EL MUCHACHO Y LA ANCIANA

   

Cada domingo, después del servicio religioso, un Reverendo y su hijo de 11 años solían recorrer la ciudad distribuyendo copias de los Evangelios.

Cierto domingo llovía a cántaros y hacía muchos frío, el muchacho se abrigó y le dijo a su padre: “Papá, ya estoy listo”.

  • ¿Listo para qué?

  • Para hacer nuestra ronda por las calles.

  • Hijo, hace frío y llueve mucho.

  • Papá, ¿acaso la gente no va al infierno cuando llueve?

  • Hijo, yo no voy a salir con este tiempo.

  • Papá, ¿puedo ir yo?

Después de pensarlo un rato le dio las copias y lo dejó ir.

El muchacho recorrió las calles, llamó a las puertas y repartió las copias de los Evangelios. Cuando sólo le quedaba una llamó a una puerta con todas sus fuerzas, esperó y al cabo de un largo rato apareció una anciana en la puerta.

“¿Qué deseas, muchacho? Le preguntó.

Con una gran sonrisa le dijo: “Señora, siento haberla molestado, pero sólo quiero decirle que Jesús la quiere mucho. He venido a traerle el Evangelio que le anunciará a Jesús y su gran amor. Y desapareció entre la lluvia.

El domingo siguiente el Reverendo preguntó desde el púlpito: ¿Alguien tiene un testimonio o algo que decir?

Una anciana sentada en el último banco se levantó y dijo:

Ninguno de ustedes me conoce. Nunca he visitado esta iglesia. Ni siquiera era cristiana. Vivo sola. El domingo pasado triste y cansada de la vida decidí coger una soga y una silla para suicidarme. Con el nudo alrededor de mi cuello y a punto de saltar de la silla oí los golpes que aporreaban mi puerta y me dije: esperaré un poco. ¿Quién puede ser? Nadie llama a mi puerta y nadie me visita.

Cuando abrí la puerta un muchacho angelical con una gran sonrisa me dijo: Señora, he venido a decirle que Jesús la quiere de verdad.

Me entregó los evangelios y desapareció.

Cerré la puerta y me puse a leer con calma los Evangelios. Y como la dirección de esta iglesia está en el libro he venido para dar las gracias al ángel que el Señor me envió para mi salvación.

Entre lágrimas y aplausos el Reverendo bajó del púlpito y abrazó a su hijo que estaba sentado en el primer banco.