HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A

  Cuarto Domingo de Adviento

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Isaías 7, 10-14; Romanos 1, 1-7; Mateo 1, 18-24

EVANGELIO

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:

La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo; -José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:

Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel (que significa: "Dios-con-nosotros")

Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

 

HOMILÍA 1

Un día, cuando yo era niño, un anciano me colocó sobre sus rodillas y puso su mano sobre mi cabeza como si me fuera a dar una bendición.

Alexis, me dijo, te voy a decir un secreto. Eres muy pequeño para entenderlo ahora, pero mira, ni el cielo ni la tierra son suficientemente grandes para contener a Dios, sólo el corazón humano es bastante grande para albergar a Dios.

Así pues, Alexis, ten mucho cuidado, que mi bendición te acompañe siempre y nunca, nunca, hieras el corazón de otra persona.

Este Dios que se hace presente y entra en la historia del mundo y en nuestras vidas no es un meteorito caído del espacio, ni un extraterrestre venido de otro planeta.

El evangelista Mateo nos ha dicho en este evangelio que hemos proclamado:

"El nacimiento de Jesús fue de esta manera: "La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo."

Dios necesita la colaboración humana de José y de María para nacer.

Jesús es el fruto del Espíritu Santo pero necesitó el consentimiento de José y de María.

Dios es un amante que nos necesita siempre.

Hay días en que no entendemos sus planes y pensamos que otros son más amados que nosotros y sentimos los celos del amor.

Hermanos, este José que el evangelio nombra cuatro veces y luego se olvida de él por completo, este José vivió un gran drama.

María estaba embarazada y José no tenía ni arte ni parte en el asunto.

Todos podemos imaginar sus celos, su preocupación y su dolor.

Yo me imagino a José yendo a la casa parroquial a consultar a su párroco. Le explicaría su situación y le diría: Padre, ¿qué debo hacer?

Juntos consultarían la Biblia y las tradiciones y juntos orarían.

María sabemos que dijo su Sí al plan de Dios. Pero José ¿fue forzado o dijo también su sí? José parece ser el hombre de más en esta historia de Navidad.

Cuentan que un grupo de estudiantes iban a representar la escena del nacimiento antes de las vacaciones y el joven que iba a desempeñar el papel de San José enfermó y llamó al director para comunicarle que no podría hacer su papel.

"Ya es muy tarde para buscar a otro que haga el papel de José", dijo el director. Lo tendremos que eliminar de la obra. José quedó eliminado y casi nadie lo echó en falta el día de la representación. San José pinta poco en ésta y en toda la historia de la salvación, pero tuvo un importante papel que jugar. Sin su presencia hasta la misma vida de Jesús habría sido más que sospechosa e inaceptable. Y la vida de María habría sido imposible en su Nazaret natal.

Hay muchos Josés entre nosotros. Hay muchas relaciones rotas y muchos sueños hechos añicos entre nosotros. Hay muchas situaciones conflictivas en los matrimonios entre nosotros.

Pero José que era un hombre justo pidió a Dios un signo antes de divorciarse de María y Dios se lo concedió.

Dios le habló en un sueño.

Se imaginan a José diciendo a María: "María, anoche tuve un sueño muy hermoso. Un ángel del Señor me dijo: "No tengas miedo"…

José aceptó y creyó en el signo de Dios y aceptó ser padre y dar nombre a un hijo que no era suyo sino del Espíritu.

Jesús necesita a José para tener un nombre, para crecer y para vivir y José, pasando a segundo plano, se quedó con María, adoptó el niño, adoptó a Dios, obedeció y cumplió la misión para la que Dios le había elegido.

Dios nos da signos como al rey Ajaz, como a José… nos da sueños y hermanos para reconocerlo y adoptarlo como hermano.

HOMILÍA 2

En la vida hay muchos caminos, el del crecimiento, el del éxito, el de la fe, el de la felicidad…

Estaba yo un día en uno de esos caminos cuando vi a lo lejos un toro enorme y amenazante bloqueando mi camino. Estaba yo muerto de miedo y orando para que desapareciera, pero el toro no se movía. En ese momento escuché una voz interior que me decía: haz lo que tengas que hacer, pero tienes que seguir adelante.

Decidí reunir todas mis fuerzas y coger el toro por los cuernos, pasara lo que pasara.

Caminé con decisión y me enfrenté al toro.

No creerán lo que sucedió. El toro me dijo: "¿Por qué tardaste tanto tiempo en llegar hasta mí? ¿Tenías miedo? Te he estado esperando para llevarte, sube a mi lomo y dime adonde quiere ir".

Lo que a veces parece un gran problema se convierte en una bendición.

Valor para encontrar la bendición y superar el miedo es lo que necesitamos.

"José, no tengas miedo de tomar a María como esposa"…

Una palabra de seguridad que Dios dirige a todos sus elegido es la de "no tengas miedo".

Abrahán, Daniel, Zacarías, Pedro, María Magdalena, María y José y tantos otros escucharon esta consigna: "no tengas miedo".

Hoy, la escuchamos nosotros.

Hoy, al acercarnos a la Navidad, al misterio del amor, tiene un significado especial para nuestra comunidad.

Todos tenemos muchas razones para tener miedo: miedo al terrorismo, miedo a los aviones, miedo al sida, miedo al marido borracho, miedo a perder el trabajo, miedo a la cárcel, miedo a la muerte…

José tuvo miedo. Según el Libro de los Números tendría que haber llevado a juicio a María embarazada.

Dios no nos quiere quitar este miedo, que es natural y con el que tenemos que vivir.

Hay un miedo que sólo se puede vencer con el amor perfecto. Y el amor perfecto es el que celebraremos el día de Navidad, el del Enmanuel, Dios con nosotros, un Dios hecho carne, nacido de mujer a los nueve meses, alimentado por el pecho de una mujer, traicionado con un beso…

El miedo vencido por el Dios con nosotros que nos trae la salvación

El evangelio no es una terapia para curarnos de los miedos normales, pero sí para curarnos de los miedos que destruyen nuestra relación con Dios.

Toda la vida cristiana es un esfuerzo por amar como Jesús nos amó. Y el camino para conseguirlo se llama: confianza.

En Navidad Dios se fía de María, se fía de José, padre adoptivo, se fía de los apóstoles y hoy, se fía de nosotros.

Si Dios se fía de nosotros, ofrezcámosle también nuestra confianza.

No tenga miedo a Dios. Dios es el Dios de la cuna y de la cruz.

No tenga miedo al infierno. Pero no se olvide de amar.

No tenga miedo al riesgo.

La Navidad que celebraremos el día 25 no es el final de nuestros miedos, pero sí puede ser el principio de un nuevo amor.

 

HOMILÍA 3

Una mujer, al despertarse por la mañana, le dijo a su marido: He tenido un sueño maravilloso. Soñaba que era la víspera de Navidad y que me regalabas un collar de perlas. ¿Qué crees que puede significar ese sueño?

Su marido le contestó: Lo sabrás el día de Navidad.

A la mañana siguiente se dirigió a su marido y le dijo otra vez: Acabo de soñar que me regalabas un collar maravilloso para Navidad. ¿Qué crees que puede significar?

Lo sabrás mañana, le contestó el marido.

Por tercera vez, la mujer se despertó, sonrió a su marido y le dijo: Acabo de soñar que me regalabas un collar de perlas maravilloso. ¿Qué crees que puede significar?

Su marido sonrió y le dijo: Lo sabrás esta noche.

Cuando su marido regresó aquella noche llevaba un paquete envuelto en papel dorado y se lo dio a su mujer. Ésta lo abrió con mucho cuidado y encontró un libro que se titulaba: “El significado de los sueños”.

A todos nos intrigan los sueños que soñamos mientras dormimos. Son de todos los colores, son indescifrables y muchas veces nos asustan.

Algunos los contamos a los amigos, pero muchos los callamos y olvidamos para volver a soñarlos. A mí me asustan los sueños que sueño despierto. Son con frecuencia los sueños de la ambición y de los siete pecados capitales. Son la nostalgia y la tristeza de las metas soñadas y nunca conseguidas.

Como dice la canción This is Me:

“Pero ahora tengo este sueño

Muy dentro de mí.

Voy a dejar que salga.

Ya es hora de que lo conozcas”.

En el evangelio de este cuarto domingo de Adviento, Mateo nos cuenta el sueño de José, la Anunciación a José.

“Se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”.

José, el extra, el que parece que sobra en el evangelio, el esposo escandalizado, a punto de pedir la nulidad de su matrimonio al rabino…

Este José, en sueños, recibe la visita de Dios que le habla a través de un ángel y le guía en las decisiones que tiene que tomar.

Dios va a entrar en el mundo de una manera sorprendente y Dios necesita a María, pero también necesita a José.

José, hombre bueno, tiene que fiarse de un sueño y de María. Y en esta Anunciación, José dijo su sí a Dios.

“Tú le pondrás por nombre Jesús”.

Sólo José le podía dar a ese niño un nombre, sólo José podía presentarlo en sociedad, sólo José podía registrarlo en el registro de los nacidos.

José para nosotros, los creyentes, es el padre adoptivo de Jesús, pero para los habitantes de Nazaret, José fue el único padre de verdad de Jesús.

Dios, para quien no hay nada imposible, necesita a José, a María, a Jesús y a todos nosotros para llevar a cabo la Gran Historia de la Salvación comenzada el Día Uno de la Creación. Hoy, tiempo de Adviento, es el tiempo de esperar y soñar la Creación nueva y definitiva, la que Dios llevará a cabo sin nosotros y a pesar de nosotros.

Ya tocando la fiesta de la Navidad se nos anuncia la venida de un niño, único camino para llegar a Dios y recibir los sueños de Dios.

Este Jesús,-Salvador,- viene a poner fin al pecado de los hombres y este, -Enmanuel,- Dios con nosotros,- nos revela que Dios ya no existe ni existirá nunca sin la compañía de los hombres.

Gracias al sueño de José y de María Dios sigue soñando a través de todos sus hijos y sueña, no que nació, sino que sigue naciendo en el mundo de los hombres.

Nosotros, los que decimos creer, los que tenemos sueños de grandezas y de riquezas, San José, el hombre escandalizado, nos invita a soñar y a creer en el niño al que él le dio el nombre sobre todo nombre.

Yo les invito a dormir y a soñar durante los sermones porque Dios les hablará en sueños mejor que los curas con sus prédicas.

HOMILÍA 4

Una tarde de verano una señora de la parroquia que vivía en la calle 134 entre Amsterdam y Broadway, calle de gente sencilla y de jóvenes dominicanos, vendedores de droga, vino a verme y me dijo: Padre, mi hija la única que aún era virgen en toda la calle, se ha quedado embarazada y no quiere decirme quién es el padre de la criatura.

Esas muchachas, teenagers, eran seducidas más por los regalos caros y los dólares de los vendedores de droga que por el amor.

Los padres desaparecidos, sus hijos llevaban el apellido de las madres.

José, en los evangelios, por raro que nos parezca es también un padre desaparecido.

De los personajes que desfilan ante nosotros en la liturgia de este tiempo de Adviento, Isaías nos emociona con su poesía, sus profecías y sus visiones paradisíacas; Juan Bautista nos asusta con su severidad y su dieta desértica y María, inocente y confiada es llamada a una misión extraordinaria; José si no existiera no pasaría nada.

En la novela “El evangelio de Jesús” de Saramago, el novelista se inventa la biografía de José, muy bella y casi creíble. Un José atormentado por haber salvado sólo la vida de su hijo Jesús y por no haber hecho nada por salvar a los niños inocentes de Belén. Un José que va en busca de su amigo y vecino Ananías que, lleno de celo por el Dios de la Alianza, como tantos otros israelitas se había echado al monte para guerrear contra las legiones del imperialismo romano y defender la soberanía de Dios sobre el país. En su búsqueda, José es confundido con uno de esos guerrilleros y es crucificado en Séforis a los 33 años. El José que, de pasada, nombra el evangelio de Mateo no tiene ni historia ni hazañas, acepta su papel secundario para salvar las apariencias turbadoras.

“María dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús”.

José tiene que dar nombre al que no tiene nombre. Nombre que los judíos guardaban en secreto hasta que el niño, a los ocho días era circuncidado y entraba en la alianza don el Dios de los padres. Pero hasta en esto José aparentemente queda relegado a un segundo puesto porque el nombre le viene dado de lo alto.

José en su noche oscura, entre hacer que apedrearan a María, darle la carta de divorcio o quedarse en casa con María José tuvo un sueño, esa ventana espiritual, y Dios le habló, “anoche mientras dormía soñé bendita ilusión”, y Dios mismo le reveló el misterio de los misterios, la maternidad de Marías, su esposa. No comprendió pero creyó.

El que José creyera tan rara explicación fue un milagro. Ni José ni nosotros lo entendemos, lo aceptamos en fe y punto.

José aceptó su misión en silencio y no dijo ni una sola palara porque su corazón estaba lleno de Dios.

El niño de María no era un problema sino la esperanza para José y para el mundo.

“Tu padre y yo te buscábamos angustiados”, le dice María a Jesús el día que se perdió en el Templo de Jerusalén. José y María, los padres de Jesús, como cualquier otra familia criaron, educaron a su hijo que junto a ellos creció en edad, en gracia y en sabiduría y en celo por las cosas del Dios de Israel, celo tan grande que hasta dio la vida por la instauración del reino y la soberanía de Dios.

José y María, padres de Jesús, siempre en contacto íntimo con él, antes de vivir la alegría del evangelio, vivieron la incomprensión y el rechazo del evangelio predicado por este hijo tan normal como cualquier otro y tan anormal porque la normalidad de Dios siempre se nos antojará como la mayor de las anormalidades.