LA ÚLTIMA FRONTERA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Gracias a la puerta que abrió el feminismo las mujeres viven mejor que nunca: tienen tarjetas de crédito, se casan con quien quieren, deciden cuantos y cuando van a tener los hijos, eligen la profesión…se les ha abierto la puerta del cielo.

Ahora, en Estados Unidos, tienen un obstáculo menos, el ejército les permite entrar en combate, puerta abierta a los salones VIP de los oficiales y a un escalafón ilimitado. Cruzar esta frontera es cambiar fundamentalmente la pirámide militar.

A pesar de tantas puertas abiertas las mujeres no entran en el cielo ni en la cama. Los hombres, en la sociedad civil y en las religiones, siguen siendo los patriarcas que ya empiezan a temblar ante el empuje poderoso de las mujeres. Reducir las mujeres a peones pertenece a un pasado clausurado.

Quedan muchas batallas por ganar. En Alemania, país civilizado, culto y rico, el 58% de las mujeres sufren acoso sexual y casi siempre en el mundo del trabajo.

Brüderle, político del Partido Democrático Liberal, al responder a una periodista se despachó con un piropo “sólo sirve para llenar el traje regional”. Minusvalorar a las mujeres es para muchos hombres frivolidades inofensivas.

En la India la frivolidad se convierte en la locura de la polla loca que viola en los autobuses, en las comisarías de policía y en las calles con total impunidad.

En el primer mundo, las mujeres no han entrado en el cielo, pero ya casi lo tocan con la mano. Viven más años que los hombres, educan a los niños y jóvenes, curan y vendan las heridas en los hospitales, nos sirven el café, son omnipresentes.

La única puerta que se les cierra es la del cielo de la religión.

Las mujeres valen para todo: el sexo y la guerra, todo menos para ser puente entre Dios y los hombres, para el sacerdocio en el Iglesia católica.

“La mujer que tenga la menstruación permanecerá impura por espacio de siete días y quien la toque quedará impuro!, leo en el libro del Levítico.

Hay mucho miedo en las religiones a la mujer. El Antiguo Testamento, del que somos deudores nos aflige con lo impuro y lo puro más de la cuenta, más que el inofensivo y gozoso Evangelio de Jesús. 

Nada es hoy como ayer. Todo cambia, las religiones, aun en contra de los guardianes de la ortodoxia, cambian y se desprenden de las mil capas de pintura grotesca acumulada a lo largo de los siglos.

El periódico católico, National Catholic Reporter, me sorprendió semanas atrás con un editorial no sé si revolucionario, atrevido o digno de atraer todos los rayos y centellas de la siempre vigilante autoridad.

“La llamada al sacerdocio es un don de Dios. Tiene su origen en el bautismo. Las mujeres católicas que han discernido la llamada al sacerdocio y han sentido la llamada y ha sido confirmada por la comunidad deberían ser ordenadas en la Iglesia Católica Romana. Prohibir a las mujeres la ordenación al sacerdocio es una injusticia que no podemos permitir que siga en pie”.

Pedía el editorial que el magisterio papal, autoproclamado como el único auténtico, no apague el espíritu que habla también a través del magisterio de los teólogos y de los fieles.

En una Iglesia en la que el 80% de sus miembros son mujeres, éstas se merecen algo más que un banco y una escoba.

El Vaticano, no los fieles, tiene miedo a las mujeres y se obstina en su marginación doctrinal y sistemática. Excomulgó al P. Bougeois por participar en la ordenación de una mujer y al P. Bill Brennan, 92 años, le ha prohibido ejercer de cura por haber concelebrado con una mujer sacerdote.

Las iglesias cristianas que leen la misma Biblia y oran al mismo Dios, están más en sintonía con el mundo de hoy y han abierto sus puertas a las mujeres.

La Iglesia Anglicana en 2010 ordenó de sacerdotes a más mujeres que hombres, 290 frente a 273 hombres. Pronto, como en otras profesiones, el clero femenino tomará el relevo del masculino.

Jesús, el hombre sin fronteras, nos invita a asumir su agenda. Los hombres, vanidosos y ególatras, le imponemos la nuestra.