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Escritura:
Eclesiástico 35, 15-17.20-22; 2
Timoteo 4, 6-8.16-18; Lucas 18, 9-4 |
EVANGELIO
En aquel tiempo
dijo Jesús esta parábola por algunos que,
teniéndose
por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás:
Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un
publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te
doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos,
adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el
diezmo de todo lo que tengo.
El publicano, en
cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo;
sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este
pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque
todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido.
HOMILÍA 1
Un día de sol un
elefante se bañaba en un río de la jungla. Un ratón se acercó a la
orilla y contemplaba al elefante y le dijo: elefante, sal del agua.
-¿Por qué?
- Cuando salgas te
lo diré.
El elefante salió
del agua y le preguntó: ¿Qué quieres, ratón?
Sólo quería ver si llevabas puesto mi
traje de baño.
El domingo pasado,
el Señor nos decía que hay que orar siempre sin
desanimarse
y nos contaba el cuento del juez malvado y la viuda persistente e
insistente.
Hoy, el Señor
quiere denunciar "a los que se creen justos y desprecian a los demás".
Hoy, el Señor
quiere sacar los colores a unos cuantos de nosotros. Y a través de estos
dos personajes del evangelio, el fariseo y el publicano, nos quiere
hacer ver cómo es Dios y cómo somos nosotros.
¿Cómo es el
fariseo?
En su oración no
pide nada. Sólo habla y ora desde el Yo. Yo…
Juzga a los otros,
es justo, santo, bueno… No hay sitio para Dios en su vida. Su Yo lo
llena todo.
Para él Dios es
como el presidente de una gran corporación y el fariseo aspira a
convertirse en el director.
¿Tiene usted
problemas con las personas que vienen a la iglesia?
¿Verdad que
observa a la gente y se fija en si cantan, si responden, si saludan a
los hermanos? ¿Y los juzga? Y piensa, yo no soy como éstos.
El fariseo salió
del templo como entró: lleno de sí mismo pero vació de Dios.
Salió del templo
como entró: con su orgullo y su justicia pero sin la justicia ni el
perdón de Dios.
Su oración no iba
dirigida a Dios sino a la galería.
A Jesús no le
gustó nada esa actitud farisaica. Y por eso nos dice: "Ay de los que se
creen justos y desprecian a los demás".
¿Hay alguien aquí
que se cree justo y desprecia a los demás?
¿Alguien viene a
decirle a Dios y a los hermanos todo lo bueno que hace y lo bueno que se
cree?
Cierto, ustedes y
yo hacemos cosas buenas.
Cuidamos de
nuestras familias. Educamos a los hijos. Venimos el domingo al templo.
Ayudamos a los vecinos y ayunamos en cuaresma. Cumplimos bien con
nuestro trabajo. Estudiamos la Biblia. Somos casi tan buenos como el
fariseo.
Pero no venimos
aquí a cantar nuestros méritos y hazañas. Venimos a cantar las hazañas
de Dios.
No venimos a pasar
la factura a Dios y pedirle que nos pague nuestros trabajos.
No venimos a
decirle que no somos como los que nunca vienen aquí, sólo Dios sabe lo
que hay en cada corazón.
A mi no me
preocupan las cosas buenas que hago. A mi me duelen las obras buenas que
no hago, los pecados que sí hago cada día y por eso vengo al templo, no
como el fariseo y sí como el publicano abrumado por el peso de mi
pecado. No miro a los demás, me miro a mi mismo, siempre necesitado del
perdón de Dios.
Nadie es justo
ante Dios, pero todos somos justificados si nos reconocemos pecadores,
publicanos, ante Dios.
Nadie está en la
gracia de Dios, pero todos somos llenados de gracia si, arrepentidos,
nos acercamos a Dios.
Nadie puede
presumir de nada ante Dios, sólo la fe en él nos reconcilia con su amor.
La oración del
publicano es verdadera, la del fariseo es una oración falsa.
La oración tiene
que estar centrada en Dios. Sólo ora de verdad el que tiene una relación
con Dios. El es el origen, centro y fin de nuestra vida. El yo tiene que
morir para que el Espíritu hable por nosotros.
La oración tiene
que producir un cambio en nuestra vida.
Orar no es
intentar cambiar la mente de Dios, sus designios, orar es cambiar yo.
HOMILÍA 2
EL DEL ÚLTIMO BANCO
Algunos católicos
dicen que no se sientan en el primer banco porque aún no ha llegado la
hora de su conversión.
Algunos curas, yo
también, echamos en cara a los del fondo de la iglesia, a los del último
banco su falta de valentía y su poca fe. Creemos que tienen miedo a
manifestar su pertenencia a la asamblea cristiana.
Hoy, el evangelio
nos pone como ejemplo y modelo al hombre del último banco.
“El publicano se
quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo”.
Hoy, quiero cantar
y dar las gracias a Dios por los hombres del último banco.
El cura, el que
preside la asamblea, desde su primer puesto cae muchas veces en la
tentación de sentirse tan importante que se olvida de Dios o lo deja en
segundo plano y mira con indiferencia o desprecio a los del último
banco.
El cura y los del
primer banco no caen en la cuenta de que para algunos cristianos el mero
hecho de franquear la puerta de la iglesia es para ellos un acto y un
esfuerzo muy grandes.
Es un primer paso
y tienen muchas cosas que solucionar a solas con el Señor.
El publicano, el
del último banco, escondido, invisible y digno sólo para Dios necesita
experimentar el perdón. No necesita compararse con nadie.
¡Oh Dios! Ten
compasión de este pecador”.
Su autoestima
religiosa era tan baja porque sólo se miraba a sí mismo, pone todo el
énfasis en su Yo pecador.
El publicano y los
pecadores tenemos que dejar de mirarnos a nosotros mismos y apoyarnos en
Dios.
El que mira a Dios
y confía en su misericordia tiene una visión más completa de sí mismo y
del mundo en que vive.
Orar a un TÚ y
situarse frente al que es más fuerte que nosotros y puede hacernos
libres, nos ayuda a franquear puertas y a subir unos cuantos bancos.
Me siente donde me
siente, todos llamados a identificarnos con el del último banco, el
publicano, a implorar la misericordia grande de Dios, a dejar nuestra
carga en sus manos, a no sentirnos despreciados sino amados, a ignorar
nuestras manos vacías y dejar que Dios las llene.
La verdad es que
en el último banco también se puede orar en espíritu y verdad.
Los del primer
banco, los fariseos, los hombres llenos, los cumplidores de la Ley, los
hombres institución, pedazos de perfección, no invocan a Dios, no rezan
a Dios. Sólo rezan a su Yo. Tienen muy mala memoria, sus conciencias no
les acusan de nada, sólo les recuerdan sus vanas obras.
Pueden decir con
toda razón: “Yo no soy como los demás. Yo no soy como ese del último
banco. Yo ayuno, Yo pago el diezmo”. Yo…
Letanía
insoportable de méritos y primeros puestos. No necesitan la absolución
de Dios ni de los demás.
Dos hombres
subieron al templo a orar.
¿Cuál de los dos
miró a Dios con humildad, con hambre de perdón?
¿Cuál de los dos
se miró a sí mismo con sinceridad y verdad?
¿Cuál de los dos
miró al otro y al Totalmente Otro con amor?
Os digo que el del
último banco salió del templo justificado y el del primer banco no.
HOMILÍA 3
Las parábolas de Jesús se desarrollan en
todo tipo de escenarios, en los caminos, en el campo, en las casas…Hoy,
por primera vez, la historia que nos cuenta el evangelio tiene lugar en
el Templo.
No olvidemos que se trata de una historia, no de un hecho real, por más
que la historia refleje la realidad. Nosotros nos imaginamos, tan
metidos estamos en la historia, al fariseo de pie, en el primer banco,
haciendo su elogio, entonando un canto a su yo y vemos al publicano en
el último banco, arrodillado y lloroso. Detalles que no nos dice el
texto, pero que nosotros metidos en la historia la imaginamos como si
ahora mismo estuviera pasando en nuestra propia iglesia, nuestro templo.
Jesús dijo la parábola “por algunos que, teniéndose por justos, se
sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”.
Si en el tiempo de Jesús se hubiera hecho una encuesta para valorar las
distintas profesiones y los grupos sociales, seguro que la nota más alta
se la otorgarían a los fariseos, éstos conocían y cumplían hasta la
letra pequeña de la Ley, a los ojos de sus compatriotas eran perfectos,
eran los pilares de la religión; el Templo y sus sacerdotes vendrían
después y en último lugar estarían los publicanos o recaudadores de
impuestos para los romanos, los pecadores, los odiados por todos. El
evangelio de este domingo parece poner en entredicho esta valoración. Ni
que decir tiene que los criterios del evangelio de Jesús son distintos
de los nuestros, no tienen en cuenta el brillo social y las apariencias
sino las actitudes del corazón.
En nuestra sociedad, la religión considerada como perteneciente al
ámbito personal y privado, entre las 16 profesiones valoradas por los
españoles en la encuesta del CIS –febrero 2013- médicos y profesores
están a la cabeza de la lista y los periodistas de la prensa rosa y los
jueces están a la cola. Se valora a los fontaneros, a los camareros…pero
no a los curas, a los que estamos diariamente en el templo. Una cosa sí
puedo decir que Francisco, el primer cura de todos, está muy bien
valorado por todos. Obama dijo que estaba “hugely impressed” por
Francisco.
La humildad, en estos tiempos de frivolidad y de apariencias, no vende
ni se publicita. Todos somos animados a ser el primero, el mejor, el más
popular, en number ONE. El segundo no existe en el ranking de los
famosos.
La historia de Jesús que hemos proclamado quiere aupar al publicano, el
que entró en Templo vacío y salió lleno, el que entró pecador y salió
justificado, el que agradó e hizo sonreír a Dios.
God don’t make no junk. Dios no hace basura. Ante Dios todos somos
segundos, todos dignos de su misericordia, todos preciosos a sus ojos,
incluidos los publicanos. Sólo Dios es primero.
El publicano entró en el Templo a orar y sabía que la oración no
consiste en cambiar a Dios sino en dejarse cambiar por Dios. Y lo
consiguió.
El fariseo entró lleno y salió vacío, entro a declarar su justicia, a
proclamar sus obras y salió condenado.
Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido.
¿Saben cuál es el pecado que esclaviza a todos los seres humanos? El
orgullo, la soberbia. Todos los demás pecados son ligeras picaduras de
moscas. El orgullo es la raíz de todos los pecados. El orgullo es un
estado de mente anti Dios. El orgulloso corrige a Dios y a todos los que
lo rodean. ¿Cuál fue el pecado de los demonios? El orgullo.
Que Jesús valorara más al publicano y que lo pusiera de ejemplo de
oración y de sincera conversión tuvo que enfurecer a su auditorio.
¿A quién miramos nosotros por encima del Hombro? Nosotros los que
venimos al templo, los que podemos presumir de cumplir con los
mandamientos de la Iglesia, fariseos en potencia, ¿a quién despreciamos
un poco? ¿A quién juzgamos porque no es como nosotros?
Nos caen mal los políticos, los jóvenes con aretes en la nariz y el
ombligo, las adolescentes embarazadas, los junkies, los ilegales, los
que son de otra religión, los que pertenecen a grupos con los que no
simpatizamos…hay tantos publicanos en la sociedad.
El evangelio de Lucas es el evangelio de los outsiders. Lucas simpatiza
con los otros: los hijos pródigos, los leprosos, los samaritanos, los
publicanos, las prostitutas, en una palabra con todos los que son blanco
de nuestros juicios y críticas.
Federico, el Rey de Prusia, visitó en una ocasión una de las cárceles
del país y habló con todos los encarcelados. Todos se declaraban
inocentes y víctimas de las circunstancias y de los demás. Cuando saludó
a unos de los últimos condenados le dijo: Supongo que usted es también
inocente. El hombre le contestó: No, yo soy culpable y merezco el
castigo.
El rey dijo a los carceleros: Suelten a este bandido no sea que contagie
a los otros reos.
Cuando usted va al médico no va a contarle las enfermedades de su mujer,
de sus hijos, de sus vecinos o de los feligreses de su iglesia. El
médico no podría curar su enfermedad y usted volvería a su casa como
entró.
Si nosotros hemos entrado en el templo de la calle Sevilla 19 en plan
fariseo saldremos como hemos entrado o peor de lo que hemos entrado, con
un pecado más.
Si venimos en plan publicano saldremos con la alegría del perdón y con
la bendición de Dios.
HOMILÍA 4
HE WENT HOME DEAD IN HIS SIN
He went home
dead in his sin. The other guy went home justified by God’s grace.
A young woman went to her pastor and said, “Pastor I have a besetting
sin, and I want your help. I come to church on Sundays and can’t help
thinking I am the holiest and the prettiest girl in the congregation. I
know I ought not to think that, but I can’t help it.
The pastor replied: Mary, don’t worry about it. In your case, it’s not a
sin. It’s just a terrible mistake.
The story Jesus told one Sunday in his church was about those who were
confident of their own righteousness and looked down on everybody else.
And the same story we have proclaimed today in our church is about Mary
who thinks she is the holiest girl in our midst and it is also about any
one of us who considers himself a better Christian than those people who
never attend our church services. It is just a horrible mistake.
The cover of the book “Pharisee's Life” is beautiful, in fact too
beautiful to be true.
But the content of the book is the wrong one, and Jesus doesn’t approve
of his message.
The music sounds loud and clear, but the lyrics stink and hurt God’s
ears and even we begin to get a little uneasy.
“I thank you that I am not like other men: extortioners, greedy,
evildoers, adulterers, or even as this tax collector at the back of the
church.
I tithe all that I take in.
I fast twice a week.
I keep the Law, the Torah.
I am a godly man.
He is an example of how to live an upstanding life. He’s got something
to boast about before the Lord.
Our Pharisee, and all the Pharisees, were a religious success.
Today we equate Pharisees as being hypocrites, bad guys, but in Jesus'
day, it was different.
They were held in the highest esteem for their moral stance and
commitment to God.
The second man in our story is the tax collector, the bad guy of our
story. He was despised by most people. He spent much of his time with
evildoers and he even hung out with Jesus.
That Sunday they were both in the Temple and both of them were praying.
We have heard the I, Me, Myself prayer of the Pharisee.
The tax collector stood at a distance and couldn't even look up to
heaven. He pounded his chest and said, “God, be merciful to me, a sinner”.
When we live in the presence of God we will see our sin and when we see
our sin we see our need for forgiveness and we cry out to God for grace
to cleanse us.
Let’s be honest, there is a Pharisee in all of us. And the only hope for
the Pharisee in us is to recognize that the prayer of the tax collector,
``God have mercy on me a sinner” is the only prayer we have too.
Jesus commends the person we would condemn and condemns the person we
would commend.
At the Temple were two men. One trusted in himself and his righteousness.
He went home dead in his sin. The other humbly confessed his sin and
believed in salvation outside himself.
He went home justified by God’s grace.
Today Jesus sends you home, just as if you never had sinned. |