EL MUCHACHO Y LA ANCIANA |
|
Cada domingo, después del servicio religioso, un Reverendo y su hijo de 11 años solían recorrer la ciudad distribuyendo copias de los Evangelios. Cierto domingo llovía a cántaros y hacía muchos frío, el muchacho se abrigó y le dijo a su padre: “Papá, ya estoy listo”.
Después de pensarlo un rato le dio las copias y lo dejó ir. El muchacho recorrió las calles, llamó a las puertas y repartió las copias de los Evangelios. Cuando sólo le quedaba una llamó a una puerta con todas sus fuerzas, esperó y al cabo de un largo rato apareció una anciana en la puerta. “¿Qué deseas, muchacho? Le preguntó. Con una gran sonrisa le dijo: “Señora, siento haberla molestado, pero sólo quiero decirle que Jesús la quiere mucho. He venido a traerle el Evangelio que le anunciará a Jesús y su gran amor. Y desapareció entre la lluvia. El domingo siguiente el Reverendo preguntó desde el púlpito: ¿Alguien tiene un testimonio o algo que decir? Una anciana sentada en el último banco se levantó y dijo: “Ninguno de ustedes me conoce. Nunca he visitado esta iglesia. Ni siquiera era cristiana. Vivo sola. El domingo pasado triste y cansada de la vida decidí coger una soga y una silla para suicidarme. Con el nudo alrededor de mi cuello y a punto de saltar de la silla oí los golpes que aporreaban mi puerta y me dije: esperaré un poco. ¿Quién puede ser? Nadie llama a mi puerta y nadie me visita. Cuando abrí la puerta un muchacho angelical con una gran sonrisa me dijo: Señora, he venido a decirle que Jesús la quiere de verdad. Me entregó los evangelios y desapareció. Cerré la puerta y me puse a leer con calma los Evangelios. Y como la dirección de esta iglesia está en el libro he venido para dar las gracias al ángel que el Señor me envió para mi salvación. Entre lágrimas y aplausos el Reverendo bajó del púlpito y abrazó a su hijo que estaba sentado en el primer banco. |
|