EL MAYORDOMO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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En las novelas de misterio, el primer sospechoso es el mayordomo. Le plantan en la mano una navaja o una pistola e intrigados y ansiosos devoramos la historia para, en la última página, encontrar al verdadero culpable.

En la vida real, en las casas bien, el mayordomo es un mueble elegante que almacena toda la etiqueta de la alta sociedad.

El Vaticano, una casa bien, tiene también su mayordomo aristocrático y ceremonioso como el butler clásico, el inglés.

El Vaticano, casa bien de mil habitaciones y escaleras secretas, ha vivido y vive la pesadilla del mayordomo. A pesar de que nos dicen que “el mayordomo lo hizo”, la novela sigue, el suspense va in crescendo.

Paolo Gabriele, pajarillo enjaulado, ya no limpiará los zapatos rojos, ya no elegirá los gemelos de las camisas blancas, ya no viajará en papamóvil y ya no escanciará el vino de su señor. Pero ya ha dicho como dicen todos los mayordomos: ningún hombre es un héroe para su ayuda de cámara.

Paolo Gabriele, como San Francisco de Asís, dichoso él, tuvo una revelación divina y oyó una voz que le decía: “Repara mi Iglesia, ¿no ves que se derrumba?”

“Viendo el mal y la corrupción por todas partes de la Iglesia” y guiado por el Espíritu, Paolo decidió salvarla con las armas de hoy. Creó, con la ayuda de la envidia clericalis, el Vatileaks.

Las cloacas del Estado Vaticano acarrean las aguas sucias de la corrupción, del blanqueo de dinero, de las envidias y de las intrigas cortesanas.

Pensar la Iglesia como algo espiritual y santo es una ingenuidad.

Paolo con lamentos hatmelianos grita desde su calabozo: “algo huele a podrido en el estado del Vaticano”.

Ahora empieza la novela del misterio que la policía secreta de Dios, el Opus Dei, tiene que investigar.

¿Desenmascararán a los cómplices del mayordomo? ¿Se atreverán a escalar hasta la cúspide de la pirámide?

Más importante que saber quien liqueó al periodista Nuzzi los documentos y cartas dirigidas al Papa es verificar la verdad que todos esos papeles denuncian.

Los pecados de los fieles los susurramos en el confesionario y mueren, pero los pecados del Estado Vaticano tienen que ser, lo dice el evangelio, gritados desde las azoteas y los campanarios,

Paolo ya ha confesado. ¿Confesarán los monseñores y los cardenales?

Ojalá que Benedicto XVI en lugar de darnos encíclicas nos diera visiones.

Lo que pasa en el Estado Vaticano, sus intrigas, sus envidias, sus  ansias de poder, sus dineros…no deben oscurecer el mucho bien que muchos católicos hacen en la periferia del mundo. Su presencia desinteresada y sin poder justifica por si sola la existencia de la Iglesia.