A LOS GRANDES HOMBRES

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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A LOS GRANDES HOMBRES, LA PATRIA AGRADECIDA

París es la ciudad de la frivolidad, de los artistas, de los bouquinistes, de los intelectuales, más laica que religiosa, París no es una ciudad, es La Ciudad.

Nunca he subido a la Tour Eiffel, tal vez, para llevar la contraria a mis compañeros de viaje cuyo único objetivo era retratarse y ver la ciudad desde lo alto. La Tour Eiffel, montón de chatarra cobriza, no me da calambres.

Donde yo sentía una profunda emoción, experiencia cuasimística, era en las profundidades del Panteón, el Templo de la Humanidad, el Templo dedicado a los Grandes Hombres.

La cripta no es un cementerio, es la zarza donde arde el pensamiento y habla la Gran Literatura. Yo siento necesidad de descalzarme y pedirle a Victor Hugo que me declame la poesía Je n’ai pas de palais épiscopal en ville.-yo no tengo un palacio episcopal en la ciudad-. Y a la cabecera de Rousseau leer algunas de sus cartas: “Las cartas de amor se escriben empezando sin saber lo que se va a decir, y se termina sin saber lo que se ha dicho”.

Los sueños de esos Grandes Hombres siguen aún vivos ¿y los de las mujeres? Los Grandes Hombres necesitan, dicen los franceses, más compañía femenina.

La Iglesia Católica es la única Iglesia que ha creado su Panteón inmaterial e invisible dedicado no a los Grandes Hombres sino a los hombres santos. La grandeza de los hombres es mensurable, la santidad, cantidad desconocida, no se puede detectar ni con los rayos X ni con los escaners ni se estudia en los libros de literatura o en los de historia. Es cierto en los centros concertados los alumnos conocen mejor las grandes virtudes de los fundadores de los Escolapios, los Jesuitas o los Agustinos que los evangelios.

La santidad que el Vaticano certifica con cientos de sellos es interesada, es muy cara, es producto para la galería, es partidista, en una palabra, es más humana que divina.

Leo en el Heraldo de Soria que San Pedro de Osma, realizó su último milagro después de muerto, expulsó de la catedral el cuerpo de otro obispo que no merecía estar allí. Menos mal que es sólo una leyenda porque semejante milagro no es propio de un santo y mucho menos de un cristiano.

El 13 de octubre, en Tarragona, la Iglesia introdujo en el Panteón de los santos a 522 mártires de la guerra civil. Estos son los mártires de Francisco a los que hay que sumar los 479 de Juan Pablo II y los 498 de Benedicto XVI.

Miles y miles de víctimas colaterales, matanza de los inocentes, mártires del odio y de la barbarie humana, yacen muertos y olvidados después de todas las guerras injustas en las que los hombres se entretienen. Mártires anónimos, sin Panteón, sin lágrimas y sin oraciones.

Ser cura y ser maestro durante nuestra guerra civil y en los años posteriores fueron dos profesiones de muerte. Hombres y mujeres que eran cazados como conejos, sacados de sus escondites eran ejecutados sin más protocolo. Sólo conocemos el odio y la ideología de los verdugos de ambos lados, nada sabemos del miedo y de la actitud de las víctimas frente a la muerte. Más que mártires son hombres y mujeres que tuvieron mala suerte, fueron descubiertos, sacados de sus madrigueras y ejecutados. Todo lo demás es literatura piadosa.

Yo creo en el Panteón de Dios, no creo en el Panteón de los hombres, en el del Vaticano.

A mí me avergüenza la ceguera del Vaticano. Sus decisiones, para bien o para mal, tienen más tintes políticos que cristianos.

Oscar Romero, Arzobispo de San Salvador, después de pronunciar un sermón, predicó tantos, contra la guerra y los agentes de la guerra con nombres y apellidos, contra la violencia sufrida por los campesinos, mártires anónimos, imploró a los soldados, presentes en la catedral, a tirar las armas. Éstos, sordos a la súplica de paz y reconciliación, apuntaron a su corazón y cayó mártir junto a su pueblo testigo de su fe y de su valentía.

¿Por qué no se le reconoce como mártir y se le introduce de una vez en el Panteón de los santos? ¿A qué espera el Vaticano para hacer justicia a un auténtico mártir?

Nuestros mártires no confesaron, no protestaron, no se sublevaron, sólo se escondieron y fueron descubiertos. Y ya están en el Panteón.

Tengo que pedirle a Francisco que cierre el Panteón por obras o por cualquier otra razón, cansancio por ejemplo. Si cerrara la fábrica de la santidad haría un gran favor a la cristiandad.