MUSEO DE LA INTEGRIDAD GENITAL

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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Los ciudadanos del mundo tenemos muchos problemas que resolver, pero el más importante y urgente es el del hambre.

Morir satisfecho después de haber vaciado el pesebre sin dejar unas migajas para los pobres del mundo es una maldición de la que Dios no nos absolverá.

Pero como no sólo de pan vive el hombre, algunos, ahítos y orondos, nos complican la vida con prohibiciones novedosas y progresistas que, a veces, interfieren con el derecho de practicar la religión.

Se acaba de publicar un comic titulado Foreskin Man, Hombre Prepucio. Este superhéroe guapo, boludo y anticircuncisión tiene como misión acabar con el Monstruo Mohel, barbudo, feo y con unas grandes tijeras para podar la pilila de los niños.

En San Francisco más de doce mil ciudadanos defensores de los prepucios infantiles han firmado una petición para que se prohíba la circuncisión, “cirugía cruel y signo permanente impuesto a los hombres cuando son más débiles y vulnerables”.

Nada nuevo bajo el sol. En el siglo II A.C. Antíoco IV, más tarde el emperador Adriano y ayer Hitler la prohibieron aunque por razones menos humanitarias.

Prohibir está de moda. Los gobernantes, hoy, prohíben y sermonean más que los curas gruñones de ayer.

El rito de la circuncisión es para los judíos una obligación central de su fe. No hacerlo es romper la alianza. Los padres, no el estado, tienen que tomar esa decisión.

La esencia de la libertad religiosa que queremos para todos es poder vivir de acuerdo con nuestras creencias y practicar nuestros ritos en paz.

En el libro The Year of Living Biblically su autor se enfrenta a la circuncisión de sus hijos gemelos.

Cuenta que unos judíos que suspiraban por volver al Museo de la Integridad Genital se preguntaban: “¿Te imaginas cómo debe ser el sexo con el prepucio? Tiene que ser como ver la televisión en color”.

Él, bromas y desacuerdos aparte, circuncidó a sus hijos invocando a Abrahán, Isaac y Jacob. ¿Quién soy yo para romper la tradición de miles de años de Dios con Abrahán y su semilla? , se preguntaba el padre.

“La circuncisión es un rito loco, irracional. Pero es mi rito loco e irracional”.

Los glandes sin capuchón de los judíos han engendrado a los hombres más ilustres de la tierra.

A mí me basta la circuncisión interior, la del corazón.