sí, algunos vienen a pedir el matrimonio o el bautismo del hijo, más por presión de sus padres que por convicción.

La Iglesia también tiene que entonar su mea culpa.

El peso de las misas tristes, los sermones abstractos, alejados de la vida y sin la corriente que produce vibraciones en el corazón no invitan a cruzar el umbral.

La Iglesia, sus ofertas no cotizan en Bolsa, no puede competir con el mercado del ocio cada día más sofisticado y más diversificado dirigido a todos, niños, jóvenes, adultos y jubilados.

A los treintañeros con su ritmo de vida trepidante, la Iglesia se les antoja inmóvil en el siglo de la velocidad, vieja en el siglo en que sólo lo joven vende e intransigente en los tiempos de la tolerancia.

Los treintañeros, perdida la brújula religiosa, criarán unos hijos sin memoria. No conocerán lo relatos bíblicos de José y sus hermanos, las aventuras de Sansón y las amistades peligrosas de David… que alimentaron mi niñez, no identificarán los ritos cristianos, no se matricularán en la clase de religión y como sus padres no pisarán una iglesia.

Hacerles pasar de afuera a dentro exige paciencia e imaginación.

Ya no sirve el aquí mando yo, enseño yo, se hace como digo yo. La Iglesia tiene que ponerse a la escucha, ser más convivencial, querer a las personas como son y encontrar una voz nueva.

A los treintañeros para los que todas las religiones son iguales, hay que ofrecerles momentos y movimientos nuevos que los atraigan a la raíz de la fe y no a las ramas secas que les ofrecemos tantas veces. Y sería maravilloso si entraran en contacto con los cristianos comprometidos que debieran ser más visibles en nuestra sociedad.

A los treitañeros les invito yo a descansar, orar, escuchar una buena noticia y respirar con alegría en compañía de los hermanos en el área de descanso de la calle Frentes 2-A.