AUDITORÍA A LA NAVIDAD

Félix Jiménez Tutor, escolapio

 

 

El mundo de los hombres es el ámbito de las relaciones horizontales.

Todos necesitamos contaminarnos con la compañía de nuestros semejantes, esos virus humanos, que unos días nos matan y otros nos resucitan.

Esta red de relaciones, vivida cada vez más en la distancia, se estrecha con la llegada de la Navidad.

Hay una navidad horizontal, la de la vuelta a casa, la de los abrazos, la de las comidas de trabajo, la de los regalos y felicitaciones…

Celebrada por todos, es bonita y necesaria.

Me asombra su universalidad y cómo se la han apropiado “los hijos de las tinieblas”.

Los grandes almacenes comercializan lo sagrado y los buenos sentimientos.

La navidad horizontal, para los que no creen en el niño de Belén, es pretexto para remendar relaciones rotas, tejer nuevas amistades, hacer fiesta y dar densidad a un tiempo meramente profano.

Gracias a este cuento de hadas, nostalgia religiosa inútil, la navidad horizontal despierta en muchas personas complicidades amorosas que brotan de un corazón siempre necesitado del calor humano.

La Navidad vertical, la mía y la de muchos creyentes, no se desentiende del vertiginoso tinglado humano, pero tiene que apuntar a lo alto, conectar con la trascendencia y encontrarse con el misterio.

La Navidad vertical, inexistente en este acá de relaciones entre iguales, es el yugo suave que nos unce a un Dios liberador y colorea toda nuestra existencia.

La Navidad vertical nos tiene que acercar al ensimismamiento y la humildad de María, al silencio de José, al asombro de los pastores y a la adoración de los Reyes Magos.

Estos protagonistas de la Primera Navidad, la única y la auténtica, huyendo del mundanal ruido, encuentran al niño nacido extramuros en la oscuridad del establo.

Los cristianos de todos los tiempos, con más arrogancia que humildad, hemos querido imponer nuestras verdades; hemos hablado más que el silencioso extra San José; hemos adorado más las obras de nuestras manos y nuestros dogmas incomprensibles que la simplicidad del niño y nos ha deslumbrado más el boato eclesial que la sencillez y la pobreza de Belén.

Navidad, la horizontal y la vertical, las dos bellas y necesarias, ambas eco de este viaje de ida y vuelta, de esta visita inesperada que por más incomprensible que nos resulte nos invita a recibirla con humildad, silencio, asombro y adoración.

“Lo importante no es que venga sino que vuelva”.

Sí, celebrémosla este año y ojalá vuelva año tras año a enseñarnos a vivir como hermanos.

Abramos una puerta, dentro de nosotros, ateos anestesiados o creyentes eufóricos, hay un espacio aún virgen que sólo puede ser penetrado por un Eros plenificador, el de Dios.

A todos, desde estas páginas de Heraldo de Soria, Feliz Navidad, ya horizontal ya vertical.