PRIMAVERA DE VÉRTIGO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

   

 

La primavera árabe, fuente inagotable de esperanzas, euforizó el mundo hace nueve meses.

Este viaje hacia la democracia, viaje con muchas escalas y, desgraciadamente, mucha sangre derramada, es un viaje sin fin, una sinfonía siempre inacabada.

La Plaza Tahrir, convertida en zona de guerra, ruge de nuevo. El pueblo pudo con Mubarak y hoy con la misma pasión quiere que el ejército de Mubarak se vaya para consumar felizmente la revolución. Su permanencia convertiría la primavera en un invierno desolador.

Las normas establecidas por el poder militar no posibilitan la elección de un parlamento justo e inclusivo. A las minorías y a los cristianos coptos se les cierran las puertas del Parlamento y se les ignora a la hora de redactar la constitución.

La hora de la democracia es la hora de todos los ciudadanos, hora de la inclusión y de la generosidad, no la hora de congelar las esperanzas de todo un  pueblo.

Ningún país musulmán es amigo de los cristianos ni  siquiera la Turquía de Erdogan. Los islamistas fundamentalistas dividen el mundo en dos, en el lugar donde se practica libremente el Islam –Dar-Al-Islam y el lugar de la guerra –Dar-Al-Harb.

Sheikh Yusuf al Qaradawi, intelectual egipcio musulmán, su programa en Al Jazzeera congrega a una audiencia de cuarenta millones, afirmó: “Se ha determinado que por la ley islámica la sangre y la propiedad de la gente de Dar-Al-Harb no están protegidas”.

Claro que hay musulmanes moderados, razonables y tolerantes, pero en estas últimas décadas el número de clérigos musulmanes fundamentalistas  que predican la guerra y la violencia contra los infieles se ha multiplicado por diez.

Cuando cayó Mubarak 93.000 coptos dejaron el país. Cuando termine el 2011, 150.000 más  habrán salido de Egipto.

En Iraq 1.400.000 cristianos han buscado refugio en países amigos. ¿Quedará algún cristiano en los países árabes?

Esta primavera maravillosa, viaje democrático tutelado por el Islam, es también según Newt Gingrich una “primavera anti-cristiana”.

El problema de los coptos, más egipcios que los Hermanos Musulmanes por ser más antiguos, es que los consideran como agitadores extranjeros. Los define su fe, los separa la religión.

Esta minoría religiosa no pide privilegios, pide igualdad, exige el derecho de ciudadanía. Ser ciudadano no tiene nada que ver con la religión que se profesa.

Durante años han vivido con miedo, cuando se atrevieron a airear su frustración en Octubre 9, hubo 24 muertos y 300 heridos. Y ahora en la primavera democrática son meros espectadores de una historia que otros escribirán.

Los fundamentalistas de todas las religiones como los terroristas son personas de una sola idea. Sólo ellos tienen el monopolio de la verdad por la que dan y quitan la vida.