El Apocalipsis Pide a las Iglesias Conversión

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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La palabra Conversión es la palabra más repetida en la predicación y hay tiempos litúrgicos en los que su uso ya en los textos bíblicos, ya en las devociones, o en las exhortaciones y charlas comunitarias se hace omnipresente.

¿Qué es la CUARESMA si no el escenario en el que durante 40 días se llama a los cristianos y hasta se les exige Conversión?

Yo llevo toda la vida en proceso de Conversión y ni me entristezco ni me deprimo por no haberla conseguido del todo.

A veces, en la sección testimonios, he escuchado conversiones maravillosas. Esas personas elaboran un relato de película, te grifan los pelos y te hacen sudar y llorar. Su relato es más espectáculo y literatura que un retazo de la vida real. Pasados unos pocos días, la vida cotidiana los devuelve a la realidad y de su minúscula conversión sólo queda un show acrobático y poco más.

Difícil caer del burro, -convertirse-.
Difícil dar el brazo a torcer, -convertirse-
Difícil renunciar a mis ideas y a mis adicciones, -convertirse-.
Difícil dejar de ser yo, -convertirse-.
Mi Yo está lleno de mí, no cabe nada más. Imposible Conversión.

40 días de CUARESMA para hacer Spring Cleaning, para vaciar el Yo de sus vanidades y llenarlo de Palabra de Dios, de Gracia de Dios y de Presencia de Dios. Mientras no pueda decir como Pablo, “Ya no soy yo el que vive, es Cristo el que vive en mí”, no hay Conversión, sí puede haber conversión para relatar mis acrobacias espirituales en la sección testimonios, por cierto, la sección más esperada y la más aplaudida.

Los predicadores, en este hoy post-moderno, post-jerárquico, post-eclesial, post-épico, post-todo, viven tensos y tímidos frente al rechazo, se saben oídos pero no escuchados, se han quedado sin relato y sin auditorio y anuncian la Conversión a los que no la necesitan. Para su auditorio Conversión es consumo de devociones y ratitos calentando un banco.

“Escribe en un libro lo que ves y envíalo a las siete iglesias”. Mensaje que Juan de Patmos recibió y llevó a cabo. Me gustan las siete cartas, casi las he memorizado, a las siete iglesias de Asia Menor. Siete cartas poco leídas. ¿Será porque van dirigidas a las Iglesias?

Siete invitaciones a la Conversión en el tiempo de CUARESMA.

No van dirigidas a individuos particulares sino a las iglesias. Piden Conversión a la Iglesia por los pecados corporativos. La Iglesia, las iglesias, las órdenes y las congregaciones religiosas raramente se arrepienten y nunca son exhortadas a la Conversión. Resulta fácil enfrentarse y gritar a los pobres cristianos congelados en sus bancos, pero ¿quién se atreve a enfrentarse a ese bloque marmóreo, intocable, inamovible, jerárquico y eterno que tiene el poder de las llaves y de los dineros?

Francisco de Asís, apoyado a la pared de una iglesia agrietada, oraba y pedía por su Conversión, por la de la Iglesia.

Lutero, monje angustiado por su Conversión y su salvación, desde la Sola Scriptura y esclavo de la Palabra, pedía la Conversión de la Iglesia.

El Papa Francisco pide Conversión a la Iglesia y la ha convocado en Roma, antes de la CUARESMA, para una pequeña conversión.

La Gran Conversión la convoca el Espíritu Santo y es obra del poder de Dios.

“Al ángel de la Iglesia de LAODICEA escribe: Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios”.

De las siete cartas de Juan de Patmos a las siete iglesias de Asia Menor, la carta a la Iglesia de Laodicea, la Iglesia tibia, es la más comentada en los círculos de oración.

Esta es la única Iglesia a la que el Amén no le dice nada bueno. “Conozco tu conducta, sé que no eres ni frío ni caliente”. El Amén no conoce ninguna obra buena digna de ser mencionada. Un silencio acusatorio.

El evangelio, “fuerza de salvación para los que creen en él”, encuentra muros difíciles de penetrar cuando es predicado. Pero no son los mal llamados malos por la Iglesia: los ateos, los agnósticos, los ex-comulgados, los ex-claustrados, los ex-renegados, los ex-tranjeros...los muros más difíciles de ser penetrados por el evangelio. Estos son los fríos que están siempre ahí, esperando una chispa divina que los encienda.

El AMÉN, el Sí de Dios y el Sí a Dios, siente náuseas y arcadas que le producen vómitos. Los tibios, los piadosos, los auto-satisfechos, los cumplidores, los fariseos, los que se tienen por justos, los que presumen de uniforme y de títulos, los aburridos, los super-ortodoxos, los que no necesitan ni evangelio ni predicación…”os voy a vomitar de mi boca” dice el Amén, el sello de autenticidad de Dios.

“Tú dices: Soy rico, me he enriquecido, nada me falta”.

Laodicea era una ciudad rica, centro de negocios y de comercio, su lana era muy apreciada y sus colirios para las enfermedades de los ojos eran otra fuente de riqueza. En el año 60 AD, la ciudad, confiando solo en sus recursos, rehusó la ayuda de Roma para reparar los daños causados por un terremoto.

Laodicea ponía su seguridad tanto en lo económico como en lo religiosos en su riqueza.

Revestida de una gran fachada de autosuficiencia, no necesitaba ni a Roma ni a Dios.

“No te das cuenta de que eres pobre, ciego y desnudo”.

El Amén no la quiere vomitar de su boca, la quiere poner en un camino de Conversión y le aconseja: Eres pobre, compra mi oro refinado. El oro físico ya lo tienes y no te salvará. Mi oro espiritual, mi amor más fuerte que la muerte, es el que necesitas y es gratis. Mi primer mandamiento, el más básico, el más exigente, es el que ninguna iglesia se atreve a cumplir con total lealtad. !Qué fácil es caer en la idolatría!

Eres ciego, incapaz de ver tu apostasía, incapaz de ver el río de agua de vida que brota del trono de Dios y del Cordero, incapaz de ver tu hipocresía. Déjame que te unja con mi óleo para que recobres la vista.

Estás desnudo. Compra mis vestidos blancos para que te cubras y no quede al descubierto tu desnudez.

Exhibes tus plumas de colores de pavo real, alardeas de belleza material y te pavoneas por las pasarelas del mundo, pero tu desnudez es mucho más profunda, tu alma desnuda no tiene con qué cubrirse. A las almas sólo las visto Yo.

El golpe de gracia, invitación y reproche, del amante siempre puntual a la cita y casi nunca correspondido, se lee en el versículo 20

“Sé ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguien oye mi voz y me abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo”.

El Amén siente ternura por la Iglesia apóstata, llama a su puerta y le pide Conversión.

No llama a la puerta metafórica del corazón del pecador sino a una puerta concreta, la de la Iglesia.

Los tibios de Laodicea, idólatras, han echado fuera al Amén y éste llama a la puerta, quiere entrar en su casa, sentarse a la mesa y, al final del día, ofrecerles la cena, la última cena, la cena del Amor, de la mutua comunión, la Eucaristía.

A la Iglesia de Éfeso: “Arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera si no iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero, si no te arrepientes”.

A la Iglesia de Esmirna: “Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida”.

A la Iglesia de Pérgamo: “Arrepiéntete, si no iré pronto donde ti y lucharé contra esos con la espada de mi boca”.

A la Iglesia de Tiatira: “No os impongo ninguna otra carga, sólo que mantengáis firmemente hasta mi vuelta lo que tenéis”.

A la Iglesia de Sardes: “ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir!.

A la Iglesia de Filadelfia: “Vengo pronto, mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona”.