Más Santidad Y Menos Santos de Escayola

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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La epacta, agenda de las fiestas religiosas, se encuentra en todas las sacristías del mundo. Este libro, por sorprendente que nos parezca, es dañino y polémico. Para la inmensa mayoría de los curas es más importante que la Biblia, para mí es inútil porque pone el acento en lo secundario, en los inesenciales del culto, los santos.

Más que curioso resulta ridículo que en los conventos, las discusiones giren a la hora del rezo o de la misa en torno a los santos, si son memoria obligatoria o libre, si los ornamentos son rojos o verdes, si hay que mencionarlos 20 veces u olvidarlos.

Las otras conversaciones giran siempre en torno al fútbol, tema neutral para tener la fiesta en paz.

Los santos y los futbolistas son una distracción mortal. Son la droga que nos hace olvidar nuestra verdadera vocación y responsabilidad. Como no adoramos al “Tú solo Santo”, el Totalmente Otro, es tan abstracto, tan otro, nos volcamos en alguien más tangible como los santos, pero no en los santos santos sino en los santos oficiales, los que lucen dorada aureola, los que han pasado el corte a empujones, cuentan con influencias poderosas y con cheques millonarios y dedicamos el tiempo libre a los futbolistas, esos seres galácticos, declarados de interés mundial.

¿Saben ustedes por qué Estados Unidos es el país más cristiano del mundo? Muy sencillo, porque es el país más bíblico del mundo. En sus templos, los santos de escayola son los grandes ausentes, pero la Biblia se proclama en el Senado y en el Congreso, en los cuarteles, en las grandes convenciones políticas, se predica con ropajes clericales, con traje y corbata, y, como en White Tail Chapel en Ivor, Virginia, se predica en cueros. Pastor y feligreses desnudan no sólo el alma sino también sus cuerpos. Es una iglesia nudista.

Ningún país más bíblico y ningún país tan plural, tan excéntrico. La Biblia es un gran paraguas que cobija a todos y a todo lo divino y lo humano.

A nosotros nos bastan los santos, pero no los santos santos sino los oficiales, los de escayola. Nosotros somos santeros, pero no bíblicos.

El Papa Francisco, en su corto reinado, ya ha canonizado y beatificado a más católicos que sus dos predecesores. Me sorprende y asusta su afición a fabricar santos.

A los 800 mártires de Otranto hay que sumar la monja colombiana y la mejicana, más Pierre Favre, jesuita que el Papa admira, a Angela Foligno, más los futuros Papas Juan XXIII y Juan Pablo II, más Joe Anchieta, Marie de L’Incarnation, más François de Laval, más los 522 mártires de la cruzada española, más los 124 mártires coreanos que pronto serán beatificados.

“Necesitamos santos sin sotanas, sin velos. Santos que van al cine, que escuchan música, que alternan con los amigos”… Esto predicó, un día, el Papa Francisco. Pensamiento que a todos nos gusta y que todos suscribimos. Esos santos existen en la Iglesia de Jesús, son “el bosque que crece” y no hace ruido. Yo conozco a más de uno de esos santos de paisano, pero a estos santos les asustaría tanta dignidad humana, les intimidaría la gloria de Bernini y, además ¿quién va a invertir dinero en el laberíntico y millonario proceso de la santidad vaticana por unos católicos que nadie conoce? Para ser santo oficial se necesitan padrinos con abultadas cuentas bancarias, con bolsillos profundos.

De momento seguiremos teniendo santos con sotana y con velo. La gloria de los institutos religiosos y apostólicos pide más gloria que se mide por la cantidad de los santos que veneran y exhiben en sus altares. Ni un euro para la santidad oficial, todos los euros para las obras de caridad.

La Iglesia no necesita incrementar la lista de los santos oficiales. Si esta fábrica se cerrara no pasaría nada, simplemente caeríamos en la cuenta de que lo que la Iglesia necesita es más santidad.

La Iglesia necesita un pueblo santo, un pueblo de santos, santificados por Dios, lavados y purificados día tras día por el “Tú solo Santo”.