COMIENZA EL MARATÓN

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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Sí, mañana, Miércoles de Ceniza, comienza el maratón cuaresmal.

No sé si se siente con fuerzas para participar o si pasa olímpicamente y en lugar de presentarse en la línea de salida opta por el sofá.

No importa. La vida de cada día es ya suficiente penitencia. Si pusiéramos en un platillo de la balanza las alegrías del mundo y en el otro los sufrimientos y las lágrimas de los hombres, éste se hundiría en el centro de la tierra.

Algunos piensan que el Miércoles de Ceniza es el día más triste del año. El decorado es surrealista. Las palmas del domingo de Ramos se han convertido en cenizas para rociar a los participantes y despedirlos con el consolador: "Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás".

Y emprendemos, romeros con destino fijo, el maratón de la vida hasta apurar el cupo de millas y, extenuados, pisar la tierra prometida.

El Miércoles de Ceniza nos recuerda que tenemos fecha de caducidad y nos exhorta, a través de la ascesis, a cambiar la melodía de nuestro vivir.

En el pasado, y también hoy, hubo predicadores empeñados en predicar un "Dios terrorista" como le llama el autor de la "Teología de la Esperanza", el teólogo Moltmann.

Este "Dios terrorista" es el juez iracundo, vengador y señor del infierno, que tan profundas cicatrices ha dejado en la espiritualidad cristiana.

Algunos predicadores, "terroristas profesionales", aún preguntan a los fieles: ¿cuándo fue la última vez que escuchó un sermón sobre el infierno?, ¿cuándo fue la última vez que su párroco predicó sobre el pecado, los sacrilegios y el juicio final?

Y se cabrean porque el nuevo registro sinfónico se asemeja más al Aleluya victorioso de Händel que al lúgubre Dies irae.

La iglesia, único lugar de la tierra en el que se escucha el telediario de la Buena Noticia, no amenaza con el castigo sino que nos anima con la victoria del amor sobre toda increencia. Para Moltmann la sinfonía acabada se titula el "Gran Día de la Reconciliación".

Para mí, predicador optimista, todo lo que se celebra en la asamblea cristiana tiene que ser gozoso y festivo. Y cómo echo de menos la música y las palmas y el baile y los aplausos y las risas y los decibelios de mis liturgias neoyorkinas.

Mañana comenzamos la Cuaresma. El Miércoles de Ceniza no es un aguafiestas. No tiene que bajar la temperatura ni deprimirnos.

Es un día de gracia que nos recuerda que a lo largo de la vida, regalo de Dios, el cordón umbilical que nos une a Él no ha de cortarse y que en este mundo de amores efímeros y de Césares mortales yo, pecador poco arrepentido y menos penitente, estoy convocado a vivir mi personal Pascua de Resurrección. El Big Bang de la vida nueva.

Una buena noticia, los seis domingos de este tiempo son etapas de descanso. Los cristianos, hombres redimidos y salvados, tenemos muchas razones para reír y alegrarnos, incluso el Miércoles de Ceniza.

¿Por qué damos la impresión de estar roídos por el gusano de la culpa?

La cruz de ceniza, símbolo de victoria, nos coloca en nuestro sitio.

Vivimos en este mundo herido por la guerra, la violencia y los egoísmos y con todos los que lo habitamos tenemos las manos manchadas pero todos llamados a sanarlo y a heredar una tierra nueva y un cielo nuevo.

Maratón del compartir con Dios, chispa de la vida, con los hermanos, penitencia necesaria, y conmigo mismo, mitad ángel, mitad bestia.
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