HOMILÍA DOMINICAL - CICLO B

  Bautismo del Señor

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio ...

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 Escritura:

Isaías 42, 1-4.6-7; Hechos 10, 34-38;
Marcos 1, 6-11

EVANGELIO

En aquel tiempo proclamaba Juan: -Detrás de mi viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hace él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: -Tú eres mi Hijo amado, mi preferido

 

HOMILÍA 1

La reina Victoria de Inglaterra visitó de incógnito una fábrica de papel. El encargado, desconocedor de la identidad de la ilustre visitante, le enseñó todo, incluso el sótano donde unos obreros amontonaban todos los trapos sucios que la ciudad de Londres tiraba. Ella preguntó qué se hacía con todos aquellos trapos malolientes. El encargado le informó que con esos trapos se hacía el papel más fino y más elegante del país.

Cuando se marchó el encargado supo que la ilustre visitante era la mismísima Reina.

Semanas más tarde Su Majestad recibía un paquete con el papel más blanco y más fino del mundo con su imagen y su escudo de armas. Y en una nota el encargado le decía: "Este papel ha sido fabricado con los trapos sucios que Su Majestad inspeccionó recientemente".

Reciclaje: los cristianos necesitamos también un reciclaje: nacer de nuevo, purificación de nuestras vidas y hacerlas nuevas en Cristo.

Primero. Jesús antes de su bautismo.

Los evangelios no nos dicen nada de su infancia y juventud. Sólo nos cuentan un viaje a Jerusalén cuando tenía doce años. Y allí se perdió. Fue el primer disgusto que Jesús dio a José y a María.

Una vida normal. Un joven de tantos. No fue a la universidad. Trabajó en el taller de su padre. Los sábados iba a la sinagoga a cantar y escuchar la historia que Dios había hecho con su pueblo. Los domingos jugaría y charlaría con los amigos en las esquinas de Nazaret. Alguna vez tendría que ir al prestamista para poder pagar la renta. Alguna vez tendría que pedir perdón a sus padres por llegar tarde a casa. Alguna vez tendría que decir no a las malas ideas de sus compañeros. Alguna vez soñaría dejar Nazaret y viajar a Soria...

Jesús era tan normal que los evangelistas no tienen nada que contar.

Hasta que un día, siempre hay un día en la vida, en que todo cambió.

Segundo. El día de Jesús, su día especial, fue el día de su bautismo.

Ese día dejó de ser "normal". Dejó atrás la normalidad de Nazaret y comenzó la aventura con Dios, comenzó a incendiar el país con la "anormalidad" del reino de Dios. Su bautismo fue el día, por decirlo con nuestras palabras muy humanas y muy cristianas, el día de su conversión.

El día de su bautismo marcó un antes y un después. El después fue la pasión del reino de Dios, la fuerza del Espíritu, la identidad plena y nueva del Hijo de Dios, la vorágine de la predicación, la irrupción del amor, la búsqueda de los pecadores y abandonados, el ser puente entre Dios y los hombres, unir cielo y tierra.

Jesús "marcado y lleno del Espíritu" descubre su nuevo ser. "Tú eres mi Hijo, el amado, al que miro con cariño".

Jesús, el amado, el mirado con cariño por Dios, descubre su nueva dimensión, no se pertenece, pertenece, es de Dios y para Dios.

Y lo vivió con tal intensidad que ya nada fue igual. Se puso incondicionalmente al servicio de Dios hasta el final de su vida y pudo decir: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".

El día de su bautismo comenzó la nueva creación, la nueva alianza de Dios con los hombres, el nuevo bautismo en el Espíritu.

Para Jesús todo empezó el día en que viajó al río Jordán, se bautizó y salió del agua lleno del Espíritu, fuerza y poder de Dios, ungido para predicar la aventura de un nuevo amor en el que hay salvación para todos.

Tercero. Hubo un día , siempre hay un día en la vida de cada persona, en que todo puede y debe cambiar.

Para todos nosotros ese día fue el día de nuestro bautismo. Salimos de las aguas renovados y sellados por el hechizo del Espíritu.

Pero el sello y la marca del hechizo quedan poco a poco ocultas e invisibles bajo el peso de la rutina y de la normalidad de la vida cotidiana.

La normalidad es gris, salpicada de pequeñas anécdotas: una borrachera aquí, una aventura allá, una pelea en la esquina, un hijo en la cárcel, un marido huido... pero siempre gris.

Hasta que un día dejamos de ser normales como lo dejó Jesús.

Es el día en que despertados y quemados por el Espíritu asumimos nuestro bautismo y cambiamos de rumbo.

Decimos adiós a la normalidad del mundo y nos convertimos a la anormalidad del evangelio.

Decimos adiós a las pasiones de la carne y nos convertimos a la pasión del reino de Dios.

Decimos adiós a la vida loca del hombre viejo y nos convertimos a la vida del hombre nuevo en el Espíritu.

Decimos adiós a la esclavitud de los vicios y nos convertimos a la libertad de los hijos de Dios.

¿Cuándo llegará ese día en tu vida?

Dios quiere que sea hoy. ¿Y tú?

Bautizado, estás lleno del Espíritu Santo, estás llamado a servir a Dios, y Dios te da poder para vivir como Hijo. Dios es tu enamorado. ¿Le darás tu amor? Dios es tu dueño. ¿Lo reconoces como tal?

Estar bautizado es escuchar, día tras día, una declaración de amor: "Tú eres mi hijo, Yo te quiero".

 

HOMILÍA 2
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EL BAUTISMO DE JESÚS

En la novela Viaje al Oriente, el escritor alemán Herman Hesse narra el viaje de un grupo de personas al Oriente, símbolo de la casa de la luz.

“Nuestra meta era no sólo el Oriente, más bien el Oriente era no sólo un país y algo geográfico, era la casa y la juventud del alma, era cualquier sitio y ningún sitio, era la unión de todos los tiempos”.

Leo, el personaje central de la historia, acompaña a este grupo de viajeros como su servidor, el que hace las tareas serviles, pero al mismo tiempo los sostiene con su espíritu y sus cancines.

Todo va bien hasta que Leo desaparece y el grupo se deshace y se dispersa, cada uno sigue su camino.

El narrador de la historia, uno de los viajeros, vagabundea durante años, hasta que un buen día es conducido a la orden que patrocinaba el viaje. Allí, para su sorpresa, descubre que Leo, al que conoció como servidor, es el jefe de la orden, su espíritu y su líder.

Nosotros, los viajeros en busca de la casa de la luz, casa sin puertas, sin sol y sin luna, porque Dios y el Cordero serán nuestra plena luz, nosotros en este tiempo de Navidad celebramos a nuestro líder y Salvador en un niño y lo celebramos a lo largo de todo el año y de toda nuestra vida, ya adulto, como el hombre bautizado, el hombre lleno del Espíritu y el servidor de este grupo de viajeros que somos todos los hombres.

Jesús desaparece, pero la historia no termina, nosotros sabemos dónde encontrarlo porque somos el pueblo del Espíritu, el mismo Espíritu que levantó a los profetas, el mismo Espíritu que llenó a Jesús el día de su bautismo, día de su despertar vocacional, día de su envío misionero, día del Padre y del Espíritu, del cielo abierto y de la voz escuchada.

Jesús nos llena con su mismo Espíritu, nos reúne en asamblea de fe con poder para continuar su misión como servidores y animadores de los viajeros en busca de sentido.

Jesús, antes de comenzar su ministerio, su vida pública, como cualquier otro israelita se sumergió en las aguas bautismales del Jordán y supo aquel día que Él era el perdón, el Amado, y lo siguió aprendiendo sirviendo a los pobres y a los encadenados por el mal y entregado a la implantación del nuevo orden, el Reino de Dios.

El bautismo de los cristianos es un gran acontecimiento en nuestra vida como lo fue en la vida de Jesús. No oímos la voz del Padre, pero nos dice también: “Tú eres mi hijo, yo te quiero”. No vemos bajar al Espíritu, pero llena nuestro corazón.

El bautismo nos señala la dirección del camino hacia Dios, primer paso hacia la meta, una relación cada día más estrecha con nuestro nuevo Padre, sacramento renovado diariamente y cada vez que hacemos la señal de la cruz.

Bautizar, en estos tiempos de increencia y de alejamiento de la Iglesia, es un ministerio más inquietante que alegre. Problema que la Iglesia no se atreve a enfrentar. Gracia a Dios algunos padres nos solucionan el problema al no bautizar ya a sus hijos, les basta con darles de alta en el registro civil.

Muchos padres que nunca pisan la iglesia siguen pidiendo para sus hijos la tarjeta de socios del club de Jesús al que nunca invocarán, piden un seguro que les libre del infierno, un lavado inicial o un rito cultural sin contenido religioso.

El movimiento carismático con su seminario de la Vida en el Espíritu y sus círculos de oración ha despertado en la Iglesia la necesidad de olvidarse del bautismo de agua para vivir el bautismo en el Espíritu. El Espíritu es el que convoca a los hijos para alabar a Dios y darle culto en espíritu y verdad, el que nos capacita para, perdido el miedo a la libertad, ser servidores y animadores de los viajeros del mundo.

Jesús, lleno del Espíritu, quiere que sus hijos vivan su adopción de hijos llenos y guiados por su mismo Espíritu.

Al Espíritu todos le tenemos miedo porque no lo podemos controlar y preferimos el orden al bullicio gozoso del Espíritu.

El bautismo de Jesús que hoy celebramos más que una mirada al pasado es una invitación a renovar diariamente el bautismo en el Espíritu, alegría y libertad, y a la Iglesia la invita a plantearse y revisar la tarea pastoral de bautizar.