HOMILÍAS - PARA LOS TRES CICLOS

  Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Hechos 10, 34.37-43; Colosenses 3, 1-4;
Juan 20, 1-9

EVANGELIO

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
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HOMILÍA 1

"Una vez se acordó de un sabio teólogo que había ido, cuando él estaba todavía de novicio, a celebrar la Pascua en el convento.

El Sábado Santo por la mañana había subido al púlpito con una pila gruesa de librotes.

Durante dos largas horas, había predicado a los ingenuos monjes, empleando palabras sabias, para explicarles el misterio de la Resurrección.

Hasta entonces los monjes consideraban la resurrección de Cristo como cosa simplísima, naturalísima; jamás se habían preguntado acerca del cómo ni del por qué…

La Resurrección de Cristo les parecía tan simple como la salida diaria del sol y ahora este teólogo erudito con todos sus libracos y toda su ciencia embrollaba todas las cosas…

Cuando se hubieron recogido en las celdas, el viejo Manassé dijo a Manolios:

Que Dios me perdone, hijo, pero este año es la primera vez que no he sentido a Cristo resucitar". (Nikos Kazantzakis)

Para los primeros cristianos decir: "Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos" era algo tan natural como respirar. No necesitaban ni largos sermones ni explicaciones complicadas. Y saludarse con un "Cristo ha resucitado" era tan apropiado como nuestro rutinario "buenos días".

Fue el primer grito de fe, de vida nueva, y victoria definitiva.

La victoria de la Resurrección de Jesús nos concierne también a nosotros. Estamos llamados a compartir y experimentar la Resurrección de Cristo.

Dejemos de "buscar al que vive entre los muertos"; dejemos de resistirnos a salir de nuestras tumbas. La piedra y las piedras de todas las tumbas han sido quitadas y somos invitados a vivir la novedad de la vida nueva, resucitada.

Los cristianos de hoy nos identificamos más con el Viernes Santo.

La Pasión, el sufrimiento, la sangre, la guerra, las víctimas, todos somos víctimas o nos identificamos con las víctimas… La muerte es glorificada y las pantallas se llenan de tragedia. Y las calles se llenan de procesiones de Cristos ensangrentados.

Somos el pueblo del Viernes Santo y de los funerales abarrotados.

¿Y el Día de Pascua? ¿Y el domingo, día pascual? Pascua, el día más joven del año, día de la risa, de la alegría, de la muerte vencida, el día sin mortajas, sin piedras y de puertas abiertas… No sabemos cómo vivirlo.

Tan acostumbrados estamos a la seriedad de los funerales que no sabemos qué hacer con la fuerza nueva; tan acostumbrados estamos a vivir como víctimas que nunca nos sentimos liberados; tan pesadas las lápidas que pensamos que ni Dios las podrá remover.

El día de Pascua es el día de dar la espalda a todos los camposantos del mundo para abrazar gozosamente a los hermanos, la esperanza y la vida.

En este mundo lleno de desgracias, la compasión es un sentimiento estéril y teatral.

Los cristianos, los cristianos de la Pascua, somos convocados a ejercer el ministerio de la esperanza y de la fe de la Pascua.

¡Qué hermoso! Una mujer, María Magdalena, predicó el primer sermón de Pascua de Resurrección.

Se lo predicó a unos hombres que, muertos de miedo, habían echado la piedra al cenáculo.

Menos mal que la escucharon y creyeron y así comenzó a caminar un pueblo nuevo, el pueblo del Día de la Pascua de Resurrección.

"María Magdalena fue corriendo donde estaba Simón Pedro con el discípulo preferido de Jesús y les dijo:

Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto" Jn 20,2

¿Ese "no sabemos" se refiere también a nosotros?

Son muchas las cosas que no sabemos, que nunca sabremos.

Hoy, Día de Pascua, sí sabemos que Cristo ha resucitado, que Cristo vive, y que todo y todos tendremos un "final feliz".

HOMILÍA 2

Pascua es tiempo de risas y alegría. Tiempo de victoria.

Después de un partido de fútbol, los triunfadores se abrazan, cantan y celebran jubilosos la victoria.

Los cristianos, el domingo de Pascua, día de la victoria sobre nuestro último enemigo, la muerte, tenemos motivos más que sobrados para saborear y celebrar bulliciosamente este gran acontecimiento.

Los cristianos orientales, durante el tiempo de Pascua, archivan los saludos rutinarios y se abrazan mientras se dicen: Xristós anesti y contestan: Alethós anesti. Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado. Hermosa costumbre que centra la vida en el corazón de nuestra fe.

Cristo ha resucitado. Cristo vive. Aleluya.

Esta es la gran noticia. No estará en la primera página del Heraldo Soria ni de ningún periódico pero este grito de alegría resonará en todas las iglesias del mundo.

Este gran acontecimiento, no visto por nadie, no estará tampoco en la televisión pero alegrará muchos corazones. Y tiene que estar grabado en los nuestros.

Esta victoria, ganada por uno, será compartida por los millones de seguidores de Jesús congregados en catedrales y ermitas.

Esta comunidad de Nuestra Señora del Pilar quiere celebrar gozosamente la victoria de Jesús y nuestra victoria y quiere proclamar la gran noticia: Cristo ha resucitado. Cristo vive. Aleluya.

Hoy, me toca a mi anunciarlo, hermanos y hermanas, pero no soy el primero y no seré el último en ser testigo y dar testimonio de este gran milagro.

¿Creen ustedes en este anuncio de la iglesia?

Durante más de dos mil años, desde los apóstoles, éste ha sido el primer credo de los creyentes: Cristo es Señor. Cristo es Salvador. Y es Señor y Salvador a causa de la resurrección. El amor de Dios es más fuerte que la muerte. Sólo el amor tiene la última palabra. Sólo el amor puede derrotar la muerte.

Pascua es el triunfo del amor. Pascua es tiempo de alegría y esperanza. Pascua proclama que Dios existe y que está del lado de la vida y la bondad. Al devolver a Jesús a la vida, Dios revela su activa preocupación por nosotros y su compromiso con nuestra historia.

Pascua significa para nosotros un nuevo nacimiento.

"Por la gran misericordia de Dios hemos nacido a una nueva esperanza por la resurrección de Jesucristo de los muertos".

No se llamen a engaño. Si Cristo no ha vuelto a la vida, olvídense de todo. Vayan a casa, enciendan la televisión y diviértanse con lo que más les haga cosquillas, sea lo que sea. No pierdan su tiempo aquí hablando de un Jesús que es mero recuerdo, pobre cuadro colgado de la pared.

No, nuestro Cristo está vivo. Más vivo que cualquiera de nosotros. Vivo para nosotros, para usted y para mi, vivo para lo que Pablo llama "renacer".

Y nacer de nuevo significa que tenemos una nueva vida, vida que no tiene fin a pesar de todo.

¿Cuándo experimentamos esta nueva vida, este nuevo ser?

Pascua y Bautismo van juntos. Pascua es la fiesta, el aniversario de nuestro bautismo. Es la fiesta del fuego, el agua, la luz y el Espíritu. Y la iglesia abre su vientre, su fuente para alumbrar nuevos hijos e hijas.

Para los que se bautizan hoy es el día de la muerte y la resurrección. Para los que ya estamos bautizados es el día de renovar nuestra profesión de fe y de decir sí a lo que somos y de decir sí al que pertenecemos: a Dios.

Feliz Pascua, nos deseamos.

Tenemos que hacer Pascua. Tenemos que reír y vivir y dar vida. Hacer Pascua porque Cristo ha resucitado. Hacer Pascua porque somos amados por Jesús y vivos en Jesús. Aleluya. Aleluya. Feliz Pascua a todos.

HOMILÍA 3

MOVER LA PIEDRA

“Me parecía la risa del universo”.

Ya cerca de la esfera celestial, abajo quedaba el infierno con su hedor y su fragor, ahora se hace silencio y escucha la risa del universo entero.

Pascua de Resurrección, Pascua Florida, día de la risa y la alegría porque después del Viernes Santo todo parece que está acabado, pero viene el día de la Resurrección y no todo está aún cumplido.

Ahora comienza el tiempo nuevo: el rey del mundo derrotado, comienza el tiempo de Cristo, el Rey de Reyes, el Señor de Señores.

Los niños de un colegio representaban la Pasión del Señor. Los padres del pequeño Mateo recogieron a su hijo al final de la obra y le dijeron que le habían dado el papel menos importante.

Oh no, dijo el niño, yo he sido la piedra que deja salir a Jesús Resucitado.

La piedra movida por el amor de Dios hace que Cristo resucite y siga viviendo en medio de nosotros.

La piedra movida es la religión que nos invita a ponernos en múltiples movimientos solidarios.

La Resurrección acontecimiento no fue captada por ningún ojo humano. Fue experimentada no por los corazones de piedra sino por los corazones de carne.

¿Adivinan quiénes fueron los primeros en vivir esta experiencia?

No, no fueron los apóstoles. No habían movido la piedra de sus tumbas, eran cobardes, miedosos, unos cenizos. “Nosotros esperábamos que Jesús fuera el liberador de Israel”. Unos se largaron en busca de otros líderes y otros se escondieron.

Los hombres siempre pendientes de los negocios, del poder, de las tareas cotidianas viven cerrados a la trascendencia.

Las mujeres fueron las primeras en experimentar la Resurrección, las primeras en enterarse de que Jesús estaba vivo. “Muy de mañana, cuando aún era oscuro fueron al sepulcro”.

Sólo el amor de las mujeres experimentó su presencia y se movieron y fueron en su búsqueda. Por eso y por otras muchas razones las mujeres, las primeras, las que aman a Jesús, deberían tener mayor protagonismo en La Iglesia de Jesús.

La Pascua del 2010, alegre y gozosa como todas, se ha teñido de tristeza.

Los curas, algunos meros funcionarios, han pecado gravemente y han ensuciado la Iglesia. Encerrados en sus tumbas, detrás de sus piedras, han violado niños y mujeres. El grito de estas víctimas clama al cielo y llena, para nuestra vergüenza, los periódicos.

Sí, Cristo ha resucitado, pero la Iglesia, la parte humana de la Iglesia, sigue siendo el principal obstáculo para que los hombres de nuestro tiempo crean en Jesús.

Los que lo aman lo experimentaron vivo y nos han dejado su testimonio en las narraciones evangélicas que hemos proclamado y seguiremos proclamando a lo largo del tiempo pascual.

Narraciones que intentan explicarnos con metáforas de ayer lo inexplicable, lo que sólo el amor puede entender.

María Magdalena, apóstol de apóstoles, recibió de Jesús la misión de comunicárselo a los cenizos de los apóstoles. Y la misión continúa.

Cristo Resucitado es el corazón de la fe cristiana, es el mensaje total de la Iglesia.

Misión que no tiene como objetivo hacer clientes de una asociación sino hacer creyentes que amen y confíen sólo en Jesucristo.

Cristo Resucitado no es una fórmula más. Es un misterio, un no saber, una esperanza de que Dios siempre hace justicia a los suyos.

El amor de Dios resucitó a su hijo y nos resucitará a nosotros sus hijos.

Saludémonos con el grito gozoso de la Pascua:

Cristo ha resucitado.

Verdaderamente ha resucitado.

HOMILÍA 4

¿QUIÉN OS VISTE A VOSOTROS?

Un viernes muy de mañana vi un joven guapo y fuerte caminando por los suburbios de la ciudad. Empujaba un viejo carrito lleno de ropas nuevas y bonitas y pregonaba: Trapos. Trapos. Cambio trapos nuevos pos los viejos.

Yo no comprendía cómo un hombre guapo y joven se dedicaba a ese negocio.

Decidí seguirle y la verdad que no me decepcionó.

El trapero vio un mujer que lloraba desconsoladamente y enjugaba sus lágrimas en un gran pañuelo.

Déme su pañuelo y yo le daré otro, le dijo.

Dulcemente le quitó el pañuelo de los ojos y puso otro limpio en sus manos que era tan brillante y hermoso que resplandecía.

El trapero siguió su camino y observé que algo extraño sucedía. Se llevó el pañuelo a la cara y lo empapó con sus lágrimas, pero la mujer ya no lloraba.

Esto es maravilloso, pensé y seguí detrás del trapero que continuaba gritando: Trapos. Trapos. Cambio trapos nuevos por viejos.

Poco después el trapero se tropezó con una niña con la cabeza vendada y los ojos vacíos. Las vendas estaban empapadas de sangre y la sangre le corría por las mejillas.

El trapero la miró con amor y le dijo: dame tus trapos y yo te daré los míos.

Le quitó el vendaje y se lo ató a su cabeza. A la niña le puso un gorro amarillo y desapareció la herida y la sangre.

Ahora un hilillo de sangre brotaba de la cabeza del trapero.

Trapos. Cambio trapos nuevos por los viejos, gritaba el trapero que lloraba y sangraba.

Vi que se paró a hablar con un hombre y le preguntó si iba a trabajar.

Este le contestó: no tengo trabajo. ¿Quién va a contratar a un hombre que tiene sólo un brazo? Y le enseñó la manga vacía de la camisa.

Dame tu camisa y yo te daré la mía, le dijo el trapero.

El hombre manco se quitó la camisa y lo mismo hizo el trapero.

Temblé cuando vi lo que pasaba. Vi como el brazo del trapero se quedó dentro de la manga de su camisa y cuando el hombre se la puso tenía dos brazos sanos, pero el trapero ahora sólo tenía uno.” Ve atrabajar”, le dijo el trapero.

Después encontró a un borracho que yacía en el suelo cubierto con una manta y que parecía muy enfermo. El trapero se cubrió con esa manta y lo cubrió con ropas nuevas.

A mí me dolía su tristeza, pero seguí observándole para averiguar sus intenciones.

Finalmente llegó a un gran basurero, pensé ayudarle, pero preferí esconderme.

Subió a lo alto y dio un gran suspiro. Se tumbó y se cubrió con los trapos viejos que había intercambiado y murió.

Lloré amargamente, yo, testigo de su muerte, yo, que había llegado a amar al trapero y lloré mientras dormía en un coche del cementerio de coches.

Dormí todo un viernes y un sábado. El domingo por la mañana una luz violenta me despertó, una luz tan fuerte, tan fuerte que no podía mirarla.

Pude ver un milagro ante mis atónitos ojos. Allí, sí, allí estaba el trapero doblando su manta. Estaba vivo con sólo una cicatriz en su cabeza. Ni la menor señal de tristeza o de edad, y todos los trapos que había recogido a lo largo de la vida brillaban de limpios.

Bajé mi cabeza asombrado por todo lo que había visto, salí de mi coche chatarra y caminé hacia el trapero y le dije mi nombre.

Me quité todos mis vestidos y le dije: “Te doy mis trapos viejos. Vísteme con tus trapos  nuevos. Hazme nuevo otra vez”.

Me vistió. Me puso trapos nuevos y ahora soy una maravilla junto a él –el trapero. El Cristo. Cristo Resucitado.

A mi me vistió. ¿Quién te  viste a ti?

El historiador Arnold Toynbee en su obra monumental “Estudio de la Historia” afirma que hay cuatro clases de salvadores que han irrumpido en el escenario de la historia: el salvador con el cetro,-el político-; el salvador con un libro, -el filósofo-; el salvador con la espada, -el militar-; el salvador que se presenta como un semidios.

Todos estos presuntos salvadores han sido derrotados por el mismo enemigo, la muerte.

La fe cristiana defiende, y yo estoy de acuerdo, que el único salvador que está cualificado para liberarnos, darnos esperanza y salvarnos es Jesús de Nazaret porque es el único que ha vencido la muerte.

Los evangelios no terminan con el “todo está cumplido”, its is finished, de Jesús en la cruz.

Los evangelios tienen un capítulo más, el de la Resurrección, el de la vida nueva y glorificada.

Nosotros cerramos el evangelio y comenzamos a vivir el tiempo de la fe.

Fe en Cristo Resucitado. Fe en que todos estamos llamados a resucitar y a reinar con Cristo.

Hace un par de domingos, antes de la misa, me acerqué hasta el cementerio de Navalcaballo y a la vuelta un hombre joven que cavaba su huerto me preguntó: ¿Se ha escapado alguno?

Sí, Cristo se escapó de la tumba, resucitado por el poder y el amor de Dios.

Hoy, domingo de Pascua de Resurrección, proclamamos la única verdad digna de ser proclamada: Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado.

Millones de personas creen en Dios, creen en otra vida, viven la regla de oro –no hagáis a los demás lo que no queréis que os hagan a vosotros- pero sólo los cristianos creemos en Jesús Resucitado.

Esta es nuestra fe, nuestras señas de identidad, sólo los que creen en Cristo Resucitado son cristianos.

HOMILÍA 5

EL PREGÓN DE LA FIESTA

Todas las ciudades, mi pueblo incluido, desde el balcón del ayuntamiento comienzan sus fiestas con el pregón de la fiesta. Pregón que invita a los ciudadanos a la alegría, al jolgorio y al desmadre báquico durante unos días.

La Iglesia, en la Vigilia de Pascua, también entona su pregón musicalizado. Pregón que invita a todos los fieles a la alegría más explosiva.

“Exulten los coros de los ángeles...
Goce la tierra...
Alégrese también nuestra madre la Iglesia”...

Alegría cósmica de los cielos, la tierra y los hombres todos. Alegría que no dura unos pocos días sino cincuenta días, mejor la vida entera.

Once veces alaba el Pregón Pascual la noche:

“Qué noche tan dichosa
sólo ella conoció el momento
en que Cristo resucitó de entre los muertos!”

Esta es la noche y el día en que Cristo venció la muerte y fue resucitado por el amor de Dios.

Hace unas semanas fue enterrado con toda solemnindad política, social y religiosa Ricardo III.

Encontrados sus huesos en un solar y examinados científicamente concluyeron que eran los huesos del rey que, según Shakespeare, estuvo dispuesto a darlo todo por un caballo. “My kingdom for a horse”.

Aquí se buscan los huesos de Cervantes como si del santo Grial se tratara.

Según los evangelios que proclamamos, unas mujeres, muy de mañana, cuando aún estaba oscuro, fueron al sepulcro a ver los huesos de Jesús. Oh sorpresa! No encontraron nada.

La resurrección de Jesús no es un conjuro sobre huesos, es obra del amor. “El amor es más fuerte que la muerte”. Sólo el amor engendra vida y toda vida humana es valorada y amada por Dios.

No resucitamos porque hayamos hecho grandes cosas sino porque somos amados por Dios.

El hombre es siempre un ser perdido y perdedor.

Para los primeros cristianos decir “Cristo ha resucitado” era algo tan normal como lo es para nosotros decir “buenos días”. No necesitaban tratados de teología ni sermones sabios porque no se trata de un saber sino de una experiencia.

Esta profesión de fe distingue a los cristianos de todas las denominaciones de las otras religiones.

Sólo de Jesús, de ningún otro fundador, se afirma que esté vivo, resucitado.

Los cristianos no somos hombres del Viernes Santo sino del domingo de Resurrección, día de la risa y de la alegría, atrás quedan todas las tumbas abiertas a la vida.

Pascua es el día de Puertas Abiertas. Todos los centros escolares tienen su día de puertas abiertas e invitan a las familias a visitar sus excelentes instalaciones. Aquí, parecen decirles, sus hijos se harán hombres, se educarán en “valores”, pero les da miedo decir en “valores cristianos”.

Cristo nos ha abierto la última puerta que tenemos que traspasar, la Puerta de la vida para siempre.

La Iglesia abre sus puertas a todos para que puedan celebrar domingo tras domingo la Pascua y para que salgamos iluminados y decididos a ser testigos de la Resurrección.

Aleluya. Hay más vida y mejor vida después de esta triste vida. Aleluya.