LOS NUEVOS PRÍNCIPES

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 


La vox populi, en estos tiempos, quiere abolir todos los títulos, silenciar todas las diferencias y colgarnos a todos la única etiqueta que importa, la de ciudadanos.

Los príncipes y las princesas se quedaron sin papel que representar en este gran escenario igualitario. Otros personajes más carnales, más plebeyos y más televisivos han usurpado su papel de espejo mágico.

Los reyes sin su corte y sin su Versailles son menos reyes.

Para entregar premios y cortar cintas sirve cualquiera.

La Iglesia, democracia del Espíritu y comunidad en que "los últimos serán los primeros," está llamada a desnudarse de todos los trapos, títulos, rangos y escalafones y hasta de la apariencia de poder.

Pero la Iglesia, a veces, es tan humana, tan sólo humana que da miedo y quisiera ocultar su cara oculta.

Un periódico americano saludaba a Daniel DiNardo, Arzobispo de Galveston-Houston, Texas, como el nuevo "Príncipe" de la Iglesia católica.

Este "purpurado", la sorpresa de la lista, representa el cambio demográfico entre los católicos del país. Por primera vez una diócesis sureña será regida por un Cardenal.

Benedicto XVI leyó, días atrás, los nombres de los 23 hombres que el día 24 de noviembre estrenarán vestimentas y birrete rojo y se colgarán un nuevo título: cardenal, príncipe, purpurado…

Dicen que el color rojo simboliza sus incontenibles ganas de martirio. En el Apocalipsis el color rojo es símbolo de lujo y magnificencia. Y el nuevo anillo, grabado en su interior el nombre del Papa, los asocia a la corte romana y a su poder.

En sus declaraciones todos dan gracias, pero sólo gracias al Papa, dador del título, y se ponen incondicionalmente a su servicio. "Ser cardenal me asocia más directamente a la misión del Papa", dice el nuevo cardenal de París.

Yo entiendo el papel de los obispos, sucesores de los apóstoles, y acepto la autoridad e infalibilidad del Colegio Episcopal en sintonía con la Iglesia universal y su poder de elegir un Papa que los presida y nos presida a todos.

Confieso mi ignorancia, pero nunca he entendido y siempre me ha irritado la existencia de ese supercolegio cardenalicio.

No sólo no está en la letra del Nuevo Testamento sino que está a millas de distancia del espíritu del evangelio.

El que murió en una cruz, entre dos ladrones, sin más corte que la de unas pobres y enlutadas mujeres, ¿entenderá de colores, anillos y títulos?

La iglesia, casta meretriz, es semper reformanda para acercarse a la maravillosa y siempre sorprendente sencillez del evangelio.

El día más importante en la vida de un Papa, de un cardenal y en la mía, es el día del bautismo. Día en que Dios nos viste a todos con el mismo traje, el de su amor.

La nueva lista refuerza el número de los cardenales electores europeos, 61.

América latina con más del 42% de los católicos sólo cuenta con 21.

Un obispo polaco, cardenal in pectore, no recibirá el título. Falleció mientras peregrinaba a Roma.

Yo me contento con serlo for ever in pectore, pero no en el de un hombre sino en el de mi Papá Dios.
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