LA ORATORIA CONGELADA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Rajoy estudia inglés. Moverse por los escenarios de la alta política sin el bagaje de un segundo o tercer idioma es cargar con una maleta extra de soledad y de aburrimiento. No hablar inglés no es pecado, pero sí lo es el silencio y su más que deficiente elocuencia verbal. Los discursos de Rajoy ni elevan el espíritu ni seducen ni encandilan a nadie. Más que aprender inglés debería tomar clases de oratoria para animar y esperanzar a un país que necesita algo más grande que una copa de fútbol.

Los políticos y los curas nos aburren y nos duermen y los profesores y los conferenciantes nos ponen un power point y se callan.

Este invento ha matado la palabra. La falsa elocuencia electrónica, diluvio de imágenes, lo llena todo. Esas presentaciones con fotos fantásticas que nunca veremos en la realidad y con subtítulos mudos han eliminado el face to face, el indispensable contacto humano, la música de la palabra, el poder de las palabras. Es la oratoria congelada. Cualquiera con un power point en la mano se puede transformar en un conferenciante afamado, en un orador sagrado, en ventrílocuo electrónico.

Alain de Botton, profesor de filosofía, está de moda y recorre el circuito de los conferenciantes. En una de sus últimas conferencias opinaba que los profesores deberían imitar a los predicadores evangélicos para aprender a entusiasmar a sus alumnos.

“Tenemos que invertir más en la oratoria. Deberíamos enviar a nuestros profesores a Tennessee para que vieran una iglesia pentecostal y así los alumnos en lugar de responder “Gracias Jesús”, responderían “Gracias Platón”, Gracias Shakespeare”, Gracias Cervantes.

Obama, pequeño David frente a Hilary Clinton, Goliat del dinero, del prestigio y del aparato político, conquistó la presidencia de Estados Unidos con una sola piedrecita en su zurrón: la piedra de la oratoria, la piedrecita de la palabra creadora, poderosa y visceral con la que conmovió e incendió su país y el mundo.

El futuro de este encantador de serpientes está asegurado. Su oratoria nos salvará del aburrido Mr. Romney.

Alain de Botton tiene razón al recordarnos que la oratoria aún sigue viva en las iglesias evangélicas, último reducto de una predicación además de elocuente, viva, atrevida, retadora y siempre excitante.

Obama no aprendió este arte en Harvard ni en Columbia University. Lo aprendió en su iglesia, escuchando, domingo tras domingo, a los predicadores negros, los únicos que aún tienen fire in the belly. Lo aprendió escuchando una y otra vez el sermón profético y político de Martin Luther King  I have a Dream.

Sus prédicas son un regalo para los ojos, sus gestos también predican, y son un regalo musical para los oídos. Obama es un predicador negro metido a político.

La elocuencia, el arte de hablar y de comunicar, ha desaparecido en todos los niveles de la educación.

La oratoria ha sido congelada. La educación se contenta con los mil y un gadgets dados a luz cada día, no para nuestra educación sino para nuestro entretenimiento y diversión.

No es de extrañar que haya fundaciones que ofrecen millones de dólares para “cultivar la excelencia de la predicación, de la oratoria viva.