HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A

  Noveno Domingo del Tiempo Ordinario

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Deuteronomio 11,18.26-28; Romanos 3,21-25.28; Mateo 7, 21-27

EVANGELIO

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

Aquel día muchos dirán: Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?

Yo entonces les declararé: Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados.

El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.

El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.

HOMILÍA

Cuando me siento decepcionada con mi papel en la vida, me detengo y me pongo a pensar en el ejemplo del pequeño Jaime. Éste trabajó duro para conseguir un papel en la obra de teatro de la escuela. Su madre me había dicho que quería con todas sus fuerzas conseguir un papel aunque se temía que no le dieran ninguno.

El día en que los papeles fueron distribuidos, fui con la madre a recoger al pequeño Jaime. Cuando vio a su madre se arrojó a sus brazos con los ojos alegres y lleno de orgullo.

“Adivina, mamá”, gritó y luego pronunció aquellas palabras  que conservaré siempre en mi memoria. “He sido elegido para aplaudir y animar”.

Todos los cristianos, es decir, nosotros, los aquí reunidos, tenemos que desempeñar bien nuestro papel. No hay extras en la Iglesia de Jesús. Todos llamados a poner ladrillos y a edificar nuestra propia vida y la de la comunidad sobre el cimiento que es Cristo.

Jesús no quiere maquetas, ni decorados, quiere casas sólidas, edificadas por el arquitecto Espíritu Santo y sobre la roca que es Cristo.

Nueva York, sembrada de maravillosos rascacielos, puede permitirse el lujo de levantar más y más porque su subsuelo es pura y dura roca y porque dispone de la tecnología para hacerlos.

Hoy, la Palabra de Jesús suena a reproche y juicio.

Jesús, el hombre manso y amable, comprensivo y conocedor de todas las maldades de los hombres, nos recuerda a todos, a los que estamos dentro, los que predicamos, los que rezamos, los que comulgamos, los que incluso hacen milagros que también tenemos los medios para edificar bien y sin embargo no lo hacemos. No buscamos la voluntad de Dios. Buscamos nuestra comodidad, sentirnos bien, la gloria humana, aumentar las estadísticas, asegurarnos la salvación…

A nosotros “los buenos” nos saca la tarjeta amarilla o roja el Señor. Y también a su Iglesia institución gloriosa para que se despoje de todos los trapos de poder y se edifique en la pobreza y la humildad.

A “los tipos malos”, a los gobiernos laicistas y a los que nunca han oído su nombre, Jesús los deja tranquilos hoy.

Es muy fácil decir a alguien “te quiero” y fundirse en abrazos y besos pero amar de verdad es mucho más que eso. Las obras del amor, vivir en el amor en las pruebas es muy exigente. El amor y la fe en alguien se verifican en las obras, en la obediencia y en la aceptación. Obras son amores y no buenas razones.

Hay hombres necios, hombres sabios, hombres populares, hombres fachada que escuchan y se escuchan pero no hacen la voluntad de Dios.

Hay hombres prudentes que escuchan y ponen en práctica la Palabra según lo expresa el profeta Miqueas 6, 8: “Hombre, ya te he explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad, y que seas humilde con tu Dios”.

A pesar de todo tenemos que seguir diciendo: Señor, Señor, en la oración de alabanza, en la de petición, en la acción de gracias, en el triunfo y en el pecado porque sólo Él, en nuestras omisiones e indiferencias, puede sanarnos y rescatarnos de nuestra demostrada mediocridad.