EL PECADO TIENE UN PRECIO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio....

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Los pecados de la carne si no son necesarios, sí son inevitables.

Desaparecidos los confesionarios, ahora los pecados de la carne se vocean en los lavaderos públicos, Tele 5, los periódicos y los tribunales de justicia.

El cardenal de Los Ángeles, Roger Mahony, eludió los juzgados y no tuvo que declarar bajo juramento lo que sabía o no sabía, lo que hizo y lo que no hizo con respecto a sus curas pedófilos. Pero no ha evadido la vorágine informativa en la prensa mundial.

"Después de mucha oración, tiempo y esfuerzo por parte de todos los encargados de llegar a un acuerdo colectivo de los 508 casos civiles de abuso sexual pendientes contra la Arquidiócesis de Los Ángeles, hoy, puedo anunciar que hemos logrado un acuerdo preliminar con los abogados que representan a las víctimas de abuso sexual por parte del clero".

La cantidad astronómica, 660 millones de dólares, hizo sonar todas las alarmas. Y el cardenal desde su soleada y segura orilla pidió perdón por "este terrible pecado y este crimen".

La diócesis de Los Ángeles pondrá 220 millones, las compañías de seguros 227 millones, las órdenes religiosas implicadas 60 millones y otras fuentes desconocidas contribuirán con 123 millones.

Todas las diócesis americanas han tenido que abrir sus cofres y ofrecer sus dones, cheques para pagar el precio del pecado.

Más de dos mil millones de dólares ha costado la operación pedofilia a la iglesia de Estados Unidos. Algunas diócesis han tenido que vender parte de su patrimonio y otras se han declarado en bancarrota.

Antes era fácil comprar el perdón. La gracia era barata. La penitencia, precio del pecado, era una Ave María y poco más.

El cura pecador era enviado a un monasterio para desintoxicarse de la adicción sexual con oraciones y mortificaciones, ayunos y soledades, pero hay adicciones que no tienen cura.

Hoy, en esta sociedad de litigios en la que una mirada puede tener un precio, ya no se puede comprar la absolución de los pecados con una Ave María. Sólo los cheques pueden satisfacer a las víctimas. Éstas cicatrizadas para siempre quieren ser creídas y tomadas en serio por la iglesia que mató su inocencia y por la sociedad castigando a sus verdugos.

Las víctimas, después de años de silencio, con su secreto comprado o reprimido, han puesto voz a esta vieja película X. Nadie puede ya ignorar la tragedia de la infancia profanada y de esta comunión sacrílega.

Los obispos, encubridores de la verdad, más preocupados por el escándalo eclesial que por las víctimas, sufren la vergüenza y la ira de los fieles.

No hay cheques suficientes para comprar la confianza perdida.

No hay escudos para contener los ataques de los enemigos.

La iglesia, a veces, en lugar de exhortarnos a amar a Dios, se ha erigido en un pequeño dios al que debíamos adorar y cantar sus glorias. El orgullo es más peligroso que cualquier pecado de la tirana carne.

Vivimos tiempos más fúnebres que triunfalistas. Hay que elegir la difícil virtud de la humildad y reconocer que Dios es el único primero, el único santo y el único Señor.
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